Joel Hernández Vázquez
A don Jorge (1958) lo conocí hace poco más de una década atrás, cuando trabajé con él en su firma; Domínguez Casanova y Asociados. Para entrar, atravesé una serie de entrevistas que iban ascendiendo en dificultad con preguntas capciosas; después ejercicios prácticos de conciliación, litigio y amparo laboral. Me quedé. De ahí aprendería mucho del oficio; compartiendo con él (por algunos años) el escenario de esta profesión que da de comer, pero quita el hambre.
Para ese entonces, don Jorge (egresado de la Autónoma de San Luis), era considerado un prestigiado especialista en derecho laboral corporativo y asesor de las cámaras patronales. Diputado Local de Mayoría (1997 al 2000) y, posteriormente Secretario del Trabajo de 2003 a 2009. Tenía el cabello prematuramente cano, despreciaba el uso de traje y corbatas. Prefería camisas que combinaba simultáneamente con una camiseta de cuello redondo en el mismo tono. Un accidente de carretera –treinta años antes– le acarreó una decena de intervenciones en la columna. Su andar era tan complejo como su resiliencia.
En aquella diputación, a la que había llegado por Acción Nacional, declinó hacerse de un dinero que diputadas y diputados se repartieron en lo obscurito. La afrenta tendría retaliación; cada vez que hacía uso de la voz en tribuna fue ignorado sistemáticamente por sus pares; aplicándole una ley del hielo que denominó «silencio legislativo». En respuesta, renunció públicamente al PAN y prefirió concluir la legislatura como diputado sin partido.
Las vueltas que da la vida; tres años después, cuando pensaba concluida su carrera política, fue llamado por el primer Gobernador panista en el estado para encomendarle construir la actual Secretaría del Trabajo y Previsión Social; desconcentrándola de la Secretaría General de Gobierno. Movió las oficinas del piso trece del vetusto edificio Puga para rentar –completo– el edificio que hasta la fecha se sigue usando en Plaza Tangamanga. Lidió con resistencias sindicales; al final impuso mano firme y paso de galope. Entregó una Secretaría con certificación ISO 9000 en todas las áreas de servicio.
Lejos del retrato de los párrafos anteriores; en el despacho tenía un trato suave y no jugaba papelones tiránicos. Los viernes al romper la tarde un auxiliar de la oficina hacía circular una hoja en donde anotábamos (abogados y personal administrativo) algún capricho que quisiéramos tomar; una cerveza en especial, un ron; un mezcal. Don Jorge mandaba por las compras. Complacencias concedidas. Nos sentábamos todos en una sala de juntas y departíamos algún ratito. En algún punto recibía una llamada de casa. Colgaba y hacia un ademán arqueando las cejas; «esta y nos vamos, muchachos».
Tuvimos una relación peculiar; fuimos abogados de la constructora encargada de la carretera de cuota Rioverde Valles. Recorrimos ene veces esa carretera resolviendo ene cantidad de cosas y platicamos ene cantidad de horas. Un pasaje se me quedó. Él vivió su infancia en Tampico; sus vecinos (los Guillén) tenían una mueblería y un hijo que fue su compañero de juegos, Rafa. Con los años le perdió la pista. En febrero de 1995 volvería a saber de Rafa; la entonces PGR lo identificaría en cadena nacional como: Rafael Sebastián Guillén Vicente; el Sub Comandante Insurgente Marcos.
Otro día, con la reforma a la Ley Federal del Trabajo en 2012; dictamos juntos una conferencia ante un auditorio abarrotado de la facultad de Ingeniería de la UASLP. Por más que busco no encuentro la foto. En los años trabajando con él (motivado por algún disgusto y el carácter que sólo Dios sabe por qué me dio) le entregué en mano y por escrito –en dos ocasiones– sendas cartas con mi renuncia. Las dos veces me la rechazó. El día que le comenté que saldría de la firma para empezar la mía; me obsequió llevarme un cliente que notablemente empatizaba conmigo. Terminamos con un apretón de manos y un abrazo. Sigo atendiendo, diez años después, a ese cliente.
No encontré las palabras –en 2019– para procesar el fallecimiento de Don Jorge.
Este texto estaba pendiente, en mí, desde entonces.
Ninguna muerte es muerte eterna.
Joel Hernández Vazquez
Dos de febrero, veinte veintitrés.
@aliasrubik
joel@estudiocientotres.com
Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad del autor y no necesariamente representan la postura de Astrolabio.
Es abogado, director de Estudio #103, una firma enfocada a la consultoría y litigio en procesos laborales y migratorios. Le ha dedicado 18 años al ejercicio de su profesión en el ámbito privado. En su trabajo destaca la promoción de litigios constitucionales en contra de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí debido a la prohibición de cursar una segunda licenciatura; así como el cobro de cuotas de inscripción. Representó a un grupo de internas en la conducción de la primera demanda laboral relativa a un esquema de esclavitud análoga en contra de una empresa maquiladora dentro del penal de San Luis Potosí.