Por Victoriano Martínez
Desde que en la última década del siglo pasado, organismos empresariales en distintos estados del país intentaron evaluar la “productividad” de los poderes legislativos por la vía del conteo de iniciativas presentadas por diputado, quedó sembrada en las curules el virus de la iniciativitis.
Se trata de una afección que ataca el ego de quien se vuelve diputado y, sin importar que se haga un análisis real de la necesidad de modificar una ley, se presentan iniciativas con tal de figurar en un ranking de presunta productividad.
Los organismos empresariales pronto se dieron cuenta de que su esquema de evaluación, lejos de mejorar el trabajo legislativo, incentivo una simulación que generó más perjuicio que beneficio a la labor de los poderes legislativos, y dejó de lado ese tipo de evaluación.
Pero no se ha encontrado vacuna para eliminar el virus.
No sólo el ego que se infla desde el momento en que una persona ocupa una curul ataca a los nuevos diputados y provoca la afección, hay otros agentes que agravan la iniciativitis.
En la estructura permanente del Congreso del Estado, para centrarnos en el caso local, existe la Coordinación de Asesoría y Secretariado Técnico de Comisiones, con un grupo de asesores que se asignan a cada diputado, más los que los propios legisladores lleven por su cuenta.
Se trata de un grupo de agentes patógenos que suelen incubar la reproducción indiscriminada de iniciativas. Si con cada iniciativa los diputados creen que incrementan sus bonos como legisladores, con cada iniciativa los asesores se ganan su confianza, en detrimento de la verdadera función que deben cumplir.
Todavía hay que recordar que por muchas razones sobre la LXII Legislatura se generaron expectativas de que efectivamente podría ser diferente a las anteriores, pero ni contra el virus de la iniciativitis se vacunaron…
De las últimas tres Legislaturas, a la actual es a la que más ha afectado el principal síntoma de la iniciativitis que, entre los asesores del Congreso del Estado, se suele conocer como diarrea legislativa, aunque ellos mismos sean parte de la purga.
En sus primeros nueve meses ya presentaron 598 iniciativas, 118 más que sus antecesores de la ecuación corrupta, y 342 más que en el mismo periodo presentaron los diputados de la LX Legislatura.
En sus primeros nueve meses, la LX Legislatura aprobó 59 iniciativas; la LXI, 61, y la actual lleva aprobadas 95. Aparentemente es más efectivo su trabajo, pero en realidad proporcionalmente (como efecto secundario de la gravedad de su diarrea) no es así.
La LX Legislatura aprobó en sus primeros nueve meses el 23.04 por ciento del número de iniciativas presentadas, la LXI Legislatura alcanzó en ese periodo el 16.05 por ciento, en tanto que la actual tiene la más baja efectividad, con el 15.88 por ciento.
En esta Caja Negra, en los últimos nueve meses se ha dado cuenta de las malas señales que, desde el principio de la actual Legislatura, han igualado a los hoy diputados con sus antecesores.
Resulta lamentable que en el trabajo sustantivo del Congreso del Estado, los números los coloquen en una situación que no los muestra iguales que sus antecesores –que sería grave–, sino peores –que es muy grave.