Defender la tierra: mujeres, justicia ambiental y la lucha por lo común

María Ruiz

Estábamos ahí, en el Archivo Histórico del Estado, escuchando a la doctora María Suhey Tristán Rodríguez, quien trabaja una línea de investigación centrada en acciones colectivas y de justicia ambiental.

Ella formaba parte de una conferencia que replanteaba la deuda histórica a las mujeres y su relación con el crimen. Cada palabra suya se manifestaba como si tuviera una carga de siglos de historia enterrada.

En un instante mencionó el libro Calibán y la bruja, de Silvia Federici, un referente que para ella expone al capitalismo como una maquinaria de disciplinamiento de las mujeres y en que ha servido de engrane a largo de los años para criminalizar a las defensoras del territorio.

Afuera, también se mostraba esta verdad incómoda, la cacería de brujas nunca terminó. Solo cambió de forma.

Ella continuó y nombró a aquellas mujeres de pueblos originarios, comuneras, ejidatarias y defensoras que han sido marcadas como peligrosas por desafiar el orden impuesto, por defender a su comunidad y proteger su territorio, no solo como acto de resistencia sino porque lo conciben parte de su identidad.

La doctora siguió hilando ideas.

Tras un tiempo y con el evento concluido, entablamos una conversación. Apasionada por las causas justas, comenzó a hablar del poder de las corporaciones y como este devora sin piedad las raíces de la tierra y el cuerpo de las mujeres, las más afectadas cuando vulneran sus derechos territoriales.

La doctra María Suhey Tristán Rodríguez, quien ademas tiene una sólida carrera en derecho y ciencias ambientales, también se ha hecho presente en los terrenos de lucha.

Ha tejido dentro de sus investigaciones una narrativa donde las mujeres son las guardianas de la tierra, no solo en lo simbólico, sino en lo material y tangible; mujeres que a su vez luchan por recuperar lo que el capitalismo voraz les arrebata como su poder, su espacio, su existencia.

“Vivimos en un capitalismo que no solo despoja tierras, sino que mercantiliza nuestros cuerpos, incluso nuestros úteros”, dijo.

No es una reflexión académica fría, es un reclamo que nace del corazón de quien ha sido testigo del sudor de la resistencia de las mujeres y es ahí, en esa intersección de dolor y rebeldía, donde su ecofeminismo cobra fuerza.

Tristán Rodríguez, desde su experiencia, señaló que México es uno de los países más peligrosos para quienes protegen la tierra y el territorio. Sin mecanismos específicos que garanticen su seguridad, las mujeres que se enfrentan a corporaciones mineras, hidroeléctricas o agroindustriales lo hacen con una desventaja monumental.

“La empresa extractiva es un monstruo”, advirtió la doctora, “una empresa transnacional frente a mujeres que defienden lo poco que les han dejado”.

La desigualdad ambiental: la ciudad también expulsa

Si en el ámbito rural las mujeres luchan por evitar el despojo, en las ciudades enfrentan una forma distinta, pero igual de brutal de violencia ambiental. La doctora Tristán Rodríguez lo explicó desde la perspectiva de la salud ambiental, una disciplina que estudia cómo se distribuyen los impactos negativos del entorno.

“No es casualidad que la contaminación afecte más a las mujeres pobres. La feminización de la pobreza hace que sean ellas quienes vivan en las zonas más expuestas, sin acceso a agua potable, con aire contaminado y sin espacios verdes”, apuntó.

Además, existe un impacto diferenciado en sus cuerpos. Muchas sustancias tóxicas son liposolubles, lo que significa que se almacenan en la grasa corporal, pues según varios estudios científicos hace que las mujeres sean más propensas a presentar cualquier tipo de enfermedad ante los contaminantes del espacio que habitan.

“Nuestros cuerpos tienen más tejido adiposo por razones biológicas, como la lactancia. Eso hace que los contaminantes se acumulen más en nosotras, somos quienes reflejamos más los efectos de ambientes contaminados”.

Romper la brecha: educación y autonomía

Para la doctora, la clave para transformar esta realidad está en la educación. Pero no cualquier educación, sino una pedagogía liberadora, que ayude a romper con la idea de que la humanidad y la naturaleza son entidades separadas.

“Nos enseñaron a ver el mundo de manera binaria: naturaleza-cultura, hombre-mujer. Como si no fuéramos parte de ese sistema”, reflexionó.

Ese “cambio de chip”, insistió, es fundamental para que más mujeres se reconozcan como defensoras del medio ambiente y participen activamente en la construcción de políticas públicas. Sin embargo, las barreras aún son enormes.

“Las mujeres rurales, indígenas, comuneras, no tienen acceso a información. Se enfrentan a estigmas dentro de su propia comunidad y a políticas públicas que no tienen perspectiva de género y eso tiene que cambiar”.

El triunfo de la resistencia: las mujeres que detuvieron una presa

A pesar de los obstáculos, hay victorias.

Uno de los ejemplos más emblemáticos es el caso de la presa El Zapotillo, en los Altos de Jalisco. Durante 17 años, tres comunidades, algunas de ellas dirigidas y conformadas en su mayoría por mujeres, lucharon contra un proyecto que amenazaba con inundar sus pueblos y despojarlas de su territorio.

“Fueron las mujeres quienes estuvieron al frente”, recordó la doctora. “Lograron detener al Estado, a un gobierno federal coludido con los gobiernos estatales de Jalisco y Guanajuato. Detuvieron la presa, evitaron la inundación y demostraron que la resistencia organizada puede frenar incluso a los proyectos más ambiciosos”.

Casos como este, explicó la investigadora, muestran que la justicia ambiental y el feminismo están profundamente entrelazados.

“Defender el territorio no es solo proteger la naturaleza, es también desafiar las estructuras de poder que sostienen la desigualdad que perjudica a las mujeres”, agregó.

Resistencia femenina

En cada comunidad de México hay mujeres que resisten y nos recuerdan que la lucha por el medio ambiente es, en el fondo, una lucha por la vida.

La doctora Tristán no es solo una académica, es una mujer que también lucha para que las mujeres no sean invisibilizadas por la historia oficial, esas que no solo defienden su hogar, sino el futuro de toda la humanidad.

Mujeres indígenas, rurales, ejidatarias, comuneras que, con sus palabras y con sus cuerpos, frenan el avance de empresas extractivas que ven en los territorios solo una fuente de recursos para enriquecer a unos pocos.

“No hay autoridades ni legislación que las proteja”, denunció. Pero a pesar de eso, ellas luchan; ellas defienden lo que les queda: la tierra, el agua, la vida.

En este cambio de mirada, en esta reconexión con la tierra, dijo, encuentra la semilla de la transformación. Una semilla que, para la investigadora debe ser regada con conciencia para dar frutos en un futuro más justo.

“Las mujeres que luchan por la tierra y por el medio ambiente se enfrentan a barreras enormes. Tenemos que apoyar, tenemos que impulsar la información, derribar la violencia estructural (que es difícil), todos los días enfrentan al patriarcado más feroz en los ejidos y comunidades rurales. El patriarcado en el campo es más brutal, más profundo”, comentó .

Además recordó las luchas de las mujeres en la Sierra de San Miguelito, donde el patriarcado de algunas comunidades les niega el derecho a participar en las decisiones que afectan sus vidas y sus territorios.

En este y otros espacio, remarcó, la participación es solo una ilusión, una falacia que se disfraza de democracia.

A pesar de las barreras, las mujeres no se rinden. La doctora Tristán habla de ellas con admiración, de esas que han logrado organizarse para detener proyectos que amenazaban con borrar sus hogares del mapa.

Este ecofeminismo, señaló, es una llamada a reconocer que la tierra y las mujeres están indisolublemente unidas, y que defender una es defender a la otra.

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