José de Jesús Ortiz
Un saldo lamentable de la campaña presidencial en curso es la propagación del odio, de mensajes negativos que inundan el espacio público y el discurso del miedo difundido a través de millones de spots en los medios convencionales, pero sobre todo a través de mensajes en las redes sociales y los sistemas de mensajería móvil que intoxican la convivencia social.
Para los estrategas del marketing político y aprendices de brujo pareciera que no hay límites, que se vale todo en la búsqueda del poder. Es el haiga sido como haiga sido, definitorio del pensamiento calderonista, llevado al extremo y a la práctica cotidiana de una campaña que llega ya a niveles violentos en diversas regiones del país, entre ellas San Luis Potosí. Ya vendrá el tiempo de curar heridas, aunque la fractura social persista en el largo plazo.
Es un discurso de odio y una polarización que cruza todas las campañas. De ida y vuelta. Nadie está exento en esa dinámica. Todos contribuyen a la crispación, algunos desde la cúspide del poder y desde las élites económicas desde luego con mayor nivel de responsabilidad e irresponsabilidad en la propagación de esos mensajes, como el de Mexicanos Primero (haciendo apología de la reforma educativa) en una clara violación a la legislación electoral del país.
Desde meses antes de iniciar la campaña presidencial se sabía que el tono sería de gran virulencia por parte del régimen ante la perspectiva de perder el poder, como lo proyectaban las principales encuestas desde finales del año pasado. Una campaña como la de 2006 en que pareciera valerse de todo para anular a un actor político y en la que intervienen de manera central algunos de los principales grupos económicos, infundiendo temor en sus mensajes e interviniendo de manera clara y acaso indebida en la elección al coaccionar el voto de diversas maneras.
¿A qué está dispuesto el grupo gobernante para impedir la victoria de Andrés Manuel López Obrador? Preguntó el pasado lunes 30 de abril el analista Jesús Silva Herzog Márquez, crítico del candidato Presidencial de la coalición encabezada por Morena. “Porque vivimos la agonía de un acuerdo político y económico, se percibe la tentación autoritaria de preservarlo”, advirtió en su colaboración en el diario Reforma.
Como hipótesis, podría plantearse que la élite gobernante ha decidido hacer uso de todos los recursos legales y meta-legales para incidir en la elección y revertir lo que parece inevitable: la derrota del PRI-PAN/PRD y la llegada al poder del proyecto social que plantea Andrés Manuel López Obrador. En el uso de esos amplios recursos de que dispone está el manejo discrecional de recursos públicos, de programas sociales y padrones de millones de pobres, de encuadres noticiosos por consigna en miles de medios de comunicación y portales electrónicos para apuntalar sus posturas y afectar al contrario.
Las tentaciones de la élite gobernante de dar un golpe sobre la mesa para revertir el escenario de derrota no se han ido, por el contrario se incrementarán en las semanas que restan para la elección, al igual que aumentará el discurso salvaje para inyectar aún más miedo en los electores sobre el futuro apocalíptico que se avecina de triunfar López Obrador. “La otra alternativa es alguien que hoy está al servicio de los narcotraficantes”, dice uno de los spots reciente de José Antonio Meade aludiendo a López Obrador, a quien -sin probarlo- acusa de haberse “convertido en un títere de los criminales”.
No es nueva la presencia de mensajes negativos y campañas sucias. Al menos como fenómeno comunicativo pueden remontarse a 1988 justamente con la irrupción de una campaña competitiva y en posibilidad de disputar el poder al PRI, como lo fue la del Frente Democrático Nacional que impulsó a Cuauhtémoc Cárdenas a la Presidencia. Antes de ello, sin competencia política, el gobierno tenía el control de la agenda, el control de gran parte de medios de comunicación y de las instancias e instrumentos jurídicos para revisar y calificar las elecciones. No había por tanto necesidad de acudir a esas campañas de lodo.
Es conocida la historia envilecida de la elección de 1988, cuando Jacobo Zabludovsky (conductor estelar de Televisa) entrevista a dos medios hermanos de Cárdenas, para golpear la campaña del Frente Democrático Nacional. “Nosotros no estamos en ninguna corriente democrática…sentimos que se esté tomando el nombre de mi padre (Lázaro Cárdenas) para explotar una campaña política que es incongruente totalmente, porque después de pertenecer al sistema, de ahí haber salido la gubernatura, la senaduría y la subsecretaría, pues entrar en una corriente que no va de acuerdo a los principios de nuestra revolución”, expresó en aquella entrevista uno de los entrevistados (https://goo.gl/aN9UVV).
Lo mismo sucede en la elección de 1994, de nuevo contra la campaña de Cárdenas a quien se vincula con la violencia y la desestabilización del país. Adolfo Aguilar Zínser, vocero de esa campaña, dejó constancia de ello en su libro Vamos a ganar, en el que registró por ejemplo la cobertura informativa que se dio la tarde trágica del asesinato de Luis Donaldo Colosio: “En el monitor instalado en el autobús captamos el canal de las estrellas. Una a una se transmitieron y comentaron por Jacobo Zabludovsky las reacciones de los candidatos, a algunos se les entrevistó, otros telefonearon al estudio, pero en cada caso la voz y la imagen eran las de la misma persona, excepto con Cárdenas. La voz del candidato del PRD lamentando el atentado se escuchó mientras en la pantalla se veían las escenas mismas: el momento exacto en que Colosio recibe el fogonazo mortal en la cabeza y cae ensangrentado. Esa asociación de imágenes me pareció criminal, indignante, la mayoría de los televidentes no la descubrió, sólo la vio”.
Un pasado que no se ha ido. Pareciera que en cada campaña ante la posibilidad de la derrota se acude a movilizar los resortes del miedo y la guerra sucia, aunque no siempre con los mismos resultados. Hay también un aprendizaje social y una inoculación ante el efecto de esos mensajes, como parecer ser suceder en esta campaña.
A poco más de cuarenta días de la elección, el clima de opinión de la campaña Presidencial se ha decantado por la posibilidad de transformar el régimen y votar mayoritariamente en contra del PRI. Así lo expresó la última encuesta de Reforma del pasado dos de mayo (https://goo.gl/7TvYKF) en la cual el 79% por ciento de los encuestados respondieron que debe cambiar el partido en el gobierno.
Al igual que en 2000 a favor de Fox y su discurso del cambio o en 2012 favorable a la propuesta de modernidad de Peña Nieto, en 2018 el clima de opinión parece claramente favorable a la propuesta que plantea López Obrador, como lo indican las principales encuestas en el país que a seis semanas de la elección arrojan en promedio una diferencia de 15 puntos de intención de voto favorable al candidato de Morena (la última de El Financiero publicada este lunes le dio una diferencia de 20 puntos sobre el segundo lugar). Quien quiera constatar ese clima de opinión debe revisar los eventos tumultuosos que encabeza Obrador por todo el país, en los que se percibe sobre todo la euforia y esperanza.
Ante este escenario, el presidente Enrique Peña Nieto deberá resolver pronto un dilema complejo: pasar a la historia como Ernesto Zedillo manteniéndose al margen de la elección Presidencial o asumir el papel de Vicente Fox, interviniendo de manera indebida en la campaña para descalificar a un adversario, poniendo en “grave peligro” la elección como lo determinó en su momento la sentencia del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. Un dilema que día a día comenzará a despejarse.