Cárcel de las recogidas. Terror de día y noche

unnamed-8

 

Por: Diana López.

 

Hoy en día, el edificio administrativo del Congreso del Estado o edificio “Presidente Juárez”, alberga a diario a diputados potosinos que diariamente trabajan por el bienestar social y común de toda la ciudadanía. Entre sus paredes y por sus habitaciones y corredores, desde hace más de 40 años, la clase política acumula historias y anécdotas conocidas y no tan conocidas por el resto de las personas.

Pero este edificio también guarda hechos que mancharon de sangre el actual Congreso. Su objetivo al construirse distaba mucho del uso que se le da hoy en día. A partir de los hechos sucedidos en el lugar, se crearon leyendas e historias que sirvieron de inspiración para ser difundidas a través de las generaciones.

Y aunque la intención de este edificio era impartir educación para una clase vulnerable del sexo femenino, su uso evolucionó hasta convertirse en lo que es ahora.

Y las leyendas son muchas. Aunque actualmente parece que espantan más de día, que de noche.

 

 

La cárcel de las recogidas. 

Su construcción dio comienzo en el año de 1772 por el Cap. Francisco de la Mora y Luna, conde de Santa María de Guadalupe del Peñasco, dueño de la ex hacienda de Peñasco, quien hace lo necesario para fundar una escuela con educación religiosa, donde se pudiera instruir a la clase femenina vulnerable para que ésta pudiera adecuarse a la sociedad potosina de aquellos años.

Así, se construye este edificio junto con su capilla dedicada a nuestra Señora de los Dolores. En 1779 se da por terminada la obra, quedando lista para su apertura; pero las epidemias de la época obligaron al conde a postergar la inauguración hasta un año después, conociéndose como “la cárcel de las recogidas”.

Su interior ofrecía cerca de 18 celdas, una por rea. Sin embargo, esta regla nunca fue respetada, pues más de 80 personas fueron recluidas en este sitio que estaría lleno de malos tratos, tortura y hasta fines comerciales con las presas, que en su mayoría eran prostitutas, judías y cualquiera que practicara la brujería o fuera acusada de hacerlo.

Tomasa Bernal era el nombre de la primera rectora del lugar, ante la creencia de “mujer educa a mujer”; sin embargo, lo que menos hacía Quijano era impartirles una educación a las presas.

Desde la hacienda del conde de Peñasco, se estableció que dos reses fueran enviadas a la prisión para que sirvieran de alimento a las mujeres; pero los animales eran vendidos por la rectora, quien además, según registros históricos, no sólo dejaba a las presas sin alimento, sino que su “ejercicio práctico” consistía en aventar carbones a los pies descalzos de las reas en cada celda. Incluso se dice que llegó a matar a más de una a golpes; además, como estas mujeres no podían entrar a camposanto, sus restos eran sepultados en los dos jardines que hasta el día de hoy, existen en el lugar.

 

Una segunda rectora asumió el puesto de la primera en el año de 1798, y su estancia se prolongaría hasta 1804. Si bien sus actividades dentro de la cárcel eran menos sádicas, la rectora aprovechó su poder para hacer un buen comercio con las reas. Al enterarse de la existencia de varias prostitutas dentro del lugar, abría las puertas en la noche para que todo aquel transeúnte nocturno –que muchas veces era de clase acomodada-, encontrara mercancía carnal a precios accesibles, y cuyas ganancias totales iban a parar a manos de Tomasa Quijano, que era su nombre.

Ahora bien, si alguna presa se rehusaba a prostituirse, también debía de pagar para verse librada de ese cargo.

Se sabe también que esta mujer, cuando no había clientela, permitía salir a las presas acompañadas de alguien que las vigilara, para que se prostituyeran, teniendo que volver al lugar a las cinco de la mañana con dinero en mano, so pena de ser castigadas y casi asesinadas a golpes.

 

 

Un nuevo rumbo sin duración.

Ahora bien, era de esperarse que con el paso del tiempo, estas acciones y medidas llegaran a oídos de los descendientes de la Hacienda de Peñasco, quienes decidieron colocar a una de sus integrantes como rectora; las cosas sin duda cambiaron, pero al estallar la Independencia de México en 1810, la cárcel de mujeres desapareció, dando paso a un edificio multiusos.

Por ejemplo, durante la intervención francesa y norteamericana, el lugar sirvió como cuartel. Los franceses lo nombraron “La Martinica”; también se usó como cárcel de hombres y estanco de tabaco.

Para 1845, se instala en una parte del lugar la Escuela Principal Lancasteriana, que dos años más tarde pasaría a llamarse la Escuela Normal del Estado, hoy la Benemérita y Centenaria Escuela Normal del Estado, fundada por Pedro Vallejo, cuyo nombre lleva la calle que pasa por enfrente de donde alguna vez, estuvo esta escuela.

Después de usarse como cuartel general, el resto del lugar, o sea la capilla, dejó de utilizarse. Se restauraba y abría paulatinamente. Pero en 1914 cierra sus puertas definitivamente, siendo confiscada poco tiempo después.

 

 

Desmintiendo la leyenda. 

El libro de Mariano Aguilar, “Leyendas Potosinas”, es conocido en toda la ciudad capital y probablemente más allá. Ha pasado por muchas generaciones, y muchos recordarán una de las leyendas más conocidas que contienen sus páginas: “La Copetes”, una prostituta que mataba a sus amantes y los enterraba en el jardín.

Pues bien, historiadores aseguran que esta leyenda es falsa, y que sólo la cárcel de las recogidas fue inspiración para que Aguilar construyera esa historia, pues quienes asesinaban y enterraban cuerpos en los jardines eran las dos rectoras antes mencionadas.

 

 

En 1971 se demolieron las construcciones que rodeaban la capilla y el gobernador Antonio Rocha compró otras fincas para construir el Poder Judicial. La capilla, que estaba muy transformada y deteriorada, fue reparada y se adoptó como vestíbulo del nuevo edificio, inaugurado el 9 de abril de 1972, proyecto a cargo del Arquitecto Cossío.

A las afueras, se instaló la cabeza de Juárez, en bronce.

Tal vez el edificio ha sufrido modificaciones a lo largo del tiempo. Pero se dice que todavía siguen existiendo restos óseos en los jardines, pero muy pocos saben que siguen ahí…

Skip to content