Óscar G. Chávez
No faltará algún fanático que siga a pie juntillas la invitación a amarrar y golpear delincuentes. Le sobran tantos corifeos e imitadores como le falta el sentido común. Tampoco es algo nuevo, tiempo atrás invitaba a estudiantes adolescentes, en edad de la punzada, a estrenar los aparatos que les obsequió viendo en ellos pornografía.
Apología de la violencia, de la corrupción, de la ofensa, de la calumnia y la emplea como herramienta fundamental de su gobierno. Todo le resulta en gracia mientras sea útil para lograr sus fines; de los testaferros ni hablar: obedecen, replican y actúan. Nadie dirá algo ni le refutará en lo mínimo la elegancia característica de su discurso. Se ha normalizado.
Huir a la pregunta expresa necesitada de razonamiento porque nada aporta su esgrima verbal; lo mismo que sus colaboradores, aunque éstos no tienen el poder. Hace unos días frente al cuestionamiento preciso sobre la aprobación de una nueva reforma a la ley, la de prisión preventiva en concreto, la consorte apenas sí alcanzó a afirmar que su voto iba conforme a lo señalado por su partido; no hubo lucimientos ni argumentos jurídicos. No da para más el discurso que nunca ha pasado de menos; el sello distintivo de la casa.
El mismo discurso que mantiene un bajo perfil cuando se trata de señalamientos certeros, precisos, demostrables con el elemento duro; el mismo que se evita cuando con acciones se le confronta o se le demuestra que su poder no es absoluto.
Manifestaciones de burócratas que él afirma controlar, los mismos a los que obliga a empadronarse a su partido; los mismos que acaban cediendo y obedeciendo ante las amenazas de cese laboral. Una ciudad desquiciada por la acción concreta de los que comienzan a cansarse de los excesos, de las formas; no serán los primeros, tampoco los últimos. Nos serán las únicas ocasiones en que se le demuestre que también puede ser frenado por la acción o por la ley y por la acción de la ley. Se pasa de la sumisión a la organización; se demuestra descontento.
Un segundo en el mando que lejos de negociar sentencia y amenaza, como si la razón y el derecho lo asistieran. ¿Qué razón y qué derecho asisten a quien decide sin motivo el cese laboral, el recorte de percepciones y la retención forzosa y descarada de los ingresos, con tal de salvaguardar los propios?
Porque aquí así parece, el patrimonio público de un estado ha pasado a serlo de uno solo que investido de poder y usando como pretexto el beneficio general sólo busca beneficiarse, beneficiar a su corte y beneficiar a los que fuera de aquí lo benefician. Con todo y su lema, el potosí que ha resultado la administración estatal no es para los propios sino para los ajenos.
De la herencia se pasó a la opulencia también maldita. Injustificables saqueos, despojos que no alcanzan a describirse en unas cuantas líneas. El patrimonio público que se ha vuelto privado como si de un coto real se tratara.
Y amenaza e invita a secundarlo. “No se vale que unos construyen y otros destruyen. Y todo por chingarse […] el aluminio o el acero para ir a venderlo al fierro viejo. A quien agarremos haciendo eso lo vamos a amarrar y lo vamos a agarrar a chingadazos.” La violencia administrada por el Estado frente a su propia incapacidad para proporcionar seguridad; el fracaso del aparato de orden reconocido de manera implícita: tomen la ley en sus manos porque nosotros, los responsables, no podemos hacerla cumplir.
Se vale reemplazar aluminio y acero por recursos públicos. Tampoco se vale que dispongan de ellos, pero quizá algún día los potosinos organizados, y estos sí con valor, decidan aplicar el mismo tratamiento; no con la fuerza bruta pero sí con la de la ley. Se vale.
Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad del autor y no necesariamente representan la postura de Astrolabio.