CAJA NEGRA

Como dice la canción: ahí les hablan ratas de dos patas.

Pedro Kumamoto ganó las elecciones de diputados local como Candidato Independiente en Jalisco. Con apenas 25 años de edad, egresado del Instituto de Estudios Superiores de Occidente ganó el décimo distrito con cabecera en el municipio de Zapopan. Ganó sin recursos económicos. Atrajo la atención con un banquito y un ladrillo y con el lema “Los muros sí se caen”. El diputado electo acaba de publicar el Código de Ética que seguirá en su actuar como legislador.

 El diputado Independiente se dedicó a revisar las normas y reglas éticas que siguen legisladores de otros países e instrumentó uno propio a partir de los rasgos más característicos de códigos parlamentarios de senadores y parlamentarios, sobre todo, europeos.

Kumamoto asumió voluntariamente una serie de reglas que normarán su conducta como legislador en el Congreso de Jalisco. Es algo inédito en México.

Los servidores públicos desde el presidente de la república, los gobernadores de los estados, alcaldes y legisladores hacen perorata de la transparencia, de la rendición de cuentas, del derecho ciudadano para acceder a la información, pero nadie se ha atrevido a dar el paso que dio Kumamoto.

En San Luis Potosí hemos visto pasar diputados que de tan sinvergüenzas no se distinguen de un presunto delincuente. Son de esos individuos para dar pena y para poner como ejemplo a nuestros hijos: estudia y sé decente, no vayas a ser como los diputados.

El legislador Kumamoto se ha impuesto, él mismo, la obligación de que él y su equipo de colaboradores publicarán antes de asumir el cargo, las declaraciones de intereses, patrimonial y de impuestos. Lo volverá a hacer al término de la gestión.

Se compromete a que ni él ni sus colaboradores podrán utilizar información privilegiada, reservada o confidencial en beneficio propio, ni tampoco la canalizará a favor de terceros en perjuicio de la sociedad o del estado.

En cuanto a los viajes, asistencia a eventos, comidas, gastos de representación, el diputado se impone pagar él mismo de sus ingresos para no afectar al erario público; además, no asistirá a comidas donde el platillo tenga un valor superior a 300 pesos y no ingerirá bebidas embriagantes con cargo al presupuesto público.

Respecto del uso de vehículos oficiales, aclara que los utilizará pero no para los días de ocio o para ir de paseo a ningún lugar, solo para su trabajo. No utilizará pasajes de avión a menos de que sea necesario y utilizará un medio de transporte económico y ecológico.

 Las reuniones a las que asista a sugerencia propia, deberán de ser públicas, sobre todo, si se trata de atender asuntos de interés general.

El Código Kumamoto establece la prohibición de recibir regalos a cambio de gestiones o por realizar alguna labor oficial. Tampoco recibirá regalos de miembros de otros poderes que excedan de los cuatro mil pesos.

Ahí les hablan, señores diputados electos. ¿Alguno de ustedes se atreve a generar su propio Código de Ética?

Seguramente es como lanzar esa pregunta al vacío y que se repita en un eco interminable, puesto que hay cosas que a los políticos les disgusta en demasía que les pregunten.

Un legislador local se embolsa al año aproximadamente dos millones y medio de pesos incluidos todos los conceptos de ingreso a los que tienen “derecho”. Es demasiado dinero para tipos que hacen tan poco o nada.

Nadie sabe a donde van a parar esos recursos sino a su bolsa.

La sociedad tiene derecho a saber qué destino tienen esos recursos, saberlo con la exactitud que da un documento público de carácter oficial.

 Un Código de Ética para cada uno de los 27 diputados locales electos sería algo genial y contribuiría a romper la inercia de escandaloso derroche y corrupción que caracteriza a cada una de las legislaturas.

Cada tres años se renueva el pesimismo con los diputados puesto que los que entran resultan peores que los que se van.

Insistimos: ¿Quién de los 27 diputados electos lanza su primer Código de Ética?

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