Martín Faz Mora
La opinión de la investigación histórico-crítica contemporánea de Jesús de Nazaret es contundente al respecto: la aventura profética del nazareno terminó en un rotundo fracaso.
Ajusticiado salvajemente por el poder, abandonado por sus más cercanos seguidores, traicionado por uno de los suyos, desamparado por las multitudes que prefieren la liberación de otro detenido y abandonado hasta por su propio Dios.
Parecía evidente -señala el historiador francés Guignebert en su clásico, “El cristianismo antiguo”- que la “herejía” cristiana no sobreviviría a la generación que la vio nacer y que pronto los fieles de Jesús Nazareno se perderían en el olvido, como los del Bautista o la de tantos otros profetas.
Pero, como todos sabemos, no aconteció así. Algo ocurrió para que esa pequeñísima secta judía cuyo líder fracasó absolutamente no solo no desapareciera, sino que se convirtiera en una religión que transformaría el mundo entero con consecuencias históricas y culturales hasta nuestros días.
Algo ocurrió para que el temeroso círculo cercano de Jesús, oculto y escondido luego de la ejecución de su líder, resolvieran armarse de valor abandonando la desesperanza que les había inundado luego de la infamante crucifixión, método de ejecución utilizado para los agitadores sociales de la época.
Lo que ocurrió es llamado “resurrección”, una alusión nebulosa con una altísima carga simbólica. Por alguna razón que escapa al alcance de la investigación histórico-crítica los discípulos del nazareno se convencieron de que la muerte administrada por el poder, es decir: la necropolítica, no tuvo la última palabra sobre el proyecto del nazareno, ni sobre la vida y el destino humano.
La necropolítica, como la define el historiador y filósofo camerunés Achille Mbembe, es un orden basado en el control y el uso económico del poder de dar muerte. Decidir quien vive y quien muere constituye la frontera última del poder. Provocar y administrar muerte es una de las manifestaciones de la necropolítica.
La necropolítica es un orden que destierra la esperanza, suprimiéndola entre sus víctimas. La necropolítica no solo mata la vida, también pretende matar la esperanza, busca amoldar a sus víctimas para que interioricen de forma absoluta la derrota a través tanto de la muerte misma como mediante la desesperanza. Conformarles a la “racionalidad” de la necropolítica y la condición de desaliento que ella impone.
Eso es la “pascua”, combatir la necropolítica, pasar de la muerte a la vida. Decir ¡no! al orden que administra la muerte a través de sus máquinas de guerra y destrucción. Saber que la muerte no tiene, necesaria o irremediablemente, la última y definitiva palabra sobre las personas o la historia.
Hoy la pascua se actualiza en las familias de las personas desaparecidas que se organizan en su búsqueda. Que preservan la memoria de sus hijos, hijas, madres, padres, hermanas y hermanos a quienes sus victimarios quisieron borrarles de la vida y de la historia.
Ahora la pascua se actualiza también en quienes exigen justicia por las ejecuciones, los levantones, los asesinatos a mansalva que sangran incesantemente nuestra patria, no de ahora, sino desde hace dos sexenios cuando en 2007 se desató y abatió la barbarie.
El mensaje de la pascua es la superación de la desesperanza, pero no una superación catártica inmersa en el subjetivismo individual, sino un compromiso personal y colectivo que saca de las sombras -así no elimine el temor ni el dolor- para luchar porque la muerte no sea la última palabra sobre la vida humana.
Twitter: @MartinFazMora
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