Día de Muertos en el cementerio

Por Antonio González Vázquez

Imagen: Nahúm Delgado

Morir es que alguien deje de recordarte. Cuando te diluyes mansamente de la memoria de los Tuyos es cuando terminas por morir realmente. Hay muchos que nunca morirán del todo, se aferran a instantáneas fugaces en el recuerdo de los vivos. Visitamos a los muertos en su morada porque los recordamos; oramos, sonreímos, charlamos, cantamos y lloramos con ellos en un día como hoy, en el Día de los Muertos.

Hay fastuosos mausoleos, criptas ricas y adornadas, lápidas frías y grises de cemento, altares rústicos de rejas o trozos de madera y también hay tumbas que se van perdiendo en la polvorienta tierra de los cementerios hasta casi no quedar nada; promontorios de tierra desolada, en cuya profundidad algo del cuerpo queda.

Aquí una de esas tumbas. Es el panteón de El Saucito. Muy temprano, alguien que no olvida a su muerto, llegó a hacer compañía, le trajo su ofrenda y viandas. Debió ser un muerto muy pobre y que el que ahora lo recuerda igualmente pobre, pero en el panteón, todos somos iguales, a todos los royeron centímetro a centímetro los gusanos hasta quedar osamentas quebradizas. Una coca cola, un ramo de cempasúchil, una concha de chocolate y un cigarrillo. Manjar de manjares para el muerto que a estas alturas ya debió haberse sentado junto al sepulcro a fumarse reflexiva y placenteramente el pitillo con unos tragos de coca.

Pero ese muerto desconocido sin cruz que diga su nombre y sin lápida que hable de lo bueno que debió ser en vida, reflexionaría de seguro sobre el mensaje que le dejo su visita. Un recado lacónico y sentido en un papelito en forma de corazón: “espero que estés bien”. El difunto debió leer el mensaje y con un tono de seguridad plena debió pensar; “por supuesto cabrones, cualquiera está mejor muerto, ya sea en el cielo o en el infierno, que en este país violento y sangriento”.

Es una tumba que se ha ido desmoronando con el paso de los años, ya solo es perceptible el Día de los Muertos. Su aspecto el resto del año puede ser desasosegante, tristemente solitario, sin una flor o una corona o una cruz o ribete negro. Nada sucede hasta el Día de los Santos Difuntos cuando alguien de los que conocieron al muerto lo recuerda y lo revive en su mente. Entonces la gente se va al panteón, a visitar a sus muertos porque en el fondo, lo que deseamos es que cuando muramos no nos olviden tan pronto y que al menos, haya alguna alma piadosa que nos acompañe con un rezo y una flor.

Ir al cementerio como han ido todos de generación en generación, la veneración y respeto a la muerte, el culto a la vida después de la vida. El punzante pensamiento que nos dice que todos en algún momento vamos a morir, quién sabe si dentro de diez minutos o en treinta años. Temerle a la muerte porque se sabe uno mortal. Aspirar a morir acompañados y amados, no solitarios ni vencidos, desear una muerte digna y venerable, para después tener la seguridad de que alguien se pondrá de pie de vez en cuando al pie de la tumba para que no estés solo y sientas que aun te quieren y que hasta pareces ser una buena compañía.

La muerte anda en secreto por aquí y por allá, siempre buscando tierra donde descansar; quien yace bajo este cúmulo de tierra debe sentirse feliz hoy. Lo visitaron en su día, aun no lo han dejado solo. Debe estar feliz, aunque bien mirado, también le habría gustado un trago de tequila para acompañar la coca y así brindar por todos los muertos que lo acompañan en el cementerio.

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