De nuevo el PAN ante el dilema de cambiar para revivir.
No está de más recordar que el Partido Acción Nacional perdió las elecciones para gobernador de hace unas semanas y uno de los factores que contribuyeron mayormente a ese descalabro fue la división interna. Es decir, sin conflicto, choque constante o rencores, el PAN habría ganado las elecciones, incluso, de manera desahogada.
El mismo panorama se presenta ahora en el contexto del proceso de renovación de la dirigencia nacional de ese partido. En San Luis Potosí se mantiene un escenario similar al de antes, durante y después de las pasadas elecciones: El PAN está entrampado en el laberinto de sus disputas internas cada vez más fraticidas.
Las élites de poder al interior del partido, constituidas básicamente por un reducido puñado de presuntas vacas sagradas se vienen disputando el control del partido desde hace muchos años.
Estamos por asistir a una nueva edición de pleitos como resultado del proceso electoral interno mediante el cual se definirá quién será el nuevo presidente del partido: Javier Corral o Ricardo Anaya.
En San Luis Potosí, figuras del viejo panismo salieron a anunciar su respaldo al Senador Corral y en una narrativa emotiva, dieron a entender que de haber continuidad en la presidencia nacional del PAN, es decir, de ganar Ricardo Anaya, estarán pensando en buscar nuevos aires en otros partidos políticos.
Para algunos de ellos, quizá solo les quedaría el retiro.
Plantean la misma disyuntiva que se mantiene en el PAN desde que perdieron la presidencia de la república en 2012: el partido perdió el rumbo, se transformó en franquicia de grupos, se corrompió y mando su doctrina al cesto de la basura.
En resumidas cuentas, el PAN ya no es el PAN de antes, aunque hay nuevas caras, mentes frescas y liderazgos nuevos, eso no ha representado nada pues éstos se han dedicado a utilizar al partido con fines personales y de grupo.
Es algo similar a lo que ocurre en el PRI, septuagenario que dice haberse renovado pero que mantiene los mismos vicios del llamado PRINOSAURIO: jóvenes políticos y mañas viejas.
Hay en el PAN algo similar: va Ricardo Anaya como el perfil del nuevo panista, del joven panista que pretende transformar al viejo PAN, mientras que por el otro lado, Javier Corral representa la imagen del viejo panista que jamás negocia con el poder, que critica feroz y permanentemente y que define su línea de acción de acuerdo con la doctrina y principios del partido.
Choque de trenes, invariablemente. Igual como chocan en San Luis las élites del Círculo Azul y los grupos de Octavio Pedroza y/o Alejandro Zapata. Mismos rencores, mismas diferencias, pero en un nivel provinciano.
Eso es lo que viene en el proceso electivo del PAN y San Luis estará presente con sus grupos y sus decaídos y diezmados jefes.
Por lo pronto, la cargada va con Anaya, es decir, para mantener el tipo de partido que lideró Gustavo Madero: un partido dócil, negociador, convenenciero, gradualista y ante todo, tentado a la corrupción. Perdedor en todo el sentido de la palabra.
Enfrente, Corral, con su narrativa opositora y crítica a quienes prácticamente han secuestrado al partido. Es un legislador muy inteligente, estudioso y profundo conocedor de la ley.
Como ha dicho Javier Corral, el PAN vive un momento dramático no solamente por las derrotas electorales, sino también porque la gente se ha ido alejando cada vez más, ya no ven al PAN como oposición sino como aliados del poder.
Los moches, los excesos en el derroche de recursos públicos entre legisladores federales, alcaldes, diputados locales y gobernadores, la corrupción, el mal manejo de los recursos públicos han colocado al PAN en la frontera que raya cerca de una debacle monumental: el abandono del expresidente Calderón y sus más allegados de las filas del partido y la probable candidatura presidencial de Margarita Zavala como candidata independiente a las presidenciales del 2018.
Lo dicho, el PAN tiene en su elección interna, la posibilidad de recomponer el rumbo o de caer en picada para desaparecer.