Mariana de Pablos
Entre decepción y tristeza, los productores agrícolas y ganaderos de la Huasteca potosina ven pasar por encima de sus cultivos y animales otro día de sol y cielo despejado. La crisis climática que hoy azota con más fuerza que nunca a esta región, lleva impreso el sello de la muerte y la perdida. A los cañicultores no les queda más que la esperanza de que en este mes de septiembre, temporada más alta de lluvias, Tláloc se apiade de ellos y el agua del cielo, que tanto les hace falta, se deje caer sobre la tierra.
Sería necesario verlo para entenderlo: lo que antes eran metros y metros de altura de gruesas varas cuya base color café claro se iba difuminando en tonalidades amarillo oscuro y verdes hasta desembocar en unas grandes, puntiagudas y resistentes hojas; ahora se encuentra reducido a cientos de miles de ramas delgadas, cuyo amarillo pálido y hojas débiles contagian un profuso sentimiento de nostalgia.
Así es como se ve ahora la localidad de Palmira Viejo, en el municipio de Tancanhuitz, donde se cultivan cientos de hectáreas de caña que abastecen al Ingenio Plan de Ayala, ubicado en Ciudad Valles; lugar en el que, hasta el momento, se tiene registro de la temperatura más alta a nivel estatal de acuerdo con datos del Sistema Meteorológico Nacional (SMN): 50 grados centígrados.
De esta localidad son Margarita Buendía González y su familia, quienes desde que puede recordar, han trabajado en el cultivo de caña en esta localidad. Su padre, quien aprendió de su abuelo, le enseñó a ella y a sus hermanos todo lo que sabe acerca de las técnicas de cultivo de esta planta: cómo cultivarla, qué fertilizantes usar, cómo regarla, cuándo esperar las lluvias; así como también cómo quemarla y limpiarla.
Desde hace generaciones, Margarita y su familia son parte de los 8 mil 400 agricultores de caña contabilizados a nivel estatal que sostienen esta actividad. De la cual, en un buen año de lluvias, cosechan un total de 45 toneladas por hectárea.
Sin embargo, cuenta Margarita, la problemática de sequía que se ha vivido con especial ímpetu en los últimos años ha implicado la perdida de hasta el 20 por ciento de la producción de su cosecha.
Además de las lluvias que caen sobre los cultivos, los productores de caña se abastecen de agua de los pozos que se encuentran dentro de las hectáreas o del río ubicado a las orillas de la localidad.
No obstante, “el estiaje ha tenido un gran impacto en la producción porque el río del que nos abastecemos se ha llegado a secar. En primavera-verano llegó a un nivel crítico en el que la población ya no sabía qué hacer, por una parte con el río, y por otra de cómo hacerle para que sus cultivos siguieran vivos”.
La oficina estatal de la Comisión Nacional del Agua (Conagua) en San Luis Potosí reportó que en los dos últimos años las lluvias han sido menores a la media anual, lo cual repercute directamente sobre la producción de caña: en el caso de la zafra 2022-2023, concluida el pasado mes de junio, la molienda final fue de 907 mil 415 toneladas, un 40 por ciento menos que el año pasado.
La caña de azúcar es uno de los cultivos con mayor demanda de agua que existen, y la falta de disponibilidad de esta es el factor más importante que afecta su crecimiento. A esto habría que añadir, además, las consecuencias del cambio climático, pues las altas temperaturas contribuyen en la evaporación del agua disponible en el suelo, lo que deriva en una importante falta de humedad y perdida de nutrientes de la tierra sobre la que se hace la siembra. De forma tal que “el terreno no sirva para próximos cultivos”.
Es decir que, en el caso de la caña, el cañero pierde doble: por una parte, la cosecha actual y, al tratarse de un perene, también se pierde la cepa del cultivo.
Ante esta situación, la mayoría de los agricultores de caña han optado por contratar el servicio de agua por pipas. Lo que ha implicado, a su vez, la construcción de más pozos que permitan una mayor capacidad de almacenaje de agua. Mientras que otros han recurrido al uso de la “lluvia sólida”.
La lluvia sólida es un conjunto de polímeros instalados en el área de la raíz de las plantas, los cuales, al momento de llover o regar, impiden que el agua se infiltre al subsuelo, pues en su lugar, esta se solidifica en la raíz, conservando así la humedad y consumiéndose lo necesario para la planta.
“De forma que el cultivo permanece con más agua durante más tiempo, ayudando a que la sequía no lo dañe completamente”, explica Margarita.
En la región Huasteca, la más rica en recursos naturales de la entidad, los agricultores y el sector ganadero resienten profundamente las consecuencias de la sequía y el cambio climático. Este es el caso de Margarita Buendía y su familia, cuya labor en los campos de cultivo de caña se ha vuelto más difícil e impredecible al ahora desconocer las condiciones meteorológicas que antes sabían prever con cálculos casi perfectos.
“Uno sabe cuándo son las épocas de lluvia, cuándo son las épocas de sequía, pero ahora no, ya no sabemos. Entonces sí ha habido un gran descontrol”.
A esto habría que sumar, además, que las pérdidas económicas que esta situación se lleva consigo año tras año se agravan al tener que considerar futuras inversiones y gastos que antes no tenían cabida en su labor.