Carlos Rubio
Mientras el sol acariciaba las horas en las que se vuelve casi insoportable, algunos jóvenes se comenzaban a reunir en el Jardín de Tequis, arropados por la sombra de los árboles que protegen el lugar. Los atrajo la preocupación por su futuro; la crisis ambiental que ha tocado niveles críticos en los últimos años, y que, al fin, tocó las fibras más sensibles de unos cuantos.
La mayoría vestía ropa verde o blanca, colores que se acostumbra relacionar con lo ecológico. Llevaban consigo cartones en donde escribieron sus protestas, también cargaban megáfonos para alzar con más fuerza ese grito de ¡ya basta!, y tratar de lograr su objetivo: concientizar a la mayor cantidad de gente posible, o al menos a uno…
Cuando hubo alrededor de cien personas, comenzaron su camino por la avenida Carranza, ¿el destino? Palacio de Gobierno. La mayoría de los que conformaban el grupo no pasaba de los 35 años, salvo muy pocas excepciones, ¿quién le teme más al futuro?
Avanzaron por la banqueta, bloqueando el paso de los carros únicamente cuando era necesario cruzar la calle. “Queremos acción, no simulación” y “ni un grado más ni una especie menos”, fueron algunas de las frases que gritaron en su recorrido. Algunos levantaban la basura que se encontraban y la depositaban en los botes.
Aunque quienes encabezaban la marcha gritaban con gran energía, no todos la replicaban. Era fácil notar la distracción de varios y su mayor preocupación por tener una fotografía en la manifestación con su cartel. Afortunadamente no opacaron la movilización ni sus genuinas intenciones.
La única parada que realizaron fue frente a la Secretaría de Ecología y Gestión Ambiental (Segam), una dependencia señalada en muchas ocasiones como “ineficiente” y “opaca” al momento informar acerca de la verdadera calidad del aire de San Luis Potosí.
Su llegada no fue una sorpresa, afuera ya los esperaban con un cartel en el que se podía leer: “La Segam está abierta a recibir tus opiniones y propuestas”, junto a unas hojas donde podían anotar su nombre y número de contacto. Algunos trabajadores salieron a dialogar y explicar qué pasa con el aire, sin embargo no los podían engañar, la mirada de quienes sólo escuchaban, denotaba enojo y desconcierto, a sabiendas de que era el mismo discurso de siempre.
“Segam, Segam, pónganse a chambear”, era el grito que envolvía a cualquiera que se dispusiera a pasar por ahí. Se quedaron durante varios minutos, los cuales aprovecharon para escuchar a uno de ellos hablar sobre esta lucha en la que les ha tocado estar y que, probablemente, sea la más importante de todas.
Conforme se acercaban a su destino, la energía por fin contagiaba a todos y los unía en un grito desesperado por el mundo, su mundo. Una vez que tocaron la zona del Centro Histórico, la calle fue completamente suya hasta la Plaza de Armas, donde se colocaron frente al Palacio de Gobierno.
“Hoy somos uno mismo, por el mundo unido”, gritaban frente al águila que adorna la puerta principal del recinto. Corearon canciones y levantaron lo más alto posible sus carteles. Nuevamente uno de ellos decidió hablar en voz alta. No pasaba de los 20 años y ya era consciente de la amenaza que acecha a la vida entera.
Por último, todos se tiraron al suelo y cerraron los ojos; durante 10 minutos simularon su muerte, como símbolo o presagio de lo que podría ocurrir en algunos años si no se cambian estos hábitos que nos han llevado a un estado de emergencia.
Se levantaron y acomodaron sus carteles en un espacio al centro. Los observaron con orgullo; son pocos, pero representan a una generación en busca del cambio.
Así fue la Marcha Global por la Tierra encabezada por Fridays for Future, que se vivió en cientos de países.
Un destello de luz en un agonizante mundo.