Cotidianidad: La reivindicación del ser

Carlos Rubio

Somos tan susceptibles a equivocarnos, que lo hemos convertido en el argumento para probar que somos humanos; transformamos la perfección para hacerla una cualidad únicamente alcanzable por máquinas, que curiosamente, son fabricadas por nosotros, los seres imperfectos que habitan en el mundo.

Hay quienes aseguran que tenemos 2 vidas. La segunda sirve en caso de perder el camino en la primera; es la oportunidad que aparece de la nada como un salvavidas para refrendar los errores cometidos. Se manifiesta de diferentes formas: a veces puede ser una persona, otras, es una situación que te hace reaccionar y ver con claridad hasta dónde has llegado. Solo los afortunados logran ver esta segunda oportunidad.

La condición imperfecta del ser humano nos lleva a diferentes lugares, como a José, que lo ha conducido a sentarse todos los días frente a una gran silla, con un techo que le ofrece una agradable sombra, para esperar a que alguien se siente en ella y disponerse a trabajar. Con 44 años, la vida lo obligó a nadar en lo más profundo de las consecuencias, que hace 4 años llegaron a su fin. Ahora puede trabajar tranquilamente como un bolero frente a la Catedral.

Dejó la escuela a temprana edad, justo cuando sus padres se separaron. Él y sus hermanos se quedaron con su madre, quien se hizo cargo de ellos, razón por la cual, José le guarda un gran aprecio y profundo respeto. Se dedicaban a pasear de un lado a otro, con una carreta en la que cargaban fruta fresca que vendían en el centro de la ciudad. Tiempo después se alejó del cuidado de su madre y dejó la venta para dedicarse a lavar coches. Aunado a su trabajo, fue atrapado por el alcohol y las drogas, que poco a poco desvanecieron su juventud.

Fue a los 20 años cuando perdió la última luz que iluminaba su vida: su madre, que aún a la distancia, él seguía sintiendo apego y amor hacia ella. Esto se convirtió en el inicio de una serie de decisiones que lo marcaron, no de la mejor manera, pero sí, de la única que lo obligó a utilizar su segunda oportunidad.

A su corta edad y sin sus padres, continuaba trabajando como lavacoches y al mismo tiempo, las calles lo orillaron a comenzar a robar, con sus vicios como su única compañía.

Los problemas lo llevaron al único lugar que fue capaz de detenerlo, la cárcel, donde vivió la catarsis que lo convirtió en el serio y agradecido hombre que hoy trabaja boleando zapatos en la Plaza de Armas. Se mantuvo alejado del exterior durante más de 7 años: pasó 6 años en el penal de La Pila y 1 año 7 meses, en una prisión de Durango, a donde fue transferido debido al riesgo que vivía en La Pila, lugar en el que entraban carteles que asesinaban a los reos.

En la prisión trabajaba sirviendo comida a los internos de su sector, después se compró un cajón para bolear zapatos y aprendió la labor que hoy lo mantiene encargándose de la silla que le confiaron.

A José le hubiera gustado tener una profesión en la que se dedicara a ayudar a la gente. Sin embargo, hasta ahora la única forma que ha encontrado para hacerlo, es darle algunas monedas a quienes se le piden y realmente lo necesitan. Se muestra molesto cuando alguien pide dinero y cuenta con todas sus capacidades para trabajar.

Alrededor de su cuello, con grandes letras color negro y adornadas por la tipografía, se puede leer el nombre de su madre: Raquel. Un tatuaje que se dispuso a llevar para siempre en su piel, para recordar a la persona que lo cuidó durante su infancia, por lo menos hasta donde él lo permitió. Además, en su pecho lleva a la virgen de Guadalupe y el nombre: María Guadalupe, que perteneció a una de sus hermanas, fallecida muy joven. Otros 19 tatuajes recorren su cuerpo, que hacen conjunto con las cicatrices de su pasado.

Con sus dedos, cuenta los meses que ha pasado sin ingerir ninguna bebida alcohólica; su conteo llega hasta 7, su meta es un año. Luego, piensa premiarse con alguna cerveza, para después, volver a comenzar el conteo. Sabe que dejó atrás esa adicción y no teme volver a caer en ella. Confía en la fuerza de voluntad que adquirió tras pasar 7 años encerrado.

Durante su infancia casi nunca vio a su padre. Al crecer, le perdió completamente la pista. Cuando estaba en la cárcel, José le encomendó a su hermana la tarea de buscarlo; aunque en un principio la ira y el resentimiento la hicieron negarse, finalmente accedió, sin embargo, no lo encontró.

El hombre que les concedió vida y olvido, yace en una tumba, la cual fue encontrada por sus hijos hasta un año después de su muerte. José, quien sufrió por la ausencia de su padre cuando más lo necesitaba, no le guarda rencor, no lo juzga y no espera un porqué de su partida; simplemente lo considera un miembro de su familia.

Hoy José se encuentra viviendo su segunda vida, lejos de aquella persona en la que en algún momento se convirtió. Tiene un trabajo y una pareja de la que habla felizmente. Aprobó el requisito que se necesita para ser humano, pero más importante aún, se dio cuenta de que nunca es tarde para comenzar de nuevo. Optimista, aguarda con esperanza el futuro, a sabiendas de que esta vez lo va a aprovechar.

Cada 3 de marzo es el cumpleaños de José. Él prefiere no festejarlo ya que también es el cumpleaños de su madre. Así que cada año, sale de su casa, compra flores y se dirige al panteón a visitarla. Platica con ella durante todo el día, acompañado de la calma que la vida le obsequió, por ser el hombre que renació.

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