Barrios, narco y corridos tumbados: un retrato de la realidad

Mariana de Pablos

Entre ropas de marca, residencias, dinero y poder, la vida suena muy bien. Especialmente si partimos de una situación precaria, limitada y escasa en varios sentidos.

Ya sea que se trate de un retrato de la realidad o una apología al narcotráfico, lo cierto es que, para muchos jóvenes, los corridos tumbados representan una posibilidad. En tan solo un par de años, este subgénero ha escalado hasta convertirse en un modelo de vida deseado por muchos, posicionando así al crimen organizado como una vía de escape real a su contexto y forma de vida actual.

Los corridos tumbados han sido definidos por varios expertos como un choque entre la música regional con la cultura urbana. Un subgénero de los tradicionales corridos mexicanos que se fusiona con elementos del hip hop, el reguetón y el trap.  Sus letras suelen hacer referencia a situaciones de lealtad a los amigos y de amor; así como al consumo de sustancias, excesos, dinero y poder. Retratan escenarios de tráfico de drogas y enaltecen la vida de los narcotraficantes.

Pese a su enorme éxito y creciente popularidad —han llegado a las listas de éxitos internacionales—, en México este estilo de música ha sido motivo de grandes controversias debido a sus letras. En un contexto donde todos los días se registran cientos de muertos y desaparecidos, los corridos tumbados son criticados por ser considerados una apología al crimen organizado. De ahí que, bajo una lógica de no fomento a la violencia y prevención del narcotráfico, en estados como Chihuahua y Sinaloa la difusión del narcocorrido sea castigada con multa.

Ello ha dado origen a una serie de discursos de odio que criminalizan este tipo de música al señalarla como la causa por la que muchos jóvenes se convierten en narcotraficantes. Fátima Alvizo, abogada de profesión, quien se coloca para la charla “Reflexiones sobre el barrio y los corridos tumbados”, llevada a cabo en la Comunidad Terapéutica Vista Hermosa, como una mujer que creció en estos contextos, señaló que la respuesta más sencilla para esta problemática es culpar a la música:

“Y creo que es porque confronta, porque dice ‘quieras o no, esto existe y no se va a ir’, y eso molesta a los gobernantes, a ciertos sectores de la clase alta y nos confronta a nosotros como sociedad”.

Es decir, se trata de una expresión cultural que se caracteriza por exhibir problemáticas sociales muy complejas. Es también una manifestación de protesta a la forma en que funciona el sistema político, social y económico, que ha empujado a muchos jóvenes de escasos recursos a las manos del crimen organizado.

De la misma forma, recordó Fátima, los autores de estas canciones son otra de las causas por las que los corridos tumbados han sido criminalizados, pues son “gente morena y de los barrios, pobres y principalmente varones jóvenes que son target del crimen organizado”.

Partiendo de la idea del barrio como “lugares en los que se pierde la esperanza”, en palabras de Fátima, al enfrentarse a las fuerzas de producción capitalistas que “nos obligan a trabajar y trabajar para sobrevivir”, es que se puede percibir el eje que entrecruza estos contextos con el narcotráfico y los narcocorridos: la posibilidad de una “mejor vida”.

Dom Perignon Lady Gaga, lentes en la cara. Tusi lavada. Triple lavada y una bandida que me llama. Se lee en las primeras líneas de “Lady Gaga” una canción de Gabito Ballesteros, Junior H y Peso Pluma.

Haciendo una mirada crítica sobre el corrido tumbado, Alejandra Balduvín explicó que para los jóvenes que crecen en los barrios, las narrativas de los corridos tumbados son un llamado de renuncia a esa realidad.

“Ese estándar de vida que nos dibuja nos coloca un deseo; un estilo de vida al que quisiéramos acceder; una idea de bienestar que es sinónimo de comprar el mundo completo, de poseerlo”.

A partir de estas letras, en el imaginario de estos jóvenes —tanto hombres como mujeres— el crimen organizado se convierte en una puerta no solo de escape de estos contextos de pauperización, sino de acceso a una forma de vida anhelada. Lo malo, indicó Fátima, es que esta idea está romantizada.

“Es cierto que son trabajos que de forma inmediata te dan más dinero que otros, pero nadie te cuenta que tu expectativa de vida son ocho años, ni que para ser buchona le tienes que invertir arriba de 50 mil pesos para las cirugías ni que, siendo el último eslabón de la cadena, eres carne de cañón”.

La discusión sobre este tema aún es amplia. Hay temas pendientes sobre la forma en que estas canciones han inmortalizado a varios narcotraficantes convirtiéndolos en figuras heroicas y personas que admirar; el lugar que se le ha dado a las mujeres en estas narrativas; el debate pendiente sobre si este subgénero musical podría considerarse arte o no; y, sobre todo, la responsabilidad eludida del estado para ofrecer espacios de cultura a los jóvenes que crecen en estas zonas del país.

Sin embargo, pese a las muchas conclusiones a las que se pueda llegar, lo cierto es que estas canciones han asumido la función de retratar la realidad.  Así, según Alejandra, para iniciar la discusión sobre un cambio de narrativa “para ello harían falta acciones de compromiso que busquen transformar esta realidad. Generar otras políticas públicas en materia de cultura; hacer conciencia sobre la violencia contra las mujeres; ir transformando todo ese sustento social para que las manifestaciones culturales se modifiquen”.

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