Por Leonel Serrato Sánchez
La política es una actividad llena de rituales, a cual más extraño y aparentemente inútil, porque nuestra actividad política se funda en la manera en que se ha ejercido el poder desde tiempos inmemoriales, cuando la cristiandad iniciaba a influir poderosamente en las funciones del Estado.
El larguísimo proceso sociopolítico que nos llevó de los Estados imperiales fundados en la fuerza de las armas, hasta el actual modelo de democracias representativas, pasando por las monarquías constitucionales –algunas de las cuales aún perviven con relativo éxito, aunque sujetas ya a la revisión popular– y las dictaduras más o menos crueles, en todos los casos asistimos al hecho de que para ejercer el poder y calar en los gobernados, se hacen necesarios los rituales, la liturgia que deslumbra a la gente.
¿Se ha preguntado por qué los templos religiosos son tan imponentes?, ¿Por qué los ministros de culto usan vestimentas poco usuales y literalmente sólo diseñadas para mostrarse?, ¿Por qué las impresionantes expresiones cívicas, con desfiles militares y escolares, exhibiendo armamento y equipos?, ¿Por qué los espacios de la religión y la política comparten el gusto por los símbolos, los rituales y las expresiones de ese tipo?
La respuesta es simple, porque así se expresa el poder.
Nuestro país, y como consecuencia San Luis Potosí, han perdido el uso de la liturgia que le permitía al poder público impresionar a la gente, hacerla que admirara o temiera a los gobernantes, una desacralización que inició cuando al Presidente, en tanto que Jefe del Estado, se le podía interpelar a gritos en una de las ceremonias culmen de la demostración de poder, y que ha caído en el despropósito de convertir en chiste permanente a cualquier político o gobernante.
No hay ceremonia cívica, comparecencia política pública, o acto mínimo en el que participen los políticos o los gobernantes, que no termine con una ruidosa expresión de repudio de parte de algunos sectores de la sociedad; en cualquier espacio público la gente increpa, cuestiona o censura abiertamente a nuestros ministros de culto político, y ellos están estupefactos, incapaces de comprender que ya no pueden ejercer el poder con grandes banderas colgadas en impresionantes escenarios, o subidos en altísimos tapancos, con gala enorme de uniformados –sean policías, militares o escolares, que a la postre acuden con fastidio– y rostros hieráticos, actitud solemne y ademanes ensayados como de declamador de primaria.
La liturgia del poder público mexicano y potosino ha caído en descrédito, como la maldición de Tutankamón o la leyenda del Chupacabras, la gente no se la cree, pero como las mujeres y los hombres del poder insisten en usar esas mascaradas, ahora la ciudadanía se siente agredida cuando algún gobernante decide pasarse por las partes pudendas la opinión de la mayoría, y de todos modos hace exactamente lo que le sale de sus gónadas; pero no es necedad, ni ganas de ofender, mucho menos intento de pasar por encima de la población, es que los pobres no atinan a qué hacer en este mundo hipercomunicado e hiperentrelazado por los nuevos medios; nacieron y crecieron en las magnificentes expresiones litúrgicas y añoran regresar al tiempo en que surtían efectos o impresionaban a alguien.
Eso pasa con los informes, son rituales cuasi sacros diseñados para que los asistentes quedaran impactados con la parafernalia, así como el incienso está destinado más a provocar un efecto soporífero en los feligreses, que para agradar a Dios, que ya sabríamos si le agradara tanta humareda.
El reunir en un recinto a los notables de cada espacio político para que el responsable de un cargo público pontifique sobre sí mismo y recite las muchas maneras en que ha cumplido con sus deberes, es tan anacrónico, tan rudimentario, tan absolutamente inútil, que mueve más a risa que a respeto.
Mírelos Usted, no me crea. Pagan transmisiones televisivas, radiofónicas y por Internet en vivo, intentado usar del éter para llevar su magnífica presencia más allá de los límites físicos de los escenarios montados para el lucimiento, y en realidad acaban exponiéndose a que un asistente menos domesticado les lance un zapato, una botella con residuos o líquidos excrementicios, un improperio, o una sonora carcajada en el medio de sus admoniciones y solemnidades.
Por eso ahora son material precioso para la elaboración de memes y demás burlas en las llamadas redes sociales. Diversión para el Pueblo, bueno, finalmente si, aunque con bufones de mala calidad y peor reputación.
Esas liturgias cuestan mucho dinero, no sólo montar el espectáculo en sí, sino todo lo previo, incluidas las invitaciones, que como no podía ser de otro modo, deben reflejar el poderío económico del anfitrión.
Los asistentes son parte de ese tinglado, gustosos integrantes de un coro angélico, gustosos de formar parte de la corte regia y casi celestial, disputándose entre sí el privilegio de integrar al poder, discutiendo entre ellos si son querubines, serafines, tronos, dominaciones, virtudes, potestades, principados, arcángeles o ángeles, porque además los que asisten a uno, asisten literalmente a todos, desde el informe de la mesa directiva del jardín de niños, hasta el propio del Gobernador Constitucional del Estado; se conocen entre ellos, se saludan, se abrazan, se toman fotografías, comparan sus vestimentas, el precio de sus accesorios de moda, incluso hoy día hasta el precio y versión de sus teléfonos celulares, así como la facilidad de uso de sus sistemas operativos; son una estirpe de inobjetable linaje, como a muchas casas reales, se les reconoce fundamentalmente por un defecto congénito en la columna vertebral que se las torna dobladiza, y una proclividad alarmante –pero no grave mientras no sea en público– a succionar con singular alegría mientras baten las palmas.
Todos los participantes del ritual saben con meridiana certeza que presenciarán una charada, y que no faltará algún insumiso que alegre la solemnidad con, por lo menos, un inocente pitorreo, para tales efectos ya tienen ensayada la cara de sorpresa y los inequívocos gestos de desaprobación, bien que les divierte, pero así es el ritual.
Los tales informes y otras liturgias insultantes para cualquier ciudadano del siglo XXI cesarán sólo si dejamos de concederles importancia, de lo contrario seguirán formando parte de nuestro muy comedido mecanismo para ejercer el poder.
Temario
¿Recuerda Usted que le recomendé poner atención a las comisiones jurisdiccionales de la AV? Pues no sólo se movieron, sino que incluso no se integró la correspondiente al procedimiento que pretendían llevar contra los magistrados electorales, muy probablemente se dieron cuenta que era ilegal, pero seguirá la mata dando, porque según consultarán al Senado y al Tribunal de Justicia, aunque lo correcto hubiera sido consultar a la Sala Superior del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, otro yerro.
Tan bonitas las patrullas de la Policía Municipal del Gobernador Juan Manuel Carreras, colores fuertes, brillantes, y ya tan pronto se están deslavando merced su irrelevancia, acabarán teniendo el color de moda: gris clarito.
Leonel Serrato Sánchez
unpuebloquieto@gmail.com