Por: Antonio González Vázquez.
Desde los primeros días del gobierno municipal, empezó la pinta en color amarillo de la ciudad. Arrancó con las macetas y puentes de la avenida Salvador Nava. No hay día en que se cubra de pintura amarilla algún sector de la capital; de hecho, se puede asegurar, es la actividad con febril entusiasmo.
Pero eso lo hacen todos los alcaldes y gobernadores desde que uno tiene memoria y uso de razón.
De lo que se trata es de marcar territorio y decir: esto es mío. Aquí mando yo y nadie más, aquí pongo y dispongo.
Es muy simple, pintar macetas o puentes o bancas o lo que sea pintable, es como cuando el ranchero marca con hierro a la vaca para que sepan que es de él.
Eso es lo que creen porque su única ideología posible es la del negocio y del dinero fácil a manos llenas.
Pintar por completo de un color toda una ciudad, sin es que eso fuera posible, es por decir lo menos, una tontería.
Aunque siendo mal pensados, es mejor para el alcalde Ricardo Gallardo que se hable de pintura amarilla que de Sandra Sánchez Ruiz; es mejor que se hable de la Gallardía que de los 40 mil paquetes escolares con la foto del alcalde; es mejor que se hable del Chiquilín y de los huevazos a un diputado que de las ayudas sociales, las despensas, las tortillas, los garrafones de agua.
Que se hable de pintura amarilla en vez de que se indague de porqué la Auditoría Superior del Estado validó las millonarias compras de medicinas; es mejor que se hable de pintura amarilla en vez de los patrocinios nunca aclarados para solventar los gastos del festival de La Cantera y mejor que se hable de pintura que de los casi siete millones de pesos que en publicidad dio Gallardo a medios de comunicación por la promoción de dicho festival.
Que bien, que se hable de todo, menos de lo importante.