Ciudad de México (08 de octubre de 2016).- El jefe de Estado filipino Rodrigo Duterte —quien recientemente se comparó con Adolfo Hitler– atrapó hace 100 días los reflectores de todo el mundo con su singular lucha contra el narcotráfico y su forma de referirse a personajes como el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, o al papa Francisco, a quienes llamó “hijos de pu…”.
Para Juan José Ramírez Bonilla, profesor e investigador del Centro de Estudios de Asia y África de El Colegio de México, el estilo de Duterte “es el reflejo del contexto doméstico que vive Filipinas”.
Entrevistado por Excélsior, Ramírez Bonilla consideró que “es incómoda la forma de gobernar de Duterte, porque viola todas las nomas de la diplomacia”. Pero al mismo tiempo, dijo, “en su país ven en él a un personaje capaz de confrontarse al menos verbalmente con todos los personajes de talla mundial, como una especie de salvador”.
Duterte, conocido como El Castigador, ha bromeado sobre la violación que sufrió una misionera australiana en Davao en 1989 y prometió pasar por encima de los derechos humanos para matar 100 mil criminales.
Cree que la creciente influencia del ateísmo y el agnosticismo tiene como resultado que las personas no observen las leyes y cometan crímenes atroces. Y por tanto, considera, “si Dios no existe”, la pena capital es la única forma de garantizar que se haga justicia.
En septiembre pasado exigió la salida de su país de los cientos de instructores militares de Estados Unidos que entrenan a soldados filipinos en la lucha contra el terrorismo, y opinó que la presencia de las fuerzas estadunidenses en la isla de Mindanao, sólo empeora más la situación en la convulsa región.
Las declaraciones de Duterte, de profesión abogado, se produjeron pocas semanas después de que insultara a su par estadunidense durante una rueda de prensa previa a la cumbre de la Asociación de Estados del Sureste Asiático (Asean) celebrada en Laos. “Hijo de puta, voy a insultarte en ese foro”, expresó al hablar de Obama.
El pasado martes, Duterte, de 71 años, volvió a cargar contra Obama al mandarlo al infierno por haber criticado su campaña antidrogas y por no querer venderle armas: “váyase al infierno, mejor váyase al purgatorio porque no hay espacio en el infierno”.
En una conferencia de prensa a la que asistieron funcionarios y empresarios, enumeró sus quejas contra Estados Unidos, que le ha pedido cesar las amplias matanzas vinculadas a su campaña antidrogas y que ha denunciado violaciones de derechos humanos.
En este sentido el doctor Ramírez Bonilla señaló que el Presidente filipino vino a cambiar la tendencia en ese país. “Estados Unidos en 2009 comenzó a concentrarse otra vez en Asia-Pacífico, el gobierno del presidente (Benigno) Aquino III había sido bastante consecuente con el desplazamiento de Washington hacia Filipinas.
“Pero ahora con la postura del presidente Duterte, más que ser un riesgo, su posición parece un factor de estabilización, porque desactiva un punto de fricción entre Estados Unidos y China por Filipinas, su postura da equilibrio a Asia”, destacó el doctor.
El catedrático dijo que la relación con China fue descompuesta (debido a su conflicto marítimo), tanto por el gobierno de Filipinas del señor Aquino III, como por el gobierno de Vietnam, uno al recurrir a la Corte Internacional de La Haya y el otro a las instancias de las Naciones Unidas sobre límites territoriales marítimos.
Ambos violaron un acuerdo establecido al principio de este siglo, según el cual todos los países del sudeste de Asia que tenían intereses sobre las islas Spratly, debían resolver sus diferencias de manera bilateral, en el marco de los acuerdos de la Asociación de Naciones del Sureste de Asia, destacó a este diario Ramírez Bonilla.
El plan de Duterte en sus propias palabras, no es luchar con el ejército chino, sino acudir a las isletas disputadas y plantar la bandera filipina allí.
El Hitler filipino.
“Si Alemania tuvo a Hitler, Filipinas tendrá…”, dijo Duterte señalándose a sí mismo, y afirmó que estaría “feliz de masacrar” a millones de drogadictos, aunque un día después pidió perdón a la comunidad judía por el comparativo.
Nada más asumió el poder el pasado 30 de junio y desató una “guerra” contra el crimen organizado que hasta ahora ha dejado más de tres mil 500 presuntos narcotraficantes y consumidores de drogas muertos en operaciones de la policía filipina.
Su particular lucha contra el narcotráfico le ha valido fuertes condenas de las organizaciones mundiales en pro de los derechos humanos. Pero no hay remordimiento. Cuando Amnistía Internacional lo acusó de matar a 700 personas extrajudicialmente, él respondió que se equivocaban, que habían sido mil 700.
El Jefe de Estado prometió restablecer la pena de muerte y les pidió a los filipinos que en caso de conocer a algún drogadicto, “lo asesinaran”. Según él, su plan no vulnera los derechos humanos porque los dependientes de drogas “no son humanos”.
Duterte amenazó con retirar a Filipinas de la ONU luego de que le exigieran frenar los asesinatos y catalogó a la organización de “estúpida”.
¿Quién es el nuevo presidente?
No asistió a su proclamación como Presidente por considerarla “cursi”. Fue otra forma de demostrar que él no es un “trapo”, como llaman los filipinos a los políticos tradicionales.
En un discurso por el lanzamiento de su campaña presidencial en noviembre pasado, se refirió al papa Francisco como “hijo de puta” por haber provocado embotellamientos durante una visita a Filipinas donde 80% de la población se identifica como católica.
En otro acto de campaña se refirió a la misionera Hamill, quien fue ultrajada y asesinada por un grupo de presos durante un motín al señalar que “¿estaba enfadado porque la violaron? Sí, dijo Duterte.
“Pero era tan guapa… ¡El alcalde debió haber sido el primero (en violarla)!”, espetó el político filipino, en un comentario que desató carcajadas entre los asistentes pero provocó la crítica de las ONG.
El mandatario ha logrado una amplia cobertura y fama mediática en Filipinas, un país que depende de los 11 millones de migrantes que envían sus remesas (13% del PIB) desde el exterior y tiene 130 millones de habitantes; que sufre de la concentración de la riqueza en unos cuantos, con fuertes problemas de corrupción, ineficiencia pública y una alta tasa de criminalidad.
Para llegar al poder, Duterte se ofertó como el hombre de perfil duro y llevó a cabo una campaña extravagante, repleta de actos de carácter populista y cercano al votante de clase media.
En público, no tuvo reparó en presentarse tal y como es, sin rehuir a las cuestiones polémicas de su alcaldía de más de 20 años en Davao.
En su turno, la prensa estadunidense también ha señalado en reiteradas ocasiones que Duterte es un Donald Trump –candidato presidencial republicano en EU– ajustado al molde filipino, pero en muchos sentidos, más preocupante.
Nació al abrigo de una familia política de cierto recorrido en la isla, pero de menor calado que los principales clanes que aún controlan el país. Sin embargo, creció rápidamente en la política local y llegó a la alcaldía de Davao.
Como alcalde fue acusado de utilizar “escuadrones de la muerte” para realizar ejecuciones extrajudiciales sumarias contra la delincuencia, para asegurar el orden y la paz en los barrios de Davao, según un informe de Human Rights Watch. Durante sus gestiones, como vicealcalde y luego alcalde, entre 1998 y 2014, hubo más de un millar de asesinatos atribuidos a “vigilantes”.
Sus métodos han reducido el crimen, pero han aumentado el número de muertes violentas. Esa fama, sin embargo, le dio un significativo impulso para llegar a la Presidencia filipina.
Ahora, como mandatario, ha expandido a todo el país su lucha contra el narcotráfico e implementado otras medidas para asegurar el cumplimiento de la ley y la conservación del orden.
Estableció estrictos horarios para la venta de alcohol, obligó a utilizar cámaras de vigilancia a todos los establecimientos y redujo el límite de velocidad de los automovilistas.
Pero su éxito no sólo radica en sus medidas extremas contra la delincuencia; como alcalde realizó diversos proyectos para incluir de manera efectiva a las minorías étnicas en el gobierno de Davao.
Por primera vez, políticos de las etnias mora (musulmanes filipinos, comunes en Mindanao) o lumad (una minoría étnica: el propio padre de Duterte no era tagalo, sino cebuano) gozan de representación.
Se beneficia del poco reparto del crecimiento económico de Filipinas, pero como explica la cadena británica BBC, nadie sabe realmente qué quiere hacer con su muy saludable estado de salud financiero.
A la pregunta de ¿por qué nadie frena a Duterte con sus métodos? El catedrático señaló que “la regla básica de las relaciones internacionales entre los países del sudeste de Asia es la no interferencia en los asuntos locales, esa regla es de oro, y la respetan por más que les incomode lo que sucede en Filipinas”.
El populismo de Duterte “puede durar tanto como tenga de recursos para sostenerlo, en ese sentido Filipinas no es un país que tenga excedentes financieros, por lo que puede durar un periodo muy corto”, finalizó Ramírez Bonilla.
Sin embargo, pese a la violencia y a su estilo sin medias tintas, el mandatario filipino tiene 91 por ciento de popularidad, la más alta registrada por un mandatario en el país asiático, un récord histórico.
Fuente: Excélsior. (Por Israel López Gutiérrez)