Ayer fue un día muy especial o diríase, histórico. Un pequeño paso para el presidente pero un enorme paso para los mexicanos. Sí, alabado sea el Señor, el presidente realizó su primer viaje en su nuevo avión. Ora si, al infinito y más allá.
8 mil 070 millones de puro músculo presidencial tomó el vuelo desde la ciudad de México a eso de las once horas de un diez de febrero de 2016.
La aeronave vuela con tanta gracia y velocidad, que hasta el presidente podrá sentir que toca las nubes, donde por cierto, dicen que ahí si aplauden.
Por cierto, el presidente podrá voltear a ver que a lo lejos, muy por detrás, vuelan a duras penas Putin y Obama. Honorable Congreso de la Unión. Mexicanos todos, Ya somos potencia aeronáutica.
Cierto, el Dreamliner es un lujo, pero el presidente lo vale.
Tiene un alcance de vuelo de 13 mil 900 kilómetros, por lo que puede volar sin escalas a cualquier destino de América y Europa, y a África en su región noroccidental. Por si fuera poco, consume hasta 20 por ciento menos combustible que otros aviones de su categoría.
Si acaso alguien pudiera poner en tela de duda el compromiso del presidente con el medio ambiente, su avión además de gastar menos combustible, también produce 60% por ciento menos contaminación sonora que aviones similares.
Su envergadura es de 60.1 metros, tiene una longitud de 56.7 metros, y una altura de 16.9 metros. Puede alcanzar una velocidad de 912 kilómetros por hora. Por eso, en un suspiro llegó a Hermosillo, Sonora, que es a esa ciudad a donde voló por primera vez el nuevo avión con todo y presidente.
Ningún presidente de algún país rico e industrializado, ningún presidente de reconocida potencia económica, bélica, nuclear, financiera o petrolera, tiene un avión del tamaño y lujo que el de Enrique Peña Nieto. No se piense mal, es para el trabajo, “nuncamente” para el solaz o la diversión ni mucho menos para que La Gaviota se de sus escapadas de shopping a París o Milán.
No, no, no, el avión es para el trabajo, para estar más cerca de los mexicanos. Y que quede claro, el avión no es del presidente, es de los mexicanos, igualito que palacio nacional o el zócalo y estará a la disposición de los mexicanos todos para probables casos de emergencia, como por ejemplo, el diluvio universal.
El avión es el Estado, el avión es “ni es un lujo ni es un palacete” como critican los emisarios del pasado tan proclives a atacar de manera malsana a nuestros próceres, hay que insistir, es un instrumento de trabajo, “lo utiliza el presidente para cumplir con sus tareas”.
Se especula que el Boeing 787 tiene tal encanto que hace posible que nomás abordarlo y se te olvida, al menos por un rato, que vives en México. Se te olvida que unos Sicarios asesinaron a Marco Miguel de siete meses, se te olvida que los criminales secuestraron y asesinaron a la periodista Anabel Flores.
Es más, que si te apuras, nomás entrar al privado presidencial hasta se te olvida el lujo y elegancia y comodidad y fastuosidad de la Casa Blanca. Incluso, que cuando el Dreamliner va tomando vuelo, ya se te desvanece la imagen de los 43 normalistas desparecidos y que ni te acuerdas de los 56 mil muertos del sexenio.
Que ya levantando el vuelo para acercarse al cielo, que ni te acuerdas del Güero Castro ni del Chapo y se te borra de la mente los millones de pobres y los ríos de sangre, los decapitados y secuestrados.
Y que ya de plano, nada más pensar en el primer vuelo transatlántico, entonces ya no te sentirás presidente sino rey. God Save The King.
Allá arriba, volando, lejos del sufrido suelo nacional, hasta se puede pensar que los de ese pueblo de abajo, de plano, no te merecen.
Si, al infinito y más allá.