Si es cierto, como algunos escritores aseguran, que la literatura exige disciplina y un nivel mínimo de claridad mental para saber discernir qué se quiere hacer y qué no con el lenguaje, es innegable que en la historia de los libros la casualidad y la fortuna, el equívoco y la circunstancia imprevista, también cumplen una función que nadie planeó al momento de determinar la forma en que cierta obra o autor son recibidos por sus contemporáneos o por sus lectores póstumos.
Este es el caso de los libros que resultaron extraviados en el curso de la historia, obras destruidas por sus propios autores o por otros personajes a quienes se les entregó con la esperanza de que las editaran, manuscritos que no sobrevivieron hasta la invención de formatos más apropiados para la conservación, naufragios que nos invitan a imaginar el posible esplendor de lo perdido.
A continuación te presentamos 5 libros irremediablemente perdidos que quizá, como en “El nombre de la rosa”, tuvieron dicho destino porque algo o alguien determinó que solo así este seguiría siendo “el mejor de los mundos posibles”.
1. Los libros perdidos de la Biblia.
La Biblia, en su forma actual, no es más que el convenio canónico acordado entre la jerarquía eclesiástica, en el caso del cristianismo durante el Concilio de Trento (1545–63). Sin embargo, a estos textos “auténticos” se oponen los llamados “apócrifos”, algunos de los cuales fueron rescatados e incluso en nuestros días es posible leerlos.
Pero otros muchos no corrieron la misma suerte. Se conoce solo por alusión indirecta una veintena de libros irremediablemente perdidos, algunos con sugerentes títulos como “El libro de las batallas de Yahvé”.
2. El ignorado encuentro entre Cervantes y Shakespeare.
Sin duda en esta lista no podría faltar el nombre de William Shakespeare, el poeta en torno al cual llevan siglos cerniéndose un enigma sobre otro, sin nunca quedar resueltos. En este caso se trata de una obra supuestamente escrita entre el bardo y John Fletcher y que estuvo basada en la tragedia de Cardenio que Cervantes cuenta al interior del Quijote. Si ya el nombre de Shakespeare impone un aura de codicia al objeto perdido, esta pieza es todavía más sugerente por el hecho de que ahí se encontraron literariamente dos de los escritores más geniales de todos los tiempos.
3. Un cartógrafo y viajero antes de Mercator.
Mercator tiene fama de haber trazado uno de los primeros mapas con proyección innovadora que permitió a los viajeros, especialmente a los navegantes, alcanzar sus metas con mayor precisión. Sin embargo, antes de este cartógrafo flamenco se dice que vivió un monje que recorrió el océano Atlántico hasta alcanzar el Polo Norte, describiendo con inusitada precisión la geografía ártica en una obra que tituló Inventio Fortunata, algo que podría traducirse como El descubrimiento de las Islas de la Fortuna y que quizá hace referencia a esa tradición mitológica que situaba en las regiones más septentrionales los reinos bienaventurados (de ahí, por ejemplo, los Hiperbóreos).
Un poco por la precariedad de los recursos empleados en la confección de libros en aquella época (siglo XIV), ninguna de las cinco copias que se hicieron del tratado sobrevivió, ni siquiera aquella que el propio monje entregó al rey Eduardo III de Inglaterra.
Más tarde, un cofrade del autor platicó el contenido de la obra a otro flamenco, un tal Jacob Cnoyen, quien redactó lo escuchado y lo publicó como obra suya con el título de Itinerarium, mismo que también se perdió, aunque no sin antes llegar a las manos de Mercator, quien obtuvo de ese segundo traslado la pieza ártica con la que completó su mapa mundial.
4. El borrador de El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde.
Uno de los episodios más emblemáticos de la literatura moderna, la disociación entre el ser humano y la parte absolutamente malvada que habita en cualquiera de nosotros, conoció una protoversión que sin embargo no fue la que Stevenson dio a la imprenta. Según se cuenta, el novelista inglés fue presa de un frenesí literario que lo llevó a escribir cerca de 30,000 palabras en tan solo tres días. Por esta delirante prisa Stevenson y su relato están incluidos en la lista de los libros escritos con la asistencia de alguna droga, la cocaína para ser más precisos, que según se dice impulsó al escritor a entrar en ese trance cruzado de letras, horror, fantasía y claridad psíquica.
Pero dicha versión no es la que conocemos actualmente, ya que Stevenson la entregó a su esposa, Fanny, para que le diera su visto bueno. Parecer ser que la mujer no se sintió demasiado convencida y sugirió a su marido que diera un tinte más moral a la historia. Este juicio bastó para que Robert Louis entregara su borrador a las llamas de la chimenea, privándonos de un posible testimonio de escritura frenética protagonizada por inefables demonios.
5. La invaluable maleta de Ernest Hemingway.
La incursión de Hemingway en algunos de los conflictos armados más cruciales del siglo XX es bien conocida. Se sabe que en la Primera guerra mundial sirvió como conductor de ambulancia en el frente italiano, que presenció algunos de los episodios más cruentos de la Guerra civil española y que incluso tuvo alguna participación en los últimos días de la Segunda guerra mundial y, por si esto fuera poco, que en medio de todo aquel caos se dio tiempo y oportunidad para escribir las narraciones que harían de él uno de los nombres más celebrados de la literatura.
Sin embargo, ese Hemingway que leemos y elogiamos quizá sería muy distinto si en 1922 su esposa, Hadley, no hubiera metido en una maleta cientos de manuscritos con los cuentos, fragmentos de novela y otros apuntes que entonces había escrito Ernest. Hadley, que se encontraba en París, había empacado todo esto porque se reuniría con su esposo en Lausanne, Suiza, adonde llegaría sin la preciosa maleta, perdida o robada en la ruta ferroviaria que unía ambas localidades.
Hemingway sintió tanto la catástrofe que, a la postre, se convertiría en la causa de su divorcio con Hadley (por este caso y el anterior de Stevenson sería interesante conocer la influencia secreta que las parejas de los escritores tienen en la obra de estos).
Con todo, Stuart Kelly, autor de The Book of Lost Books, conjetura que sin esta pérdida quizá Hemingway no se hubiera convertido en ese gran escritor que llegó a ganar premios tan importantes como el Pulitzer y el Nobel, que acaso no hubiera dejado de ser el escritor mediocre que se limita a corregir sus torpes intentos de juventud.