CAJA NEGRA

La rebelión de las sotanas.

 

 

Entre las sotanas que rodean al arzobispo Cabrero, hay quienes quisieran ver a las parejas de homosexuales y lesbianas arder en leña verde en la plaza pública.

Sotanas decimonónicas tan lejanas al pensamiento del nuevo milenio que vivimos.

“¡Por dios, en que están pensando, cómo que unos homosexuales besándose, pensando en tener hijos; eso no lo podemos permitir!”, vociferan indignadas las sotanas.

Bendito sea Dios, “¿Qué hemos hecho para merecer esta pesadilla, este infierno de ver a unas mujeres magreándose en la plaza?”, preguntan y se lamentan al unísono las sotanas negras atadas en su cintura a una panza tan prominente como de la de quien nunca ha tenido hambre.

“¡Jesús, María y José, hasta donde hemos llegado, eso es antinatural, es una aberración, es obra de satanás!”, exclaman irritadas las sotanas en los pasillos de la arquidiócesis que aun recorre el fantasma del padre Eduardo Córdova.

“¡Santo Sacramento!”, susurran las sotanas mientras que levantan la mirada al cielo en busca de una explicación de lo que está pasando en San Luis Potosí: “¡Mira que ya no hay temor a Dios!”.

 Bueno, que se casen, que hagan sus cochinadas, que se revuelquen, pero allá en su casa, en la oscuridad de su habitación, advierten las sotanas mientras cultivan su desprecio a quienes siendo del mismo sexo se quieren más allá de lo tolerado por el establishment.

Si así quieren, pues que los casen, que modifiquen las leyes, que se planten ante un juez y les de el permiso del Estado y que los una la ley, pero “¡Jamás tendrán la bendición divina!”, braman las sotanas en los púlpitos desde donde, pese a su altura, no se alcanzan a ver los cambios sociales.

El rosario de declaraciones condenatorias al proceso de reformas legales que en su momento derivarán en la unión de parejas del mismo sexo, ha mostrado que la iglesia católica se ha quedado varada en un pantanoso pasado.

Religiosos de distinto rango y categoría han opinado de manera reiterada su condenada a los matrimonios de potosinos y potosinas del mismo sexo. Es cierto, entre las sotanas hay irritación: lo que otros es ya algo normal, para ellos es estulticia, la presencia del mal y del pecado.

La hipocresía de las sotanas: que vengan a misa, porqué no, que den sus limosnas, porqué no, son tan generosos; pero que no quieren la comunión, que no aspiren a recibir a Dios en la hostia y el vino; pero ¿Qué se habrán creído? Si la familia es hombre, mujer e hijos. La hipocresía en todo su esplendor: su dinero es digno, ellos y ellas no.

Las cosas han cambiado, el mundo ya no es el mismo, las sociedades tampoco y del mismo modo, los derechos y libertades se exigen y de logran, hay diversidad de opiniones y también de cuerpos.

Hay tantos cambios que las diversidad de placeres es ahora algo nunca antes pensado hace unas décadas.

Las sotanas deberían entender, que las leyes se hacen para regular algo, para darles su marco jurídico. Lo que antes estaba soterrado y oculto en las tinieblas es público y ya no hay marcha atrás. Eso de que alguien salió del closet es mucho más que un cliché, es una forma de sintetizar la existencia de personas iguales a todos, pero distintas a todos.

Conviene a las sotanas la prudencia, la mesura y quizás, la oración para que encuentren claridad de pensamiento y permitan a la gente vivir como desea.

La postura de las comunidades homosexuales, lésbicas, transgénero y de más, ha sido enérgica para la iglesia: detengan su campaña de odio. No es conveniente dividir a la sociedad y generar rencores.

El arzobispo Cabrero Romero tiene la oportunidad, por no decir que la responsabilidad, de poner alto a la rebelión de las sotanas. Aunque a veces pareciera que no es así, vivimos en un país libre y cada ciudadano está en su derecho de ejercer esa libertad no solo en el plano de la manifestación, de la acción, de la expresión sino también en el plano de la felicidad.

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