Antonio González Vázquez
Este martes 18 de mayo, se cumplen 29 años del deceso del Doctor Salvador Nava Martínez. Aquel día de 1992, en San Luis Potosí se extendió un sentimiento de profunda tristeza.
La partida del líder inundó de pesar a miles y miles de potosinos. Era su líder y se le quería con una emotividad que envidiaría cualquier dirigente, político, gobernante o candidato en la actualidad.
Un hombre honesto y de principios; apasionado y entregado a la lucha por la democracia en tiempos del autoritarismo del PRI.
Entregó su vida a servir a los demás, había en el Doctor una firme vocación de servicio y eso lo llevó a enfrentar al Poder. Anduvo por los tortuosos caminos de la política en pos de un objetivo ejemplar: que el pueblo fuera partícipe en la toma de decisiones del gobierno.
Hombre decente, conquistó la mente y el corazón de quienes le escuchaban hablar de la dignidad como el motor del cambio, de la transición a la democracia, de la civilidad y de la participación ciudadana como instrumentos de la transformación.
El cambio empieza con la defensa de la dignidad de la persona. Dignificarse en lo individual para luego dignificar a la sociedad y ésta, a sus autoridades.
Hace 29 años que se fue Nava y se le recuerda hoy, porque a San Luis Potosí le hace mucha falta contar con personas íntegras que hagan, de la política algo distinto al lodazal que es hoy.
Enfrentó al poder público, a los poderes fácticos y también a la prensa corrupta, a grupos facciosos, a caciques, a políticos corruptos y ambiciosos. Los venció una y otra vez porque tenía al pueblo de su lado.
Luego del Doctor, en la escena política y social no ha habido nadie con una personalidad semejante. Era un hombre sencillo, de modales y de un carisma envolvente que reflejaba la sabiduría popular.
Hacía política con un enfoque ciudadano; a través de él hablaba la gente. En su palabra, se entendían mejor los anhelos de un pueblo que había sido maltratado, manipulado y engañado por gobernantes sin escrúpulos.
Fue un buen alcalde pese al boicot instrumentado en cu contra por el entonces gobernador Carlos Jonguitud Barrios, quien pretendió asfixiar financieramente a un ayuntamiento más ciudadano que partidista.
Venció al cacique-gobernador y con ello, dio un golpe inédito a un sistema habituado a manejar a su antojo los recursos que le correspondían legalmente al municipio. Ejerció los recursos con transparencia y honestidad. Las cuentas claras en ese tiempo era algo impensable.
Un tiempo después fue candidato a gobernador y contra todo, contra el gobierno, contra los empresarios, contra la prensa y contra partidos tan perversos como fraudulentos, encabezó una campaña que atrajo la atención nacional e internacional.
Le hicieron fraude porque a su modo, en aquel 1991 fue estigmatizado como un estorbo. Era un peligro para los poderosos de San Luis que hicieron equipo con el PRI y su candidato, Fausto Zapata Loredo.
El fraude electoral despertó la conciencia de una sociedad que decidió romper las ataduras, salió a las calles y a las plazas para exigir respeto al voto. La indignación creció y creció hasta que San Luis se convirtió en centro de la atención de la república entera.
La marcha de la dignidad emprendida por el Doctor a la ciudad de México para denunciar el fraude, marcó el destino del gobernador que debió dejar el cargo apenas catorce días después de haber tomado posesión. Nadie había derrotado al sistema y al PRI y Nava lo hizo: le asistía la razón y la gente lo sabía.
En estos días de efervescencia electoral es importante recordar a Salvador Nava Martínez.
A los diversos candidatos no los sigue la gente; se hacen acompañar de aduladores, de una lambisconería ramplona. A su lado, grupúsculos que van por una tajada del pastel; horda de arribistas que hacen campaña con el trueque de espejitos a cambio del voto de los potosinos.
No hay empatía que vincule a los candidatos con la ciudadanía; hay campañas con acarreados a mítines donde la verborrea es el platillo principal. Candidatos arrogantes que no se cansan de decir que van a ganar y que con ellos, todo va a cambiar; auténticos farsantes como aquellos que hacen pasar aguas negras como miel.
Los que buscan cargos de elección popular, lo hacen por su vulgar ambición. Para ganarse los votos se valen de todo: despensas, tarjetas monetizadas, tarjetas que ofrecen apoyos y servicios públicos, uso del erario y dinero en efectivo.
Tomar la bandera de un partido para luego abandonarla y tomar, sin mayor rubor, otra nueva.
Recurren al engaño al ofrecer acciones, programas de apoyo y obras para las que no existe presupuesto que alcance. Ofrecen soluciones mágicas a problemas que desconocen.
Algunos son sobrados ignorantes y otros consumados demagogos. Otros, destacan por sus locuras y excesos, mientras que unos más dan rienda suelta a la frivolidad, a la desmesura o la guerra sucia.
Hay más candidatos innombrables e impresentables que aquellos comprometidos con el estado y con la gente. Candidatos de negro historial, oportunistas, vividores eternos del presupuesto. Son un saco de trampas y mañas.
Las opciones para elegir buenos gobernantes y/o a servidores públicos con real espíritu de servicios, son mínimas sino es que nulas; van por el botín de las alcaldías, de la legislatura o del ejecutivo.
Nava pensaba en la gente, planeaba gobernar para y con la gente; el gobierno del pueblo para el pueblo.
¿Alguien hace eso hoy?
No, definitivamente.
Nava anteponía la dignidad del ciudadano, escuchaba a la gente y esa palabra se convertía después en propuesta.
¿Hoy, a tres semanas de las elecciones, alguien hace eso hoy?
No, está claro que no.