Muchos se han volcado en “apoyo” a la Universidad Autónoma de San Luis Potosí ante y han externado su “indignación” y absoluto “repudio” a quienes han osado hablar mal del rector Manuel Fermín Villar Rubio, que parece encarnar el venerado y colocado en altísimo altar, concepto de autonomía.
Desde los rincones del fundamentalismo más recalcitrante, la Universidad movió pronto todas sus fichas: periodistas, líderes sindicales y estudiantiles, docentes y directivos para enterrar y aplastar a periodicazos a los que se han atrevido a decirle algo indecente al señor rector.
En tono y actitud doctoral, pero al mismo tiempo con el mazo en la mano, los defensores del rector se muestran tan intolerantes como los propios diputados que tildaron a la institución de opaca y antidemocrática.
Ahora está claro que a la Universidad no se le puede tocar porque se asumirá mancillada en su autonomía.
Los “injerencistas” que con su fétido aliento y procaces palabras han trastocado el aire puro que habita en la Universidad, donde se respira la democracia, la tolerancia, la crítica, la pluralidad y la diversidad de ideas, deberían ser inmediatamente desaforados y llevados ante el excelentísimo tribunal del Consejo Directivo Universitario.
Los ultras del rector afirman sin probarlo, que la comunidad universitaria “está muy indignada” por la intromisión de figuras políticas que sin derecho, han hablado de lo que no les compete.
Es curioso, desde que un par de diputados de apellidos Desfassiux y Gaviño hicieron referencias no del todo gratas para la UASLP desde la tribuna legislativa, los defensores de la inmaculada rectoría ni siquiera tienen la decencia de citar los nombres de esos diputados que, al parecer, son desde ya lo innombrables.
Extraño todo esto en un país donde se critica el copete del presidente de la república, los excesos de los curas pederastas, las ejecuciones extrajudiciales y los abusos del ejército, resulta que no se puede hablar de la “autonomía” universitaria.
Vaya contradicción de una institución pública que ante lo que considera “ataques” debería apelar a la voluntad libre de los “universitarios”. No ha habido universitarios que por iniciativa propia y de tan indignados, se les hubiera ocurrido ir a reclamar a los diputados por lo equivocado de sus apreciaciones.
No fue así ni ha sido así, los que han puesto el grito en el cielo son los que forman parte de las elites y que, movidos desde la rectoría, han puesto el grito en el cielo por algo que debiera ser normal.
El rector es un personaje público, es un servidor público, es representante de una institución pública que funciona con recursos públicos, es decir, con el dinero de todos, lo que implica que puede ser foco de críticas, correctas o incorrectas, verdaderas o falsas y su obligación es comportarse a la altura.
Salir a imponer el criterio de que lo de la universidad se queda en la universidad y que lo que se hace dentro es solo cuestión de los universitarios, por más que este asentado en la ley, reglamentos y/o la constitución es lo de menos.
Esa visión del mundo ya no existe. En algún momento tienen que cambiar.