Los informes de gobierno son una colección de exageraciones sin fundamento, en especial si se trata del de Fernando Toranzo.
Un informe de gobierno ya sea el primero, el intermedio o el último, no representa otra cosa sino un ritual político en el que nadie cree, verbigracia, el primero, el tercero o el sexto informe de Fernando Toranzo.
Un informe de gobierno, así se le llame “ciudadano” es una ceremonia que suele concitar más pena que gloria, cual es el caso de los informes de Fernando Toranzo que sucesivamente del primero al quinto han ido a parar a los sótanos del olvido.
Por eso, a un informe, como cualquiera de los que ha dado Fernando Toranzo, se acude de manera forzada porque a nadie le agrada escuchar un alud de elogios acerca de cosas que contrastadas con la realidad, más parecieran mentiras.
De hecho, a un informe de gobierno de Fernando Toranzo hay que ir con el semblante adormilado y los sentidos anestesiados para no morirse de la risa respecto de sus dichos así como de sus mil y un logros.
El viernes, es decir, dentro de cuarenta y ocho horas, el último informe de Fernando Toranzo cerrará una saga de informes en los que se dio cuenta de la pequeñez de miras de su administración. Es decir, un informe hace las veces de lavadero de manos porque se dice solo lo que conviene y lo demás se calla.
Puede decirse que el único informe de Fernando Toranzo que ha quedado guardado en la memoria e incluso en los archivos académicos y policiales, es el referente al zapatazo que recibió el mandatario como muestra de desprecio. El resto de informes y previsiblemente el de este viernes, pasarán pronto al olvido.
No es que los informes sean insufribles y en especial si se trata de cualquiera de la autoría de Fernando Toranzo, lo que sucede a menudo es que representan una colección de exageraciones cuyo propósito es hacer ver que el que informa no tiene igual en este planeta ni ahora ni en la antigüedad y mucho menos, mañana.
De cierto, se puede afirmar que no es que los informes de gobierno, de manera específica los de Fernando Toranzo sean tediosos y soporíferos, lo que ocurre es que los informes son como las obras completas del peor de los prosistas de la comunidad, de tal manera que al igual que los libros que encuadernan los informes, nadie los quiere ni para sostener la temblorina mesa de la cocina.
Sean majestuosos o austeros, los informes de gobierno resultan detestables no por su extensión que puede alcanzar las horas, sino por su contenido, por lo común tan pretenciosos como cursis.
No hay informe que se digne de serlo si antes no se programó el acarreo de cientos de invitados venidos de todas partes. No todos llegarán pero la invitación es más que una cortesía: el presidente, los gobernadores, los líderes empresariales, los jerarcas de las iglesias, los líderes políticos, los líderes sindicales, los académicos, los intelectuales, los alcaldes, los legisladores, los amigos, los colaboradores. En un informe se debe dar la impresión de que están todos los que deben estar, aunque algunos no estén. También por esa razón, los informes se han convertido en simple sentido común.
No es que los informes de Fernando Toranzo hayan sido intrascendentes sino que más bien han sido reflejo de su personalidad opaca, taciturnamente gris.
Ya bien se sabe por tanto que poco hay que esperar de los informes, pero del sexto informe de Fernando Toranzo lo más importante es que será el último.