Por Antonio González Vázquez
Un laberinto es un lugar formado por calles y encrucijadas intencionadamente complejo para confundir a quien se adentre en él.
Hay laberintos tan milenarios como legendarios, como el de Creta, conocido como El Laberinto del Minotauro.
Hoy tenemos un laberinto más complejo: el de la Nueva Transparencia. Es laberíntico adentrarse en la aventura de buscar y encontrar información pública.
La burocracia no lo pudo hacer mejor, logra desalentar a cualquiera solo pensar que para encontrar un documento hay que dar al menos catorce pasos iniciales.
Pareciera que los poderes públicos se pusieron de acuerdo y ante el reclamo social masivo de transparencia y acceso a la información pública, dijeron, bueno, si quieren información démosla, pero que la busquen a ver si la encuentran.
Es una de las mayores muestras de simulación a la que ha llegado el Estado Mexicano, sus instituciones y su clase política.
Tenemos una Plataforma Estatal de Transparencia que obliga materialmente a los ciudadanos a tomar un curso intensivo de informática y manejo de archivos y de paso, leerse las obras completas de Patricia Highsmith.
Si usted tiene algo de Sherlock Holmes o ya de perdido del detective Philip Marlowe, es muy probable que encuentre lo que se propone encontrar, pero ciertamente, esta vez el resultado no está en sus manos.
Los tecnócratas de la Transparencia y del Derecho y de la Informática y de la Simulación han transformado lo sencillo en algo laberíntico e inaccesible, han endilgado, paradójicamente, una derrota a la cultura de la transparencia.
El ejemplo que expone este diario digital con la nota informativa de Victoriano Martínez Guzmán es más que elocuente: podemos tener frente a nosotros toda la información que deseemos, pero no la podremos alcanzar.
Es como una ilusión, un espejismo; la información está, pero no está.