María Ruiz
San Luis Potosí perdió a una de sus figuras más ilustres y apasionadas: Daniel García Álvarez de La Llera, un hombre que dedicó su vida a nutrir y preservar el tejido cultural de la ciudad y el estado. Oriundo de Oviedo, España, y mexicano por elección y amor, su legado trasciende fronteras y generaciones.
Nacido el 9 de septiembre de 1947, Daniel llegó a México con una visión clara: hacer de la cultura un vehículo de transformación social. Con una formación académica ecléctica y brillante —que abarcaba desde el derecho y la educación hasta la filología y la administración—, Daniel encontró en San Luis Potosí un lugar para sembrar su conocimiento y pasión.
Como director de Cultura en múltiples administraciones y subsecretario de Cultura en el Gobierno del Estado, Daniel no solo impulsó proyectos artísticos y educativos, sino que defendió el patrimonio cultural como una parte esencial de la identidad potosina.
Desde exposiciones y festivales, hasta programas que llevaban el arte a las comunidades más apartadas, su compromiso con la democratización cultural fue inquebrantable.
A lo largo de su carrera, Daniel García Álvarez de La Llera dejó huella no solo en las instituciones públicas, sino también en cada rincón donde el arte y la historia encontraban una oportunidad de florecer.
Como cónsul honorario del Reino de España en San Luis Potosí, fue un puente vivo entre dos mundos: el viejo continente y la rica tradición mexicana. Su labor fortaleció los lazos culturales y diplomáticos, siempre con un toque de humanidad y calidez.
La visión de Daniel no se limitaba a las salas de exposición o los teatros; comprendía que la cultura debía ser accesible para todos. Impulsó la formación de guías turísticos, talleres literarios y actividades que destacaran la riqueza histórica de San Luis Potosí.
Creía firmemente que un ciudadano informado y conectado con sus raíces podía transformar su entorno.
Un hombre de palabras y acciones
Daniel fue ante todo un maestro, según las palabras de amigos cercanos. En las aulas de la Universidad Interamericana para el Desarrollo y otras instituciones, inspiró a generaciones de estudiantes a valorar el conocimiento, la ética y el servicio a la sociedad.
Sus lecciones trascendían lo académico, quienes lo conocieron siempre destacaron su generosidad, humildad y calidez humana.
Su impecable carrera profesional estuvo marcada por su vocación de servicio, tanto en la gestión pública como en el ámbito legislativo y educativo.
Su trabajo en el Instituto Potosino de Investigación Científica y Tecnológica (IPICYT) y otras instituciones demostró que la cultura y la ciencia pueden caminar de la mano.