Cotidianidad: El maquinista de la plaza

Carlos Rubio

San Luis Potosí tiene en sus sitios más importantes, personajes que los caracterizan; personalidades que quedan marcadas en la memoria de las personas, tan a fondo, que en ocasiones solo regresan a un lugar para volver a ver a esa persona que dedica su vida a agregar emociones a donde sea que vaya.

Desde hace años que voy a la Plaza Tangamanga con mi madre y justo después de la entrada principal, veo un gran y colorido tren; tiene cuatro vagones, de colores rojo, verde y azul. Las personas esperan su turno para subirse; en su mayoría son niños, emocionados por su primer paseo en tren, sus padres también pueden subir con ellos y compartir el camino. Pero, ¿qué es lo que hace tan especial un viaje a través de una pequeña plaza? No es el qué, sino el quién.

Arturo Martínez, es el nombre de la persona que se encarga de conducir este tren, sin embargo, su habilidad para manejar queda en segundo plano cuando vemos el entusiasmo con el que emprende cada viaje. Sin importar si está llevando a una, dos, tres o diez personas, el hombre de 50 años canta, grita y vuelve único cada paseo.

Es originario del Estado de México, pero desde joven comenzó a venir a la ciudad con su padre, quien tenía un trabajo cerca de aquí. Más tarde decidió quedarse permanentemente por cuestiones de tranquilidad y seguridad que ofrecía el estado. Ahora ya lleva 30 años sintiéndose potosino.

Entró a estudiar a la Universidad Autónoma, en un primer momento, a la Facultad de Ciencias Químicas y después, a Economía; lamentablemente por cuestiones de hogar y renta, le fue muy difícil continuar con sus estudios y tuvo que abandonarlos completamente.

El maquinista espera con tranquilidad la llegada de su siguiente cliente. Con un uniforme azul con un par de líneas grises en los brazos, Arturo demuestra simpatía cada que alguien se acerca a hablar con él, en especial si es un niño que quiere subir a su tren a dar un paseo. Sus palabras se han vuelto armoniosas, de un tono cálido, siempre buscando el momento de salir y entonar una canción.

Ha trabajado en diversos negocios como en Sanborns, Carrefour, la Comercial Mexicana y Domino’s pizza, en este último se encargó de llevar la producción. Su convivencia con jóvenes fue ilimitada, experiencia que ahora aplica para su actual labor, a la que se dedica todos los días, desde la mañana, hasta la noche.

Un día común caminaba por la plaza con su hijo, se dirigía al desvanecido restaurante California, donde buscaba recuperar su trabajo que perdió debido a una alergia. En el módulo del tren había un letrero en el que solicitaban un conductor, su hijo fue quien se lo hizo notar e inmediatamente Arturo llenó una solicitud de trabajo que entregó. Dos días después recibió una llamada, buscando a quien hoy, es la persona más feliz de la plaza.

Hasta ahora han pasado 9 años desde que se subió por primera vez, en mayo del 2009, al tren en el que comenzó a emprender viajes inolvidables para quien quiera subirse y ser transportado por él. 9 años desde el momento en el que comenzó a formarse, el maquinista de Plaza Tangamanga.

No es cualquier trabajo el manejar un tren, Arturo se preocupa, tanto por la seguridad de los niños que van disfrutando del viaje, como de los pequeños que observan desde abajo. Es posible llegar hasta los 60 kilómetros por hora si no se tienen las precauciones necesarias, además, los vagones juegan malos ratos en las bajadas, ya que no cuentan con frenos y bajan a gran velocidad.

Aunque está diseñado para niños, Arturo permite que cualquier persona suba al tren, ya sea niños, adultos o personas mayores. Para él, todos pueden divertirse de la misma forma, orquestados por él y sus cantos. Tiene un gran conocimiento acerca de la historia de México, que le gusta compartir con quien sea que tenga una plática con él.

—¿Cómo recibe la gente sus expresiones durante el viaje?

—Les ha gustado mucho, los papás me dicen que es el tren de la fiesta. Primero trato de que todos estén a gusto y después de que todos tengan la emoción de gritar y cantar conmigo. He recibido muchas muestras de cariño y respeto por parte de quienes se suben. Mientras Dios me siga dando vida, yo estaré aquí haciendo mi relajo.

En ocasiones tiene que lidiar con la administración, los vigilantes, los locatarios y los de la limpieza, entre los que se encuentran algunos a los que no les parece el uso del tren. También las personas a veces le juegan en su contra, cruzándose en el camino a propósito o intentado cruzar por en medio de los vagones, poniendo en riesgo su seguridad y todo el trabajo de Arturo. Aunado a eso, hay locatarios que lo consideran como “el alma de la plaza”.

El tren también es rentado para su uso en fiestas infantiles, a las cuales Arturo acude, siempre siguiendo y cuidando de su fiel transporte, el cual conoce como la palma de su mano.

Cuando se aproxima una fecha importante, Arturo suele disfrazarse y decorar el tren de acuerdo a la celebración; no es parte de su trabajo, sin embargo, él lo hace para volver más emotiva la experiencia al momento de subir. Este mes se trata de resaltar los colores y símbolos patrios, ya tiene una bandera de México justo al frente del tren, al que llama “el tren de la insurgencia, el tren de la libertad”. También da paletas, regalos y hace concursos para sus clientes.

Detrás de todo su esfuerzo se encuentra una de las personas más importantes en su vida: su esposa, quien proviene de Monterrey. Ambos se encontraron aquí en la capital, trabajando en una tienda de los alrededores de la plaza. Ella lo ayuda en la creación de personajes y la implementación de nuevas ideas para llevar al tren. Con una mirada que va a lo lejos, adquiriendo un tono serio, pero a la vez satisfecho, Arturo la define como “una mujer excepcional, una muy bonita esposa”.

Por más personajes que Arturo invente, el más importante siempre será el del maquinista de la plaza que grita “manos arriba”, cada que los vagones pasan hacia abajo por una rampa, o que detiene su trayecto para bajar y repartir dulces entre los presentes, todo con tal de sacarles una sonrisa a sus clientes.

Él ya se ha vuelto un símbolo de la Plaza Tangamanga, una persona que disfruta su trabajo y siente la felicidad, a la velocidad a la que vaya.

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