Mariana de Pablos
Un secuestro del espíritu y la mente: a las adicciones también las llaman “la perversa enfermedad del alma” porque se enraízan en lo más profundo del ser y ahí anidan, crecen, se propagan y consumen todo lo que esté a su paso. David Contreras es un hombre sumamente sensible y por ello vulnerable. Maestro, padre, esposo, hijo, pero sobre todo humano: atado a sus pasiones. Un artista para quien la pintura dejó de ser suficiente para expresar todo lo que habitaba en su interior y en cambio se refugió por mucho tiempo en las profundidades de un mar de uva, engañoso y traicionero.
La vida resulta especialmente difícil para aquellos que poseen un alma irremediablemente sensible. Para estos seres, el arte se vuelve un camino de vida casi inevitable. Una vía en la cual volcar la propia existencia. David Contreras nació marcado por la eterna capacidad de sentirlo todo en su máximo esplendor. Su obra ha sido descrita como tormentosa; capaz de evocar fuertes sentimientos, generalmente de muerte, angustia, tortura y sufrimiento.
Sin embargo, y pese a todo, esta no es una historia trágica. En el caso de David, el dolor y la oscuridad son solo parte del cuadro, pero no la pintura completa.
Desde una silla en el patio de la Comunidad Terapéutica Vista Hermosa, en donde actualmente realiza su estancia, entre las risas estrepitosas y el silencio perdido de otros residentes, David rememora sus aventuras, su infancia, sus dolores, pero sobre todo las satisfacciones que ha tenido en la vida. No se queja de nada, ha aprendido a reírse de las desgracias. A sus 71 años se le ve animado e inspirado. En cada oportunidad que tiene saca su block de dibujo y comienza a trazar.
David nació en 1958 en el Barrio de Tlaxcala. Con una sonrisa en el rostro recuerda los buenos tiempos, cuando se metía a chapotear junto a sus hermanos en el río de Ponciano Arriaga. Al hablar de su madre le brillan los ojos: “era una chulada de mujer”. Sobre su padre, en cambio, hay poco que decir, apenas lo recuerda. Solo sabe que murió cuando él tenía cinco años por consecuencias del alcohol, destino que le siguió a su hermano mayor, Andrés.
Desde muy joven aprendió a sobrevivir vendiendo chicles, llaveros y otras “chácharas” —como él las describe— en las cantinas del pueblo, sin conocer aún su destino como artista, pero dándose una idea, pues de las actividades que más disfrutaba desde la primaria era pintar. Sus retratos de Benito Juárez y Ponciano Arriaga eran siempre elogiados y colgados a vista de todos en las mamparas de la escuela.
Ya de adulto se dedicó de lleno a la labor artística, pintando y vendiendo sus obras a turistas y paseantes del jardín de San Francisco. En poco tiempo se dio a conocer por sus tendederos que colocaba al exterior del edificio de la Secretaría de Cultura y en los que llegó a colgar alrededor de dos mil pinturas, la mayoría de las cuales hoy decoran las casas de los potosinos.
“De eso vivía. Duré vendiendo cuadros ahí como unos 18 años”.
Con el tiempo se fue haciendo famoso, además, por sus representaciones de Juan del Jarro, con quien ha desarrollado una relación especial. “Unas 500 veces lo he dibujado. Cuando no tenía dinero de ahí sacaba porque se venden muy bien”. Desde su pincel, este personaje ha vivido toda clase de aventuras y experimentado un amplio abanico de emociones.
Su hermano, el poeta Alfredo Contreras, al ver su talento como artista le consiguió una beca para que estudiara Artes Plásticas en el Instituto Potosino de Bellas Artes (IPBA).
“Cuando empiezo a estudiar es cuando decido desarrollar seriamente esta labor… la labor del arte”.
A partir de 1978 estuvo bajo la guía del director del IPBA, el pintor Raúl Gambia Cantón. También tomó cursos de dibujo, xilografía, grabado, serigrafía, teoría del color y pintura con pintores y maestros renombrados a nivel nacional.
Posteriormente, de 1986 a 1988, fue maestro de grabado en el IPBA. También se desempeñó como profesor en talleres pertenecientes al Consejo Estatal para la Cultura y las Artes en el área infantil en Matehuala y en la ciudad de San Luis Potosí.
Su primera exposición colectiva fue en 1983 en el Centro de Convenciones, junto a José Ángel Robles, José Faz y Tiburcio Renovato, entre otros. Ha sido parte de alrededor de 20 muestras colectivas montadas en lugares como la Alianza Francesa, el Teatro de la Paz, Difusión Cultural y el IPBA. Sus exposiciones individuales se han podido apreciar en la mayoría de las instituciones culturales de la ciudad, así como en Rioverde y Matehuala.
Su obra y su estilo se enmarcan principalmente dentro de la corriente del expresionismo; ya lo decía María Teresa Palau en el libro Raúl Gamboa Cantón: el pintor, el maestro, David Contreras “se mueve en un plano donde su acentuada subjetividad se reconoce opuesta a la complacencia, a la decoración y a las cosas agradables. En su obra aparece la amenaza de un mundo en tinieblas”.
Carlos Guerrero, cuentista, periodista político y literario, lo llegó a describir en su sitio web de periodismo alternativo como un hombre “con una gran calidad humana” y además con la capacidad de “vivir cada momento con una singular intensidad que nutre su pintura (…) perteneciendo siempre al pueblo humilde del que ha formado orgullosamente parte desde siempre”.
“He tenido muchas satisfacciones. Cosas negativas he tenido pocas. Esta estancia no es mala porque tengo más de nueve meses sin tomar y eso me da gusto. Y cuando salga voy a retomar el dibujo y la pintura y armar una exhibición en la que muestre mi capacidad”, señala David con una certidumbre robusta.
Su carrera, que durante un largo periodo se vio interrumpida, busca volver a echar raíces. David está seguro de que los obstáculos y los retos a enfrentar serán parte del camino, pero se augura a sí mismo un futuro brillante, dispuesto a recibir lo que venga. Este sentir lo retrata en sus más recientes pinturas, en donde los colores del arcoíris y el amanecer, brillantes y esplendorosos, protagonizan sus creaciones.
Ese Juan del Jarro, que comenzó simplemente como un negocio prospero, atractivo para locales y extranjeros, se fue convirtiendo en un reflejo de sí mismo. Sigue protagonizando sus obras, pero ahora lo hace con una esencia distinta, personal: a veces carga con un aura melancólica, evocando a los que se fueron; en otras ocasiones se le ve animado, brincando sobre su propio jarro; y en las más, está simplemente libre y en paz, con los brazos abiertos a la brisa del océano.