Daniel Guzmán, el laudero: una profesión tan antigua como el tiempo

Texto y fotografías de Mariana de Pablos

Un guaje, un zapapico roto de su abuelo y un trozo de triplay fueron suficientes para que un joven Daniel Guzmán diera vida a su primer instrumento. Aun sin saberlo, con el primer roce en esas toscas cuerdas, Daniel abriría la puerta a un mundo antiguo y asombroso, que se narra entre sus canciones y poemas épicos y legendarios. Desde entonces, la suya ha sido una labor fantástica: la de mantener viva la imaginación, la tradición y la historia a través de sus instrumentos.

Desde hace 50 años, Daniel Guzmán decidió dedicarse a la laudería, el arte de restaurar y construir instrumentos de cuerda, comunes especialmente en la época medieval. Con oído experto y manos de artesano, no solo ha restaurado algunos de los instrumentos históricos más antiguos y complejos que existen en México, sino que además ha sabido reproducirlos y crear nuevos modelos, partiendo únicamente de lo que es posible saber de los libros y la iconografía.

Varias épocas confluyen en su trabajo, instrumentos que datan del medioevo —y de los cuales no existen otros ejemplares originales— han renacido a través de sus manos, permitiendo así recuperar un capítulo de la historia para muchos borrado o simplemente ficticio.

Arpas, violas da gamba, laudes barrocos y renacentistas, tiorbas, vihuelas, violas, salterios, rebeles, guitarras barrocas, renacentistas y modernas, son solo algunos de los instrumentos que Daniel ha aprendido a realizar durante toda una vida dedicada a las cuerdas y a la madera. Sus instrumentos están distribuidos por el mundo en manos de distintos artistas; siendo interpretados por grandes solistas y grupos de música antigua.

Daniel es pionero en el arte de la laudería en México. Al día de hoy es reconocido como el primero en crear una guitarra barroca en el país desde tiempos del virreinato. Su importante trayectoria le ha permitido abrir espacios para que nuevas generaciones se dediquen a esta labor que, contrario a lo que se creería, está más viva que nunca.

El hombre, el trabajo

La imaginación y la creatividad son fundamentales en el proceso de creación instrumental de Daniel, pues muchos de estos objetos no sobrevivieron a los procesos históricos y sociales de la humanidad.

“La idea es acercarse lo más posible. Cuando hay ejemplares o planos de ellos, pues uno se basa en eso. Cuando no, solamente queda la iconografía, entonces uno se imagina cosas. No hay manera de saber con exactitud, pero es mejor tener eso que no tener nada”.

La mayoría de estos instrumentos los realiza por encargo, “el 80 o 90 por ciento”, y son para músicos, la mayoría mexicanos, que los tocan.

“Hay muchachos que se van a estudiar a Holanda o Alemania y que tienen instrumentos míos”.

Se trata de un complejo proceso artesanal que no solo requiere de la investigación y documentación, sino de años de conocimiento y experiencia. Apenas concluidos sus estudios en la antigua Escuela Nacional de Laudería de Bellas Artes en Ciudad de México, el trabajo comenzó a llegar a su mesa como cascada.

“Tenía 23 cuando hice mi primera guitarra barroca, me la encargo un amigo; luego hice una vihuela y de ahí pa’l real. ‘Oye que yo quiero un laúd’ y pues órale. Aunque no lo hubiera hecho, pero lo hago, hay que arriesgarse”.

Entre las reparaciones cotidianas, la restauración de instrumentos antiguos, la reproducción o creación de nuevos modelos por encargo, y la investigación y documentación de instrumentos musicales, a Daniel no le ha faltado trabajo. Si no está en el taller entre el aserrín y las máquinas para cortar madera, está en las iglesias y catedrales trabajando con los cientos de flautas de sus órganos tubulares.

Salterio medieval

“El último órgano que restauré fue en Chiapas, en San Cristóbal de las Casas, en la catedral”, además, junto con un colega, fue el encargado de restaurar el órgano del Auditorio Nacional, “que tiene como 15 mil y pico de flautas. Fueron dos años de trabajo”.

Asimismo, ha encontrado el tiempo para ser el guía de las nuevas promesas de la laudería. Durante 22 años dirigió el Taller de Instrumentos Musicales de la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía (ENCRyM) del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), que él mismo fundó.

Actualmente, de manera independiente, trabaja con jóvenes aprendices que hacen estancias con él en su taller.

“Ahorita hay tres alumnos que estuvieron conmigo y que ahora trabajan Europa y eso también me esponja”, cuenta feliz.

Laúd renacentista

Artesano de la música

A Daniel el universo de la música, su arte y su ciencia, le vienen natural. Su madre era pianista y su abuelo componía sus piezas, “entonces desde siempre tuve ese ámbito musical alrededor”. Y con él, vinieron la curiosidad y el interés por conocer el origen de todos esos sonidos que desde chico lo asombraban.

“Yo me recuerdo, así de adolescente, me maravillaba mucho cómo podían sonar las cosas. Ya tenía yo ese… ‘ay que bonito suenan las cosas’, ¿por qué suenan? De jovencito lo ves como algo mágico, lejano, que medio estás descubriendo. Y recuerdo al menos una o dos veces haber atado un alambre a la puerta, tendría 13 años o algo así, al picaporte de la puerta, estirándolo y tocándole. Eso lo recuerdo muy bien”.

A los 13 años decidió aprender a tocar la guitarra por sí mismo. Después, por interés de su madre, estudió el clarinete. Ya en la época universitaria, estuvo durante un semestre en la Escuela Nacional de Música de la Universidad Autónoma de México, estudiando el clavecín, pero no fue hasta que cumplió los 19 años, luego de poner un pie en el salón de la antigua Escuela Nacional de Laudería de Bellas Artes, que descubrió su verdadera pasión.

Durante sus cuatro años de estudio en el arte de la laudería, cuenta, aprendió a hacer violines por norma y guitarras por metiche.

“Mientras nos atendía nuestro maestro Hipólito se ponía a hacer guitarras, entonces yo le echaba un ojo y también Octavio, mi compañero, y nos íbamos cada quien a nuestra casa y órale, vamos a hacer una”.

Las ganas de Daniel por saber cómo surge y ocurre la música lo han llevado por caminos insospechados, pero que le vienen naturales y que lo han llenado de dicha. Su legado en México y en el arte de la laudería es grande, casi como lo es su pasión por los instrumentos antiguos, que en su taller cobran vida.

Se trata de un hombre hecho a la música, a otro tiempo, a la artesanía. En su corazón resuenan las melodías antiguas que guardan las piedras de los castillos antiguos, que sonaban en las cortes imperiales, y que repetían los juglares por donde pasaban, recitando los poemas, contando las aventuras del rey Arturo y de Rodrigo Díaz de Vivar. El suyo es un talento innato; un corazón de cuerdas.

Sin ser músico, tiene un oído hecho para reconocer la magia de cada una de las notas. Él no crea las melodías, hace un trabajo muchísimo más importante: es el artesano de la música. Un trabajo ancestral, desconocido, fundamental. Hoy, con sus instrumentos, nos permite viajar en el tiempo, conocer las melodías y las historias que se cuentan a través de ellas y que, de otra forma, vivirían únicamente en la imaginación.

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