Canteros que preservan la historia

Texto y fotografías de María Ruiz

Fausto y Fernando Silva Silva son dos hermanos cuyas manos hábiles han acariciado la cantera durante más de cuatro décadas, quienes tejen un relato de destreza y amor por la historia.

Desde su juventud han moldeado la piedra con maestría, preservando el legado de un material que guarda sus secretos en cada veta.

Este dúo de canteros, reunidos nuevamente en una danza de trabajo en la piedra, se sumerge en la noble tarea de revivir los adoquines de la Calzada de Guadalupe, piezas con más de un siglo de historias susurradas entre sus grietas.

Calles empedradas que hoy vuelven a cobrar vida, pues cada pieza que ha sido renovada por sus manos, ya está siendo colocada con esmero a un costado del jardín Colón, testigo mudo de la metamorfosis en curso.

La cantera, proveniente de la imponente Sierra de San Miguelito, y como desde hace años, se convierte en el lienzo donde se plasma no solo el devenir cotidiano de la ciudad, sino también la esencia misma de un legado natural que se niega a desvanecer en el olvido.

Para Fausto y Fernando es más que tallar piedra, es revivir memorias, esculpir el pasado en cada surco y pulir el futuro con la promesa de la eternidad.

Cada cincelada, cada pulida, es un tributo a la paciencia, al oficio que se hereda y se perfecciona con cada golpe de martillo.

“Para darle forma a cada adoquín nos tardamos media hora o cuarenta minutos. Esta cantera no es tan suave, mucha gente las confunde con la cantera rosada y morada, que suelen ser más fáciles de moldear, pero esta es una piedra no tan porosa, es más dura y difícil de cincelar”.

Entre risas compartidas y silencios elocuentes, estos artesanos han transformado casi dos mil adoquines, cada uno como oda al tiempo y al esfuerzo dedicado.

En cada adoquín reposa un pedazo de su propia historia, una herencia que trasciende las fronteras del tiempo y se ancla en el corazón de esta ciudad que late al compás de la cantera labrada con amor y dedicación.

“Tenemos cuarenta años de pulir piedra y darle forma, somos cabareteros de oficio, comenzamos en Escalerillas. Nos contactaron porque hace muchos años nosotros éramos quienes hacíamos las reparaciones del adoquín, le dábamos forma nueva. Hoy ya estamos por terminar, solo dimos un nuevo nivel a la cantera y lo alisamos para que quede parejo”.

Fausto y Fernando Silva Silva, guardianes de la tradición, también se dijeron entusiasmados por que su trabajo será guarida del halo de misterio que envuelve los vestigios históricos provenientes del siglo XVII que reposan en el jardín Colón, que estarán ocultos a la vista, pero palpables en cada paso que resuene en este espacio.

“Claro que nos honra y nos da gusto que la cantera que labramos y dimos forma con el cincel y el mazo, sea una especie de guarida de un legado de antaño”.

Los vestigios, testigos silenciosos de épocas olvidadas, hoy se preparan para ser abrazados por su trabajo en la cantera, por sus manos que preservan la memoria colectiva, pues a partir de este 15 de abril, el adoquín que se acomoda sobre la tierra ofrece un respiro de eternidad a los secretos enterrados bajo la superficie, una promesa de continuidad en un mundo que cambia constantemente.

Fausto y Fernando también remarcaron que, con cada golpe de martillo, removieron solo las capas superficiales de un adoquín que necesitaba ser nivelado, pero con su trabajo también rescatan fragmentos de historias enterradas, entrelazando el pasado con el presente en un baile armonioso de tradición y renovación.

Así, en el jardín Colón, la cantera cobra vida no solo como material de construcción, sino como guardiana de los susurros del pasado, ahora enlazados con el futuro en cada adoquín que se coloca con reverencia.

“Estamos felices que esta parte de la ciudad lleve la marca de nuestro trabajo como cantareros, sobretodo en los adoquines que ha sido testigos del tiempo”.

Fausto y Fernando escriben un nuevo capítulo en la historia, donde el pasado y el presente convergen en un abrazo eterno.

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