Arriesgar la vida para poder comer, la nueva cara de Venezuela

 

Caracas, Venezuela (21 de junio de 2016).- El día a día del país se reduce a tiendas arrasadas, disturbios y largas colas para conseguir alimentos.

Disturbios, colas de más de ocho horas y tiendas arrasadas. Venezuela tiembla de hambre mientras los frigoríficos de los hogares permanecen vacíos y las revueltas se suceden.

La situación es tan crítica que los camiones de reparto tienen que ser escoltados para no ser asaltados. La tensión que se respira en la calle ha llevado a que los soldados vigilen establecimientos y dispersen con balas de goma a las multitudes que intentan asaltarlos.

En los últimos días, cientos de personas en la ciudad de Cumaná asaltaron un supermercado llevándose, agua, harina de maíz, sal, azúcar, patatas y cualquier cosa que se pudiera comer, dejando estanterías y congeladores rotos y vacíos a su paso.

Aunque la situación viene de largo, en los últimos días se ha complicado desmesuradamente. En dos semanas, más de 50 protestas y saqueos han estallado en el país dejando como resultado 5 muertos. Entre las víctimas se cuenta una niña de 4 años que murió cuando dos bandas callejeras peleaban por comida.

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Para algunas familias, el acto de abrir el frigorífico es tan rutinario como insustancial: dentro no hay nada que se pueda comer. Leidy Córdova, de 37 años, y sus cinco hijos, de 1 a 11, asegura en un reciente artículo de The New York Times que en su familia se han acostumbrado a pasar más de 24 horas sin probar bocado. Su última comida consistió en una sopa de piel de pollo hervida y grasa barata. “Mis hijos me dicen que tienen hambre. Todo lo que les puedo decir es que sonrían y aguanten”, confiesa Leidy.

La crisis económica ha hecho que alrededor de un 72% del salario mensual se gaste solo en comprar alimentos. Para que una familia se alimente adecuadamente, se necesitan 16 salarios mínimos.

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En otros hogares, los miembros tienen que elegir quién va a comer y quién debe pasar hambre ese día. Lucila Fonseca, de 69 años, tiene cáncer linfático y Vanessa Furtado, su hija de 45, un tumor cerebral. Vanessa renuncia a los pocos alimentos que tiene para que su madre no se salte ninguna comida. Aunque sea un puñado de arroz.

“Nos estamos muriendo con cada día que pasamos vivos”, asegura Vanessa.

A pesar de que Venezuela es uno de los países con más recursos y uno de los mayores depósitos de petróleo, los años de mala gestión de Maduro están pasando factura en un momento en el que el precio del petróleo ha caído drásticamente.

No hay fertilizantes para plantar nada. Alimentos básicos como el maíz y el arroz, que antes se exportaban, ahora tienen que importarse. A cambio, Maduro ha reforzado el control de los alimentos, ahora en manos de brigadas leales al gobierno.

“En otras palabras, puedes conseguir comida si eres mi amigo, mi simpatizante”, declara Roberto Briceño-León, director del Observatorio Venezolano de Violencia.

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Al mismo tiempo, el gobierno culpa a los negocios ricos de acaparar alimentos y cobrar precios exorbitantes creando una escasez artificial que pretende sacar provecho de la miseria.

Pero, mientras las acusaciones vuelan, familias enteras no han podido llevarse nada a la boca en días y los disturbios se suceden sin fin.

Fuente: El Diario México.
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