Carlos Rubio
Eran como una marea creciente y acechante que con sus gritos inundaba las calles y asustaba a todo aquel que ingenuamente se paraba frente a ellas. Una marea que dejó huellas que por más que intenten borrar, siempre existirá el recuerdo de lo que allí ocurrió: las olas femeninas salieron a exigir la libertad y vida que no les han querido otorgar.
La cita era en punto de las cinco de la tarde, pero desde minutos antes, mujeres de colectivos feministas ya se preparaban en la Plaza de Armas frente al Congreso del Estado, para realizar el mitin con el que iniciarían la movilización por el día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer.
Poco a poco decenas de mujeres comenzaron a aglomerarse afuera del recinto donde aún no ha podido aprobarse la legalización del aborto. Las vallas que protegen al Congreso del Estado y al Palacio de Gobierno, fueron tapizadas con coloridos carteles con fuertes consignas escritas en ellos: “De camino a casa quiero ser libre, no valiente”, “ni del Estado ni de la Iglesia ni del marido ni del patrón, mi cuerpo es mío y solo mía es la decisión”.
Durante el mitin se dieron testimonios de mujeres que han sido víctimas de violencia; con cada grito que alzaban, la euforia por marchar crecía. Una inspirada Esperanza Lucciotto pidió por todas aquellas que, como su hija Karla Pontigo, tuvieron un lamentable destino. Se tocaron algunas canciones al son de la puesta de sol y cuando el cielo tuvo sus primeros tintes de oscuridad, se dispusieron a caminar y elevar sus cantos al mayor volumen posible.
Cuando unieron sus pasos se volvieron esa marea verde que ha tomado vuelo en México en los últimos meses. La noche ya había caído, pero esta vez no había problema, ellas eran su propia protección, la multitud contra la que nadie arremetería; el peligro no ataca multitudes.
Encendieron sus veladoras y unas antorchas como si de un funeral se tratara, pero quizá podría serlo: en este año, con corte al mes de octubre, a nivel nacional se tienen registrados 809 casos de presuntos feminicidios y un total de un millón 699 mil 097 delitos contra la mujer. Además de que San Luis Potosí es a nivel nacional, el séptimo municipio con mayor número de presuntos feminicidios con 10, aunque posiblemente sean más.
Su primera parada fue en el Instituto de las mujeres del Estado. Durante breves minutos le exigieron movilización a esta institución que se supone está hecha para ellas. Continuaron su camino sobre la calle Independencia, tapando las calles, pintando y pegando carteles en las paredes.
En la puerta de una tienda de abarrotes, una madre observaba la marcha junto a su hija, quien le preguntó: “¿Qué están haciendo, mami?”, a lo que su madre respondió: “Están marchando por nosotras, mi amor”.
Abarcaron la mayor cantidad de calles posibles hasta llegar a la Fiscalía General del Estado. A su arribo la reja estaba abierta, pero adentro, cercando la zona, había seis mujeres solo de pie mirando hacia el exterior; detrás de ellas algunos hombres observaban, temerosos. ¿Habrá sido su decisión postrarse allí o alguien les dio la orden? Sea cual sea la respuesta, la idea no funcionó. La furia de quienes se saben desprotegidas y en constante peligro todos los días, se desató contra la autoridad que las ha dejado vulnerables y solo se ha encargado de recabar números.
Los gritos no cesaron al tiempo que todas elevaban la flama que cargaban y teñían de naranja el frente de la Fiscalía. De repente comenzaron a arrojar pintura verde y morada a la reja, mientras con aerosoles escribían en el piso: “Estado cómplice”, “feminicida”, “asesinos”, “ni una menos”.
Una vez terminado el símbolo de un Estado fallido en seguridad, se retiraron, no sin antes arrojar algunas de las veladoras que cargaban. Luego se dirigieron hacia el edificio central de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, aquel lugar señalado por albergar acosadores entre sus muros.
Nadie se guardó nada contra la universidad, que este día decidió pronunciarse a favor de las mujeres colocando sus luces exteriores de color naranja. Increíble.
Pintaron sus paredes y escribieron sobre el piso. Colocaron frente a la puerta grandes carteles con símbolos del Gobierno del Estado, la Fiscalía General, la UASLP y el poder Legislativo, para después prenderles fuego. Así ardió la UASLP y realmente se pintó de naranja. También arrojaron sus veladoras al recinto, rompiendo el vitral con el logo que se encuentra en la parte alta, dándole ese toque faltante para simbolizar la realidad: una universidad que desde hace tiempo se encuentra fracturada.
En otro edificio cercano se proyectaba lo siguiente en su pared: “46 mujeres han sido asesinadas en este 2019 y solo 19 han sido clasificados como feminicidios”.
Por último, regresaron al punto de partida donde se reunieron en circulo y se realizaron pintas en la fachada del Congreso del Estado: “¡Aborto legal, ya!”, “violadores”, “vivas, libres y sin miedo”.
Sobre el piso se dejó una hoja que decía: “Cada 6 horas, en el mundo, una mujer es asesinada por su pareja o familiar. Fuente: ONU. Á(r)mate, mujer”. Unas veladoras la rodeaban y una cruz hecha de flores blancas.
Y mientras el fuego se consumía, cada una regresaba a su hogar, por las oscuras e inseguras calles de un agonizante San Luis Potosí.
Una fecha más en que las mujeres salen a las calles a exigir justicia, rodeadas de un entorno de seguridad peor que el anterior, sin la mínima señal de mejoría.
¿Cuántas mareas más serán necesarias?