Cambio hegemónico y transición

 

“O ya no entiendo lo que está pasando, o ya pasó lo que estaba entendiendo
Carlos Monsiváis.

 

Martín Faz Mora

México vive un cambio hegemónico sin precedentes en las últimas décadas. Este giro ocurre mediante un proceso electoral con resultados contundentes a favor de quienes encabezan tal cambio hegemónico.

Entiendo por hegemonía la capacidad que tiene un determinado grupo social (clase social, partido político, etc.) para dirigir a los demás grupos de la sociedad, de acuerdo a los intereses y valores particulares de dicho grupo. Tal grupo puede ser, en un determinado momento, mayoritario o minoritario dentro de la sociedad. Lo común suele ser que sean élites minoritarias pero poderosas.

La hegemonía política puede obtenerse mediante el consenso, es decir, por la aceptación activa y voluntaria de los valores y el orden social particular de un grupo social, por parte de los demás grupos sociales, los cuales se identifican y adhieren al proyecto político y social propuesto. Esto es lo que, en principio, debe ocurrir en un sistema democrático a través de los procesos electorales. Hay hegemonías que, ante la cerrazón del grupo en el poder, se obtienen mediante movimientos sociales y políticos que luego de convulsiones, de mayor o menor intensidad, se hacen de la hegemonía.

Otra forma de obtener y preservar la hegemonía lo constituye la coerción, con la que mediante la utilización de la violencia y la represión se someten a los grupos sociales al orden social particular de un grupo gobernante. Los golpes militares, las dictaduras, y la represión generalizada en cualquiera de sus formas, incluyéndose el fraude electoral y otras modalidades ejemplifican esta forma de alcanzar y mantener la hegemonía.

El cambio hegemónico supone  -desde luego- el ascenso de un grupo no hegemónico emergente, que pudo haber sido subalterno o periférico con mayor o menor capacidad de influencia en la conducción política previa.

Puede haber alternancias políticas sin que ocurran cambios hegemónicos, como lo ocurrido en el dos mil con Vicente Fox o el regreso del PRI con Peña Nieto en 2012, debido a que los grupos dirigentes, así sean de distintos partidos, conducen a la sociedad de acuerdo a intereses y valores similares pues responden a una misma clase social hegemónica. Un cambio hegemónico ocurre con la llegada de grupos o clases tradicionalmente excluidos o desplazados del sistema hegemónico que construyen una nueva hegemonía introduciendo intereses opuestos y hasta encontrados con la anterior.

Todo cambio hegemónico supone la ruptura de tradicionales paradigmas de conducción de lo público, y de resistencias -de mayor o menor- intensidad de quiénes son desplazados. Algunos enfrentan férreas resistencias, otros buscan la forma de integrarse, así sea de manera subalterna a la nueva hegemonía.

En su momento, Antonio Gramsci, uno de los teóricos marxistas de mayor renombre en el análisis de las hegemonías, propuso el concepto de “bloque histórico”, para definir un determinado momento en que un grupo social dirigente mediante la articulación de la infraestructura (fuerzas productivas) con los elementos superestructurales (gobierno e ideología), detenta la hegemonía y conduce así al conjunto de la sociedad en la dirección de los intereses y valores particulares de dicho grupo. Los bloques históricos, como su nombre lo sugiere, cambian y surgen “nuevos bloques históricos” en la medida en que el quiebre de la hegemonía de un grupo dirigente (crisis orgánica) es aprovechado por otro grupo para la construcción de una nueva hegemonía.

Hoy México observa un cambio hegemónico sin precedentes, particularmente por el hecho de que se logró mediante los mecanismos institucionales democráticos, pero muchos no parecen darse cuenta.

Es un cambio hegemónico atravesado simultáneamente por una transición política y una alternancia administrativa, el hecho de que ocurran en sincronía no debe confundir el análisis.

La celeridad con que ocurre el cambio hegemónico, no así la alternancia administrativa de la administración pública, generan particular desazón entre quienes no las distinguen o entre quienes parecen aferrarse a la hegemonía anterior. Ocurre como decía Carlos Monsiváis en la frase que precede a este texto: “O ya no entiendo lo que está pasando, o ya pasó lo que estaba entendiendo”.

Un cambio hegemónico como el que ocurre en el país y la conformación de una nueva hegemonía (¿un nuevo bloque histórico, quizá?) conlleva oportunidades y riesgos. Quienes le apoyan se inclinan por resaltar las oportunidades, quienes no, los riesgos. Unos y otros suelen hacerlo de forma desproporcionada: que la cuarta transformación será lo mejor que le haya ocurrido al país en toda su historia dicen los primeros, que López Obrador ya es el peor presidente de México y nos convertirá en Venezuela, los segundos. Tal vez no ocurra ni una u otra cosa o muchas tantas que circulan en redes en estos tiempos de posverdad y fake news.

Las oportunidades y riesgos de esta nueva hegemonía encabezada por López Obrador y Morena son muchos, tantos como la enormes expectativa que le llevaron a tan holgado triunfo en las elecciones de julio, así como los encendidos y virulentos ataques en su contra que no parecen cesar sino ahondarse. Al tiempo.

Twitter: @MartinFazMora
http://martinfazmora.wixsite.com/misitio

Nota al pie: una disculpa por la reiterada utilización de la palabra hegemonía y sus variantes: hegemónico/a. Sus sinónimos como: supremacía, superioridad, preeminencia, influjo, imperio o dominio, entre otros, no reflejan la riqueza del concepto sociológico y, particularmente, gramsciano.

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