San Luis Potosí, México, (5 de mayo de 2015).- Disculpe usted las dudas del caso, pero no sé a razón de qué peregrina ocurrencia, al simple hecho de que junten en un solo lugar a seis candidatos y los pongan hablar, sea algo a lo necesariamente debamos llamar debate.
Reunir a un grupo de políticos para que hablen de una serie de tópicos como “los problemas” de San Luis Potosí, “los proyectos” para San Luis, “el futuro” de San Luis Potosí, “los anhelos” de los potosinos, resulta realmente tan aburrido como leer los documentos básicos del PRI o las obras completas de Andrés Manuel López Obrador.
Poner la denominación de “debate” a la cita que para éste viernes tiene seis de los siete candidatos a gobernador, es todo un exceso. Primero, porque en las campañas no se ha debatido y segundo, porque hay que poner en tela de duda la capacidad de los candidatos para debatir.
Discutir no es lo mismo que debatir.
Pero también, no se le puede calificar como debate porque el diseño del programa, que eso es, un simple programa televisivo y radiofónico, no lo permite. No pueden debatir seis, eso no es posible, lo que resulta es una contienda para ver quien tiene más habilidad para tragar pinole sin tocar el vaso de agua.
De manera equivocada, se presume que el debate entre candidatos es útil y es al mismo tiempo una muestra de lo avanzado de la democracia electoral. Ni lo uno ni lo otro, en realidad no es algo que vaya más allá de otro acto de campaña, uno más del montón.
Cuando un candidato diga algo de mediano interés y a otro candidato le llame a replicarle, habrá pasado suficiente tiempo para que la idea se haya perdido, es más ni el candidato lo recordará.
Los seis llevarán sus apuntes, tendrán sus tarjetas que sus asesores tan avezados como siempre, les habrán redactado. El resultado: lugares comunes, frases hechas, oraciones estridentes y pegadoras y todo en el más insubstancial de los discursos.
En estos momentos ya estarán preparando el ensaño del debate en los dizque cuartos de guerra de los candidatos. Vestirán al candidato y a la candidata para que luzca elegante, atractivo, le escogerán el color de la corbata y del saco, le maquillarán para ver cual es el color exacto de la piel.
Ensayarán lo que dirá y también las respuestas a los señalamientos que en su contra se hagan y al hacerlo, se le recomendará que vea directo a las cámaras, que muestre serenidad, tranquilidad, prudencia: que se muestre inteligente y agresivo al mismo tiempo.
Es decir, el debate no es otra cosa sino una obra de teatro, una farsa de carpa pueblerina; una ficción de la democracia.
Nos dirán que tienen las respuestas a todo. Nos dirán que su proyecto es de avanzada, de vanguardia. Nos dirán que saben cómo hacerlo. Nos dirán que ya han cumplido. Nos dirán que acabarán con la pobreza, con la inseguridad, con el desempleo, con los baches, con los delincuentes, con la corrupción, pero sobre todo, nos dirán que nos aman, que nos llevan en el corazón y que ansían poder servirnos.
Nos pedirán el voto para el siete de junio porque se merecen una oportunidad.
Pero quienes se aventuren a verlos en las poco atractivas pantallas de los canales siete, trece, nueve, cien y diez, anticipadamente deben saber que se aburrirán como enanos en la misa dominical de la catedral.
Se necesitaría ser muy benévolo para que al escuchar la radio sintonice el dial con alguna estación que esté encadenada a la transmisión del debate.
El debate es el viernes, pero eso solo le incumbe a la clase política que forma parte de ese acto de simulación. La sociedad está en otra parte, lo suficientemente lejos de ellos como para no morirse de pena.