Dominique Chemin Malapert, la heterodoxia y rebeldía del pame parisino que vivió en SLP

El profesor Dominique Chemin, etnólogo de origen francés, falleció el pasado 19 de abril a los 85 años. Vivió más de la mitad de su vida en San Luis Potosí, desde 1972 cuando inició sus estudios de la cultura pame o Xi’oi. Aquí un perfil periodístico, en su memoria.

José de Jesús Ortiz

Fue un personaje heterodoxo, trashumante, anárquico. Hijo del pensamiento ilustrado francés, egresado de la Universidad de La Sorbona, Jean Paul Georges Dominique Chemin Malapert (1938-2023) fue ante todo un científico social, un antropólogo de gran solvencia académica, que dedicó su vida al estudio de la cultura Xi’oi o pame en la zona Media y pasó más de 50 años en San Luis Potosí, donde se volvió una figura reconocida e inconfundible, pero también contradictoria y compleja.

De los años previos a su llegada a México y su establecimiento en San Luis Potosí se cuentan historias que parecen leyenda, como su participación en la guerra de Argelia (1954-1962) en el contexto de los procesos de liberación nacional y descolonización del continente africano; su militancia en el Partido Comunista Francés o en la insurrección social del mayo de 1968; así como su relación familiar por la vía materna con Michel Foucault, el filósofo de la cabeza rapada, teórico del poder, de los excluidos, los proscritos y anormales a lo largo de la historia.

Llegó a México en 1972 siguiendo los pasos de su esposa Heidi Chemin Bässler, también antropóloga, precursora de los estudios de la cultura pame, con quien realizó trabajos fundamentales en una región poco explorada hasta entonces. Nunca regresaría a Francia salvo un par de ocasiones casi como turista, ya en la última etapa de su vida.

En San Luis Potosí se asentó de manera definitiva —en Cárdenas, Santa María Acapulco y luego en la capital potosina— y fue ahí donde pasó la mayor parte de su vida adulta y su desarrollo profesional. A lo largo de todo este tiempo participó en múltiples proyectos culturales y académicos como el Centro de Investigaciones Históricas (antecedente del Colegio de San Luis), la Escuela de Educación Superior en Ciencias Históricas y Antropológicas, el Instituto de Investigaciones Humanísticas de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí o el Centro de las Artes, aunque siempre con una relación difícil y acaso conflictiva con el mundo académico institucionalizado.

Como pocos, estimuló vocaciones en el campo de las ciencias sociales y fue una referencia esencial para decenas de antropólogos e historiadores que reconocen el influjo que significó su presencia y figura quijotesca. Para algunos, en ese campo se encuentra su principal legado.

El poeta Eudoro Fonseca, en un texto que compartió en redes sociales, definió a Dominique Chemin como la “antítesis del intelectual pedante”, que más que hacer alarde de sus blasones académicos los ocultaba. Y es verdad: frente al conocimiento la suya no era la postura arrogante del sofista que cree conocerlo todo y lucra con sus saberes, sino la del filósofo que duda, que carece de certezas y reconoce sus limitaciones. Quizá ese aspecto de su carácter era el que le permitía relacionarse con los otros y dialogar desde la curiosidad por conocer y cuestionar.

A partir de entrevistas y testimonios de diversas personas que lo conocieron y convivieron con él en las últimas décadas, se reconstruye una parte de su perfil biográfico, tan cautivante como complejo.

Los primeros años, la llegada a SLP

Dominique Chemin nació en 1938, casi en los albores de la Segunda Guerra. Su primera infancia transcurrió en París en los años duros de la ocupación alemana y la resistencia al nazismo en la Francia de Vichy. Separado de su familia a los tres años, al inicio de la guerra, fue llevado a un internado de monjas en la campiña donde aprendió a leer. Una revelación la de la palabra y el sonido (el signo lingüístico) que marcó su vida y su fascinación por la lectura y los libros. “En el colegio de monjas lo único que tiene en lugar de familia son libros, hasta el final de su vida es así, es como llega, con una familia de libros”, dice el antropólogo León García Lam, quien mantuvo una relación amistosa y profesional con Dominique durante casi tres décadas.

La suya es una familia ilustrada de la pequeña burguesía parisina: su padre fue profesor de filosofía y ejerció también el periodismo en diversas etapas de su vida; su madre fue violinista, dedicada al arte, con una relación directa con la madre de Michel Foucault. Dominique solía contar esa relación familiar como si no fuera relevante, se la escuché en alguna ocasión durante un curso sobre mitologías que impartía en el Instituto de Investigaciones Humanísticas, lo decía con una sonrisa cáustica, restándole importancia.

En su monumental biografía sobre Michel Foucault, escribe Diedir Eribon: “Paul Foucault es el nombre de su padre. Ejerce de cirujano en Poitiers y de profesor de anatomía en la Facultad de Medicina. Es hijo de un cirujano de Fontainebleau. Se casó con Anne Malapert. Hija de un cirujano de Poitiers, profesor de la Facultad de Medicina… la familia tiene dinero. También posee tierras, granjas y campos. El doctor Foucault es un cirujano muy conocido, que opera sin tregua ni descanso. Es uno de los personajes destacados en la ciudad”.

Una familia, al fin, relacionada con las artes liberales y las letras, de científicos y humanistas. El cráter lunar Malapert —ubicado en polo sur lunar y en el lado más obscuro— lleva ese nombre por Charles Malapert, un astrónomo del siglo XVII, seguramente antepasado remoto de su familia, como afirman algunos de sus conocidos.

Siendo joven, Dominique Chemin participó en la guerra de Argelia, que se da en el contexto de la lucha de liberación nacional en esa colonia francesa a mitad de los años 50’s. Cuando estalla la guerra, el gobierno francés amplió a dos años la duración del servicio militar, por lo que jóvenes y estudiantes, la mayoría en contra de su voluntad, fueron enviados a participar en ella, como fue el caso de Dominique. “Tenía 19 o 20 años cuando fue reclutado como muchos jóvenes, era ya el fin de la guerra, pero en algún momento sí lo mandaron a disparar y él no quiso ir al frente, fue castigado porque no quiso ir; el castigo que daban era caminar, estar en el sol”, comenta Jakaranda Mortal, una artista plástica multidisciplinaria, quien compartió 15 años de su vida con Dominique.

Años después de esa experiencia, ya como estudiante de etnología en La Sorbona (de licenciatura y después a nivel doctoral), conoció a Heidi Bässler, de origen alemán, con quien compartió departamento y será tiempo después una figura determinante en su vida y su pareja durante más de tres décadas. Por ella viene a México, y luego a San Luis Potosí, para realizar su investigación de doctorado, aunque su proyecto inicial estaba planteado en Australia sobre las pinturas en corteza de árbol que hacen indígenas en la Tierra de Arnhem. De ello había realizado ya una tesis de grado en Etnología, también por La Sorbona (La Représentation Spatiale dans les Peintures sur Ecorces de la Terre D’Arnhem). México no existía en su radar.

Dominique Chemin, estudiante en La Sorbona.

“Heidi Chemin logró que le dieran una beca para estudiar a los pames de San Luis Potosí, el maestro de Heidi y de Dominique fue el general Jacques Soustelle. Él vino a México y en el periodo de entreguerras hizo unos estudios muy profundos sobre la vida indígena, particularmente se interesó en la cultura otopame… en muy poco tiempo hace un estudio fundamental para los estudios indígenas que es su libro La familia otomí-pame del México Central (1937). Viene luego la Segunda Guerra Mundial y deja inconclusos sus estudios y queda trunco su objetivo de vida que era comprender a estos indígenas del centro de México. Pasando la guerra, en los años 60’s, ya es un veterano, es un decano de La Sorbona. Ahí tiene como alumna a Heidi y le dice que se vaya a México, que él le consigue una beca del gobierno francés para un proyecto que es la Misión Arqueológica y Etnológica Francesa. Es por eso que Heidi viene a México (en 1970-71) para iniciar los estudios de su doctorado aquí en San Luis Potosí con los pames”, precisa García Lam.

En 1972 Dominique alcanza en México a Heidi y se dedica a recorrer diversas regiones del país para tratar de reorientar su proyecto de investigación doctoral. Se interesa por las pinturas en papel amate elaboradas por indígenas en la zona de Xalitla, Guerrero, y sobre ello plantea enfocar su investigación, aunque al final decide seguir a su esposa quien está ya al frente de la misión etnológica en Santa María Acapulco, en el municipio de Santa Catarina.

Los pames son un grupo presente en diversos municipios potosinos (Ciudad del Maíz, Alaquines, Tamasopo, Rayón y Santa Catarina, además de algunas comunidades de Querétaro asentadas en Jalpan, en la Sierra Gorda). Como todos los núcleos de población indígena en México, las condiciones de miseria y marginación son atroces, lo son ahora y lo eran hace 50 años cuando llegan Heidi y Dominique y se relacionan con estos grupos sociales sin voz, negada incluso su identidad y existencia por la historiografía conservadora en San Luis. Condenados de la tierra, diría Fanon.

“Ella venía de La Sorbona, venía de fuera, y se trastornó de ver a los pames en una pobreza así… sintió que tenía que quedarse ahí, trabajar con ellos, apoyar en lo que pudiera; ella gestionó los caminos, la Casa de Cultura, llevó muchas cosas y los posicionó en una escena nacional. No es tampoco que fuera una aldea virgen metida en la sierra, pero nadie llegaba, nadie iba hasta allá”, dice por su parte Olivia Fierro Hernández, amiga y alumna de Dominique Chemin, egresada de la maestría en Antropología Social por el Colegio de San Luis y doctorante en Estudios Mesoamericanos por la UNAM.

“Dominique debió haber llegado a San Luis Potosí en 1972 para alcanzar a Heidi. Ella es la que tenía la misión oficial, el programa, la beca. Él también empieza a hacer investigaciones en Santa María Acapulco y en lo que ellos llamaron los cuatro núcleos pames, que después resultaron ser cinco y probablemente seis núcleos”, comenta García Lam, autor de la tesis doctoral en antropología Entre chinchos y pitacoches: análisis del sistema ritual de los pames septentrionales de Ciudad del Maíz, San Luis Potosí (UNAM, 2017) y de alguna manera un continuador de la obra de Dominique.

El trabajo de Heidi y Dominique, además de implicar una profunda investigación etnológica, inédita en la zona y en todo el estado, es también una apuesta de vida, un compromiso personal y social de largo plazo. En el caso particular de ella, un apostolado prácticamente hasta el día de su muerte en 2006: gestiona ante autoridades de diversos niveles la introducción de agua potable en comunidades indígenas de la zona, en Santa Catarina, el camino de terracería a Santa María Acapulco, la construcción de escuelas, clínicas, la formación de promotores bilingües, espacios comunitarios, la casa cultural, entre otras iniciativas.

Portada del libro: Los pames septentrionales, de Heidi Bässler.
Portada del libro: Los pames septentrionales, de Heidi Bässler.

Producto de todo ello y de su investigación, es el libro de Heidi Chemin Los pames septentrionales de San Luis Potosí, editado por el escritor Juan Rulfo y publicado por el Instituto Nacional Indigenista en 1984, considerado el primer trabajo antropológico sobre un grupo social en el estado. Para García Lam es un trabajo de referencia hasta el día de hoy en cualquier estudio sobre la pamería, “es la primera gran etnografía que se escribe en San Luis Potosí, el primer trabajo antropológico, además es un estudio bellísimo”. Agrega que, aunque el libro aparece firmado por Heidi, se trata de una investigación conjunta con Dominique.

También antropólogo, egresado de la Escuela Superior de Ciencias Históricas y Antropológicas de la Fundación Edward Seler y alumno de Chemin Malapert, Jonatan Gamboa Herrera considera que este trabajo es un estudio fundacional para el conocimiento de la cultura pame: “El trabajo etnográfico que hizo fue la gran enseñanza para muchísimos antropólogos. Dominique de alguna manera transgredió la simple fórmula que viene en los libros, hacía un trabajo muy vivencial con las personas, se integraba a la comunidad y se integró bastante bien, algunos decían que era más pame que mexicano, incluso más Xi’oi que francés”.

Para Olivia Fierro, el trabajo que realizan tanto Dominique como Heidi tiene la virtud de su cercanía con la gente de las comunidades y relacionarse con los otros como iguales. “No era utilizarlos, como antropólogos que van a un lugar y nunca vuelven, sino que estaban comprometidos con ellos, había ahí un compromiso social, una deuda. Él contaba que aprende pame con ellos y aprende español ahí, durante mucho tiempo tenía un español como ellos, usaba palabras como las usaban en Santa María Acapulco”.

Tatmingo es el nombre con el que los pames llaman a Dominique, una palabra compuesta que sintetiza su relación con ellos: “Tat, es la forma en la que se denomina a los señores de mucho respeto y por lo general ese calificativo lo emplean solo los chamanes. Equivale a ‘venerado’ ‘o respetable señor’. Tat se lo puso un chamán. El tatmingo equivale a decir respetable-venerado señor domingo”, comenta Mayra Muñoz López, maestra en Antropología Social por el Colegio de San Luis, quien mantuvo también una relación cercana con Dominique en los últimos años.

Dominique Chemin, en Santa María Acapulco, en ceremonia para depositar cenizas de Heidi
Dominique Chemin, en Santa María Acapulco, en ceremonia para depositar cenizas de Heidi. Fotografía: Olivia Fierro.

Un formador de antropólogos

Dominique Chemin fue también, quizá por encima de todo, un formador de antropólogos y científicos sociales. Más que en sus libros u obra publicada —hasta ahora dispersa en textos académicos, trabajos inéditos y artículos periodísticos—, para algunos su influencia principal está en su dimensión como docente, en particular en campos como la etnología, la estética, la lingüística, la semiótica y el arte en general.

Fue parte del Centro de Investigaciones Históricas (antecedente del Colegio de San Luis) y de la Escuela de Educación Superior en Ciencias Históricas y Antropológicas fundada en los años 90’s y fue en esta donde mantuvo la mayor estabilidad laboral como profesor de asignatura, además de que impartió cursos en el Instituto de Investigaciones Humanísticas de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí y también en el Centro de las Artes, espacio donde asesoraba diversos proyectos de cultura popular y tuvo durante algunos años una plaza que le permitió contar con un ingreso como investigador.

Sin embargo, a lo largo de todos estos años, mantuvo una relación difícil y acaso conflictiva con el mundo académico institucionalizado. Nunca formó parte de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí o del Colegio de San Luis —como profesor investigador o de tiempo completo—, mucho menos del Sistema Nacional de Investigadores. Su figura anárquica chocaba de manera frontal con el formalismo burocrático de la academia.

Adrián Tovar Simoncic, egresado de la Escuela de Educación Superior en Ciencias Históricas y Antropológicas y con estudios de doctorado en Sociología por la Universidad de Bielefeld, en Alemania, considera a Dominique Chemin una especie de “Diógenes radical”, a quien el boato y oropel del mundo académico simplemente no le importaba. “Lo que le interesaba era una libertad intelectual radical y esa libertad la vivía día a día y además de una manera abiertamente sarcástica, provocativa, contestataria, con todas sus consecuencias, por eso yo creo que nunca ingresó a ese olimpo académico y más en estos olimpos sumamente provinciales donde la gente se distingue por una arrogancia que ni siquiera corresponde a la relevancia de su obra”.

Para Jonatan Gamboa, el hecho de que nunca formara parte de esa élite académica se explica por su personalidad misma: “No se ceñía a los lineamientos que las instituciones exigen para lograr esos reconocimientos académicos, él seguía su instinto, su trabajo, también era muy franco y a veces muy, muy directo y eso les generaba que no entrara en la casilla de investigador… era claro que no tenía interés en cumplir los estándares académicos, se salía del esquema siempre, en todo, era automáticamente rebelde”.

Olivia Fierro dice que Dominique mantenía una postura antiinstitucional, por lo cual era difícil que pudiera adaptarse a las dinámicas académicas, “siempre fue ajeno a todo eso, no hacía las cosas porque le contaran para algo, por publicar, por tener la puntitis y cosas que te dan una retribución económica en el Sistema Nacional de Investigadores, estaba en contra de todo eso; una persona así en una institución resulta muy incómoda, no lo querían tener en la UASLP o en el Colsan, y creo que se perdieron de tener una persona muy valiosa”.

Coordinadora del área de Arte Popular en el Centro de las Artes de 2011 a 2015 y responsable administrativa de cursos y talleres en ese centro, Fierro Hernández dice que por momentos fue difícil la relación con Dominique por su actitud anárquica para cumplir con la entrega de reportes burocráticos, informes o evidencias de los cursos que impartía (de Arte Contemporáneo, de Estética en el Arte Popular, de Etnopsiquiatría, de Paul Celan, entre otros). “Daba cursos, no hacia informes, le pedían que comprobara con fotografías, con cosas y no entregaba nada, y no es que no trabajara, pero él no lo iba a entregar, no tenía la disciplina para eso”. Recuerda haber intercedido por él en distintas ocasiones, aunque al final parecía que se “autosaboteaba”.

Quizá todo ello explica también que su obra publicada deliberadamente fuera exigua, centrada en esencia en artículos académicos, textos y manuscritos hasta ahora inéditos y artículos periodísticos publicados en la década de 1990 en el diario Pulso¸ además del libro Imagen pame (2004) de su autoría, y Toro, visión nítida (2002) en coautoría con Guillermo García Navarro. Según el registro realizado por Fierro Hernández—, hay al menos medio docena de trabajos manuscritos, sin editorial, entre ellos De la fundación de la misión pame de Santa María Acapulco. Siglo XVII (1981); Historia de la Pamería. Vol. I.  De los orígenes a finales del siglo XVI (1993).

Un postestructuralista entre la izquierda y la crítica

Admirador del trabajo antropológico de Claude Lévi-Strauss, intelectual y académicamente Dominique es producto del estructuralismo francés, un enfoque teórico de gran influencia en las ciencias sociales hacia los años 60´s del siglo pasado, aunque abrevó de otras afluentes, como la literatura, la poesía y la música, en particular el jazz. Fue también gran lector de Arthur Cravan, Michel Leris, Mina Loy, Gustave Flaubert, Josep Conrad, Paul Celan, Juan Rulfo, Alí Chumacero, Salvador Elizondo, Roberto Bolaño, pasando por los trabajos de Guillermo Bonfil Batalla y Alfredo López Austin.

Tovar Simoncic señala que Dominique Chemin es parte de una generación intelectual a la que se le califica de posestructuralista, con autores de diversas corrientes de pensamiento. “Todas están definiéndose en discusión con el estructuralismo; todas tienen rasgos muy importantes del estructuralismo. Es coetáneo de los postestructuralistas, está haciendo su labor intelectual también discutiendo con el estructuralismo, en su caso sobre todo desde la antropología, es levistrosiano. Está como pez en esa agua del estructuralismo y desde ahí está pensando con y contra el estructuralismo”.

Otros, como León García Lam lo ubican en una perspectiva más amplia, como parte de la posmodernidad, de la crisis de la posguerra, la Guerra Fría y el espíritu contestario del ’68.  “Su formación inicial viene del estructuralismo, tenía ese fundamento como antropólogo, aunque en los últimos años se orientó en estudios sobre estética y semiótica, por lo cual sería efectivamente un posmoderno, un ecléctico”, puntualiza Jonatan Gamboa.

En el campo ideológico, pese a que en su juventud militó en el Partido Comunista y vivió la revuelta del mayo francés que tuvo en La Sorbona uno de sus principales focos de insurrección, parece difícil ubicar a Dominique Chemin en uno de polos clásicos de izquierda-derecha. Más que en esas categorías, algunos de sus alumnos y conocidos lo consideran un heterodoxo, con un espíritu crítico y una gran sensibilidad social.

También, como muchos intelectuales, simpatizó con la rebelión en Chiapas, aunque también con una distancia crítica. En 1994, cuando apareció su libro Imagen pame, un registro fotográfico de la vida cotidiana de los indígenas de Santa María Acapulco, escribió al final del prólogo: “San Luis Potosí, enero de 1994. Días de la sublevación indígena de Chiapas”. Durante años, una imagen clásica en las calles era verlo en los cafés o bares con el periódico La Jornada y a partir de la lectura atenta generar también múltiples puntos de discusión. Un hábito diario que mantuvo hasta el final.

Adrián Tovar Simoncic dice que, aunque nunca lo vio posicionarse ideológicamente, era claramente de izquierda “si por ello se entiende estar siempre al lado de los desfavorecidos, de los más débiles, de los oprimidos; era un hombre de izquierdas y no por ideología, ni militancia política sino por ejemplo de vida, pero siempre estaba en guardia en contra de las falsas promesas de emancipación”.

El abogado Enrique Rivera Sierra, de larga trayectoria en diversos procesos de lucha social, lo recuerda solidario con la defensa de Cerro de San Pedro frente al proyecto depredador de la Minera San Xavier: “Muy a su modo, era un intelectual que estaba ligado a las causas de la gente, no por nada escogió Santa María Acapulco desde hace 50 años como materia de estudio; no por nada se fue con los desterrados de siempre, fue solidario con los sin nada, allá en la sierra; no por nada se solidarizaba con luchas como la defensa de San Pedro. Estaba en lugares donde sabía que existía el pueblo, el trabajador el obrero, en las cantinas, los bares, los lugares donde va la plebe y la gente del pueblo”.

“Es difícil ponerlo a la izquierda, no creo que pudiera caber en ninguna categoría. Para él, cualquiera que se levantara contra un poder opresor era positivo”, afirma Gamboa Herrera. “Era explosivo, un luchador por los derechos, un luchador por la verdadera libertad, fraternidad, los derechos de la Revolución Francesa”, señala por su parte Jakaranda Mortal.

El bar como un espacio cultural

En la biografía de Dominique hay una parte lúdica, donde el alcohol y los bares/cantinas ocupan un espacio primordial, de encuentro y de ocio. Una tradición propia de la Europa mediterránea que mantuvo hasta sus últimos días. Durante años, algunos de los bares clásicos del centro de la ciudad fueron un lugar de diálogo, pero también en los que peleaba y discutía.

Fue un gran defensor y promotor del mezcal muchos antes de que se convirtiera en un producto de consumo masivo apropiado por el mercado, le encontraba propiedades místicas y curativas. “Le gustaba el mezcal de La Pendencia, el Ipiña, el Alipús”, dice el fotógrafo Miguel Villalpando, quien conoció a Dominique en 1982 y durante muchos años fue su compañero de andanzas.

Dominique Chemin, en Charcas. Fotografía: Miguel Villalpando.

León García recuerda una anécdota que contaba Dominique del primer día que llega a San Luis Potosí y en un bar del centro tiene su primera borrachera justamente con mezcal: “cuando llega se hospeda en un hotel en el centro de San Luis, cerca de la Alameda. Él decía que fue a una cantina que tenía unas puertas como de película de western, que para nosotros son muy comunes en las cantinas del centro, pero para un francés no, solo había visto esas puertas en el cine de vaqueros.  Se metió a la cantina y ahí probó el mezcal por primera vez. Se puso su primera borrachera de mezcal sin hablar español… Decía que lo pasó fue que el mezcal le produjo tal trastorno que cuando llegó al hotel subió las escaleras caminando hacia atrás, llegó y le dijo al gerente ‘buenas noches’ y subió. Recordaba que toda la gente se le quedaba viendo como diciendo pues ‘qué onda’ y decía que él nunca había subido hacia atrás unas escaleras, pero que el mezcal provocaba eso”.

“En las cantinas nunca se sentaba en el lugar que daba la espalda a la puerta.  Él recordaba que en un burdel de Argelia estaban bebiendo y a un compañero francés lo apuñalaron unos argelinos que entraron de forma inesperada y el que estaba sentado dando la espalda fue al que le tocó la apuñalada. Por eso procuraba sentarse viendo a la puerta”, comenta Mayra Muñoz.

También, aunque amable, Dominique tenía un espíritu confrontativo, que polemizaba y reñía. Podía ser “irritable e irritante” si se lo proponía, reconoce García Lam. Para Miguel Villalpando, fue en esencia una persona generosa, aunque también muy huraña, “difícil de diálogo, si estaba de malas ni caso te hacía, evadía muchas pláticas si no estaba de buen humor. Fue generoso, aunque a veces podía ser muy grosero, muy hiriente”. Son unos pendejos, solía repetir para expresar su enfado o desacuerdo.

“Normalmente era cordial, pero tampoco era sociable; si alguien lo confrontaba no tenía miedo de responder a la confrontación. Podía ser imprudente, no tanto buscando pleito sino de cinismo, no le importaba lo que pensaran lo demás y podía decir lo que pensaba en cualquier contexto”, asegura Gamboa Herrera. “Lo huraño se le fue dando con la edad.  Seleccionaba más con quién compartir la mesa, pero si hablaban mucho perdía la paciencia y se retiraba”, agrega Muñoz López.

Silvia Cruz Montalvo, propietaria de la cantina La Consentida —uno de los espacios frecuentados por Dominique hasta los últimos días—, dice que lo conoció hace más de 30 años, lo recuerda como una persona generosa y agradece que se haya cruzado en su camino: “Platicamos todavía una semana antes de que falleciera, siempre le indignó mucho y no le cabía en la cabeza que nosotros los mexicanos fuéramos tan xenófobos, que permitiéramos tantas discriminaciones, que fuéramos tan crueles con nuestra propia gente… odiaba el trato discriminatorio, era muy solidario”.

Añade: “No me agradó que (luego de que falleció) muchos de quienes han estado en la cúpula cultural quisieran colgarse de él cuando en su momento nunca le hicieron caso; hubo mensajes de titulares, de secretarios de cultura, que hablan de Dominique cuando en su momento le daban de patadas en el trasero, nunca lo apoyaron… el Centro de las Artes le quitó las clases, lo sacó a pensar de ser una persona valiosa, con el argumento de que era un maestro poco ortodoxo. Ahora que murió muchos hablan de él, cuando en su momento algunos que tuvieron el poder para apoyar iniciativas y obtener fondos para para que siguiera en el estudio de Santa María Acapulco, pues se lo negaron”.

Al final del camino

En los últimos años, su salud se fue deteriorando: padeció diversos problemas algunos derivados de su adicción de muchos años al tabaco, tuvo problemas cardiacos que lo llevaron a vivir con un marcapasos, cáncer de colon y en los últimos años enfisema.

“Durante la guerra de Argelia el gobierno les daba a los jóvenes las cajetillas completas de cigarros Camel, él decía ‘quiero demandar al gobierno francés, porque por ellos tengo el enfisema pulmonar’, el EPOC, porque batalló mucho con eso, en los últimos tiempos caminaba muy agitado, casi no podía respirar… desde 2006 con el cáncer que tuvo salió adelante. Siempre salió delante de todo, era muy fuerte”, dice Jakaranda Mortal.

Dependía del oxígeno, tenía en su domicilio un concentrador y un tanque por si fallaba la luz. “Como caminaba mucho y andaba en las cantinas, quería uno que fuera portátil que tuviera en una mochilita y que pudiera ir cargando; ese tanque de oxígeno costaba cerca de 100 mil pesos, que no tenía”, comenta Olivia Fierro. En 2021, ante la necesidad de comprar ese dispositivo de oxígeno que le permitiera mayor movilidad, pensó en deshacerse de su biblioteca, la ofreció al Colegio de San Luis y habló con algunos de sus directivos que se interesaron en adquirirla, junto con la de Heidi Chemin. Con lo que pagaron (cerca de 250 mil pesos), pudo comprar el aparato que al final utilizó muy poco.

Desprenderse de sus libros fue un proceso doloroso, su acervo albergaba muchas primeras ediciones, libros de arte, de antropología, historia, literatura. “Pasamos muchas tardes en su casa organizando todo, cada libro tenía notas, le recordaban cómo lo compró, cuando lo leyó… nos llevamos como un año y medio en la clasificación porque no se quería desprender de ellos, quería quedarse con algunos, decía ‘es que no me puedo quedar sin libros’. Todavía tenía planes de reescribir la historia de los pames, quería hacer un montón de cosas”, ilustra Fierro Hernández quien lo apoyó para organizar y clasificar la biblioteca.

Antes de la caída que sufrió en su domicilio el día cuatro de abril y por la cual fue ingresado en una clínica donde pasó los últimos días de su vida, Dominique Chemin leía el libro Una historia cultural del grito, de Ana Lidia Domínguez, quien hace un largo recorrido para documentar la relación entre el grito y la cultura, pero sobre todo reivindica el poder subversivo del grito. Un libro que leyó con fascinación, aunque no alcanzó a terminarlo. “Frente a la crisis de la palabra, cuando no hay nada que decir o cuando ya todo está dicho, lo único que queda es gritar”, escribe la autora. Al final del camino, de algún modo también su trayectoria intelectual y personal fue eso: un grito y una transgresión donde estuviera.

El profesor Dominique Chemin Malapert, Tatmingo, falleció el 19 de abril en la capital potosina. Algunos de sus amigos preparan para este 25 de mayo un evento en su memoria. Sus cenizas serán llevadas a la comunidad de Santa María Acapulco, donde descansan también las de Heidi Bässler, ahí con los suyos.

Dominique Chemin, en Santa María Acapulco. Fotografía: Olivia Fierro.

Lee la entrevista completa sobre Dominique Chemin con León García Lam:

Dominique Chemin, una figura contradictoria, que encarna el fin de la modernidad: León García Lam

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