Mayor cinismo, imposible.
Decía José Carmen García Vázquez que la ventura de ser diputado dura solamente tres años, pero la vergüenza que ello implica, dura toda la vida. No le faltaba razón al panista para decir eso. Pero ocurre que al único que le apenaba decir que fue diputado fue a él, puesto que a todos los demás en lo absoluto les avergüenza sino todo lo contrario: se ufanan del cinismo acumulado de tanto calentar curules.
Ahí los tienen. Oscar Vera Fábregat, Manuel Barrera Guillén y Oscar Bautista Villegas por citar solo a algunos de los que con menor desdoro actúan.
Sin pudor alguno, en la sesión de pleno del jueves, el que por enésima ocasión es diputado del Partido Conciencia Popular y el que ocupa la curul vitalicia de la pareja Barrera Salazar, abonaron más a la corrupta imagen que de los diputados tiene la sociedad.
Admitió Vera, porque dijo ‘no hay porque negarlo’, los diputados han colocado vía dedazo a por lo menos 130 empleados y funcionarios de distinto nivel en la Auditoría Superior del Estado, institución que por inexplicable razón se define como “autónoma”.
De los 203 burócratas de la ASE, 130 fueron colocados por diputados de distintas legislaturas, lo cual no deja de ser una aberración.
Diputados, dirigentes de todos los partidos y funcionarios del gobierno utilizan sus malolientes influencias a favor de amigos, familiares y recomendados a tal grado que la Auditoría se ha convertido en una cueva de vividores.
Cuando el diputado Vera dijo en Tribuna eso de que las 130 plazas en la presunta institución fiscalizadora, son propiedad de los diputados, sorprendió a muchos, pero eso no quiere decir que haya descubierto el agua tibia, sino porque los exhibió como lo que son: servidores públicos corruptos.
La Auditoría Superior del Estado nunca ha sido una institución autónoma y mucho menos, cuenta con la confianza de nadie ni con la credibilidad de nadie. Es como un cuerpo deforme, cojo, maniroto y tuerto. Fiscaliza pero más bien tolera, solapa, oculta y se convierte en cómplice, en celestina de la funesta relación entre funcionarios públicos y corrupción.
Desde su creación, su integración obedeció al gusto, interés y mandato del gobernador en turno y hasta nuestros días sigue siendo lo mismo. Jesús Martínez Loredo ha sido tal vez el que peor simula su verdadero carácter de servil de los intereses del poder.
Mayor cinismo, imposible por parte de los diputados, pero también de un auditor que no está para actuar con base en la ley sino para cumplir favores a los diputados, al gobernador y a cuanto político de cierto nombre o posición se lo pida.