Carlos Rubio
Pareciera que diciembre se toca en un compás diferente al de los otros meses; si de enero a noviembre todo avanza a 60 negras por minuto, en diciembre podrían ser hasta 120 o más, todo depende de la velocidad a la que camines por el Centro Histórico para buscar ese regalo faltante de una interminable lista.
En estos días, si se observara desde arriba, el pasaje Hidalgo podría compararse con un mar, un mar de cabezas que forman olas en las que podrías ahogarte si no nadas al ritmo de la corriente. Personas van y vienen, entran a tiendas y salen cargadas de bolsas que están por romperse de lo pesado que es su contenido. Afuera de una tienda de ropa, un padre le pregunta a su hijo: “¿Qué quieres que te compre de Navidad?”, a lo que el niño responde: “Un dron” y su padre lo mira extrañado o quizá preocupado. Aunque la verdadera pregunta sería, ¿y Santa Claus?
Entre más adentro te encuentres del pasaje, más difícil será caminar, el ritmo da sensaciones de rapidez, pero la cantidad de personas vuelve imposible el movimiento. Las tiendas venden por montones, como si tuvieran mercancía suficiente para abastecer a cada persona de la ciudad. Una labor titánica intentar vender sin que alguien se pase de listo y aproveche los tumultos para robar un par de productos.
Es curioso como van a dar las seis y media, el sol apenas comienza a esconderse, pero con cada segundo la prisa y la velocidad de cada paso aumenta, como si el último rayo de luz fuera determinante para encontrar la bicicleta perfecta con rueditas para aquella niña que está por aprender a andar en ella.
Los padres jalan de los brazos a sus pequeños hijos para pedirles que vayan más rápido. “Muévele Iván”, le dice su madre con un semblante desesperado por llegar a la siguiente tienda. No hay tiempo de tomar un descanso o un respiro. El pánico navideño acecha los hogares.
Los vendedores ambulantes pasan a segundo plano. La gente difícilmente se detiene a buscar un regalo entre la miel, la ropa o cualquier artesanía que venden. En esta época las gigantes tiendas se imponen sobre cualquiera.
La Plaza de Armas podría ser la más acogedora por todos los adornos que se suspenden en el aire y las cálidas luces que se encuentran sobre los cuatro caminos que llegan hasta el colorido quiosco. Por ser tan agradable a la vista, algunos aprovechan para tomarse fotografías con un fondo navideño. Los turibuses están repletos e incluso hay personas haciendo fila para abordar el siguiente paseo. Como en el pasaje Hidalgo, cada paso aquí se da con gran rapidez.
Ya con el sol completamente escondido, la Plaza del Carmen se encuentra sumergida en una total oscuridad. Los faros aún no encienden y la única iluminación proviene de los negocios de la periferia y un pequeño puesto ambulante al centro de la plaza, el cual vende personajes inflables y varios juguetes con luces; como un oasis en el desierto.
Caminando hacia la Plaza de Fundadores se puede encontrar a dos jóvenes tocando algunas canciones navideñas, una con un teclado y su acompañante interpreta a través de un contrabajo. Más adelante se encuentra otro joven tocando su teclado; el tempo de su música fluye tan rápido como el movimiento de las personas y tan certero como el frío que se hace presente conforme pasan los minutos.
Fundadores no tiene tiendas de juguetes ni de ropa entre sus espacios, por eso sólo funciona como una conexión en el largo camino para llegar hasta los más alejados espacios del Centro. La pista de hielo atrae un poco a la gente, pero la larga fila para entrar espanta a algunos que se asoman a sentir el penetrante frío del hielo en el piso.
Las acostumbradas protestas que a menudo se instalan frente al Congreso del Estado y los palacios Municipal y de Gobierno, no están. Hasta ellos necesitaron de unas vacaciones.
El andar parece prohibido si se intenta hacer despacio. No hay tiempo de prestarle atención a los detalles antes de la Noche Buena. Aquella mujer tirada en el piso pidiendo limosna pasa desapercibida, su vaso luce vacío; la mujer que vende churros, hasta ahora no ha vendido nada, su caja está llena; el cachorro asustado y con frío descansa sobre un pedazo de cartón; el niño pequeño estira su mano pidiendo comida.
¿Qué tan difícil será regresar a la normalidad? Tal vez para eso sirva el 31 de diciembre y el 1 de enero. Fungen como un umbral que, al atravesarse, disminuyen las revoluciones a las que nos movilizamos. No es el tiempo el que avanza más rápido, es cada persona la que acelera su pulso y decide salir a las calles a moverse de un lado a otro sin parar.
Y como por ahora aún es diciembre, bienvenida la velocidad.