Eduardo Bretón, una vida en la lucha social

  • Simpatizó y apoyó al movimiento del doctor Salvador Nava; “muy difícil” hacer política desde la oposición.
  • Fue fundador y dirigente del Partido Mexicano de los Trabajadores, destituido “por falta de carisma”.


Texto: José de Jesús Ortiz

Fotografías/video: César Uriel Hernández Acosta

Don Eduardo Bretón tiene 93 años. Sus ojos claros, que presenciaron parte de la historia del siglo XX en México y el mundo, conservan aún la luminosidad junto a una memoria intacta con la que reconstruye más de medio siglo al lado de diversas luchas sociales y políticas en las que le tocó participar de manera solidaria, como uno más, igual entre iguales.

Es quizá uno de los últimos sobrevivientes de la generación que a mitad del siglo pasado vivió la irrupción del navismo y, por otra vía, se ilusionó con el triunfo de la revolución cubana y la utopía que representó en aquellos años, en busca de una sociedad mejor. 

Dice que los años 60 y 70 eran “muy difíciles” para hacer política desde la oposición al régimen, sumado a las propias limitaciones de los proyectos opositores, “es más ni nosotros sabíamos hacer política, nos metíamos por el entusiasmo del cambio”, reconoce.

Simpatizó y apoyó al movimiento civilista del doctor Salvador Nava (a quien recuerda como un líder de excepción y honesto) y fuera parte de la fundación de diversos proyectos políticos de la izquierda mexicana como el Partido Mexicano de los Trabajadores (PMT) encabezado por Heberto Castillo, o el Partido de la Revolución Democrática (PRD), pasando por la lucha zapatista en los años 90 y después con lo que representó el movimiento aglutinado en torno a Andrés Manuel López Obrador. 

Sentado en la sala de su casa, rodeado de imágenes familiares de su esposa e hijos, rememora afable y con una voz trémula, parte de la historia que le tocó vivir. Sus amigos y conocidos lo recuerdan solidario y desinteresado, siempre dispuesto a apoyar diversos procesos sociales desde los años 70. Una época en la que el trabajo político desde la oposición mantenía una gran dosis de romanticismo, realizado desde la convicción a los principios e ideales.

La infancia y el destino

Nacido en 1928 en Atltzayanca, Tlaxcala, una localidad pequeña cercana a los límites con el estado de Puebla, fue el último de cinco hermanos. Vivió ahí hasta los siete años, cuando salió del pueblo junto con su madre, cansada de los malos tratos que recibía.  Su padre, Ismael Bretón, era agricultor, acostumbrado a la bebida, sobre todo de pulque, frecuente en aquella región del país.  

“Me fui a Puebla con mi madre, María Antonia, quien abandonó el hogar por el maltrato de mi padre, se separaron, pero solo me llevó a mí, a mis otros hermanos no. Salimos caminando del pueblo a una localidad que se llama Huamantla, que está a cuatro horas de ahí; estuvimos esperando todo el día a que pasara el tren de Veracruz a México. Nos fuimos a Puebla, ahí llegamos con unos parientes y nos acomodamos. Después mi madre decidió ir a una población que se llama San Marcos (hoy Grajales), en Puebla”.

En San Marcos, Eduardo Bretón estudió el primer año de primaria, lugar donde una pareja de maestros de la escuela contrató a su madre para que los apoyara en labores domésticas. Tiempo después, los maestros se trasladaron a la Ciudad de México y le pidieron a su madre que los acompañara para continuar con el mismo trabajo doméstico. “Aceptó con un salario de miseria, de tres pesos al mes. Luego de eso llegó una carta de mi rancho, diciendo que mi hermano estaba muy grave, estaba muy delicado de tifoidea, pero no se murió, en el pueblo no había doctores, ni clínicas. Regresamos y mi mamá se juntó de nuevo con mi papá”.

De regreso a Atltzayanca, se encontró con un lugar que ya no le era atractivo, un pueblo “solo, sin comunicaciones, sin nada”. Interrumpió los estudios y de aquellos años infantiles en que hizo también trabajo de pastoreo, conserva una marca en el brazo izquierdo producto de un accidente luego de caer, jugando con un amigo, en un hoyo de tuza y dislocarse el brazo. “Me quedó una cicatriz, una bola por un mal tratamiento de un señor que era huesero, quedó marcada para la vida”.

Después de aquel accidente, siguió con los estudios en una comunidad cercana a su pueblo, a la cual tenía que desplazarse todos los días caminando media hora. Al terminar la primaria no sabía lo que haría: su situación familiar no alentaba la posibilidad de que continuara estudiando como lo harían otros de sus compañeros. Dice que al final, la maestra de sexto de primaria, quien tenía dos hijos en Puebla en el Colegio Benavente (lasallista) lo apoyó y lo recomendó para que pudiera seguir estudiando. Vivió en esos años en casa de un matrimonio, de una señora que era de su pueblo y que tenía un negocio. “Terminé la secundaria en ese colegio. Busqué la forma de seguir estudiando, pero en mi casa no podían apoyarme y empecé a trabajar de cobrador”.

Ligado desde entonces al comercio, Eduardo Bretón desarrollaría en ese campo una actividad que le daría el sustento a lo largo de su vida. En aquellos años comenzó a trabajar (aún en Puebla), en una pequeña tienda de abarrotes. Con el paso de los meses, el propietario del negocio le confió de forma gradual responsabilidades crecientes. “Ese patrón me dio la oportunidad de atender la pequeña tienda de abarrotes y luego de administrarla… había unas pequeñas habitaciones como vivienda, ahí me quedaba a dormir y me traje después a mi familia del pueblo”.

La llegada a San Luis Potosí

Don Eduardo Bretón dice que llegó a San Luis Potosí por azares de la vida, para explorar nuevas posibilidades laborales. Con el trabajo que realizaba en la tienda de abarrotes pudo reunir dinero para iniciar por su cuenta un pequeño negocio -una paletería-, el cual con sus altas y bajas mantendría en las décadas siguientes.

Recuerda: “En la paletería (en Puebla) había un espacio y un día llegó un señor a la tienda y me dijo, ‘le vamos a proponer a usted, que tiene espacio aquí, una mesa de futbolito en la tienda, con una comisión’. Y le dije, sí tráigalo. Llevó luego la mesa del futbolito y comencé a trabajarlo, pero como son juegos que con la gente pegan de momento y luego se aburre, me dio la idea de emigrar a otra parte”.

En esa época de finales de los años 40, contactó en la Ciudad de México a un comerciante de origen español que fabricaba y comercializaba las mesas de futbolitos, quien le planteó que si en Puebla ya no era un negocio atractivo podía buscar trabajar con ellos en otras localidades. Las opciones posibles eran Oaxaca o San Luis Potosí, lugar este último en el que aparentemente solo había una mesa de futbolito en el recién estrenado Deportivo Potosino. “Me dijo que me fuera a San Luis para explorar el terreno y así fue como llegué. Eso fue en 1949, más o menos”.

Astrolabio: ¿Le había ido bien en la paletería para abrir ya un negocio propio?

Eduardo Bretón: Muy poco, los vendedores tenían unos carritos con los que salían a vender, pero donde comencé a progresar fue con los futbolitos. A San Luis llegué ya establecerme como en 1950, empecé a buscar donde colocar las mesas de los futbolitos, tuve muy buena suerte, la gente me recibió muy bien. Conocí a la familia Castañón que me dio la oportunidad de trabajar, tenían un rancho en Pozos y ahora tienen algunos fraccionamientos. Cuando yo llegué nació Eduardo Castañón, que fue delegado en Pozos, su padre fue Antonio Castañón.

A: ¿Siempre se dedicó al comercio?

EB: Sí, tuve una paletería por la calle de Zaragoza, luego una nevería por las oficinas de Correos, que se llamó nevería El correo, después de eso tuve La especial, a un lado del Cine Othón y el café Versalles; y ya más reciente, la lonchería La recua¸ sobre la calle de Reforma.

Dice que el interés en la actividad política siempre fue algo presente a partir de su origen familiar y de las carencias que vivió en su infancia, aunque reconoce que su visión y convicción política es detonada en buena medida por el impacto que tuvo la revolución cubana. “Me movió mucho que un país o individuo tan débil tuviera tanta fuerza para oponerse a un país como Estados Unidos. Eso despertó mucho interés en mí y en muchísima gente, porque después la revolución cubana sirvió como ejemplo para la izquierda”.

En aquellos años, de finales de los 50’s, se había trasladado a Tampico por el negocio de los futbolitos. En San Luis, en tanto, uno de sus hermanos se había quedado al frente de una paletería que había abierto, ubicada en la calle de Zaragoza. Tendría todavía algunos desplazamientos a Poza Rica, Monterrey, Reynosa, Matamoros, antes de asentarse ya en definitiva en San Luis Potosí.

La irrupción del navismo y el PMT

En la etapa en que vivió en Tampico fue cuando tuvo las primeras noticias de la lucha encabezada por el doctor Salvador Nava Martínez, con la cual simpatizaría y apoyaría en diferentes etapas. “En aquella época López Mateos dice la frase de que los caciques duran hasta que el pueblo quiere (para referirse a Gonzalo N. Santos). Esa frase la capta el doctor y buscó ser candidato del PRI a la gubernatura. Había sido alcalde en San Luis y había hecho un buen papel, hizo tan buen papel que sacaba todos los gastos del ayuntamiento y los ponía en las paredes del Palacio Municipal, era un hombre de excepción, de honestidad. Era muy querido, como gente honesta, hacía muchos beneficios. Era el doctor de los ferrocarrileros, daba consultas sin cobrar o cobrando a la gente lo que podía pagar”.  

Agrega: “El doctor no es candidato, pero la gente lo lanza, algo que no aceptó el PRI. Se vino lo de siempre, el fraude, la represión en la Plaza de Armas, personas muertas, balas que quedaron en los edificios. Yo tuve después una paletería, La especial, ubicada a un costado de donde estaba el Cine Othón y ahí también quedaron huellas de las balas. Al doctor lo meten a la cárcel (de Lecumberri), se lo llevan por dos meses”.

Iniciados los años 60, el impacto de la Revolución cubana se extendió por México y América Latina, y en su caso definió una convicción de izquierda. Se recuerda escuchando por radio todas las noches los discursos sin fin del comandante Fidel Castro, a quien considera un orador sin par. A través de la radio se informaba de las transformaciones que se vivían en México y el mundo. Ahí se empezó a interesar mucho más en la actividad política.

Una época también en la cual las posibilidades de hacer actividad política fuera del PRI eran exiguas, sin un sistema de partidos fuerte y con opciones políticas que en los hechos eran expresiones que giraban alrededor del oficialismo. “No había partidos políticos. Ya estaba el PRI y el PAN, eran los únicos, pero el PAN había sido palero del PRI, iba a lo que le tiraba el PRI”.

Años después, ya en los 70, sería parte central de la fundación en San Luis del Partido Mexicano de los Trabajadores, que encabezaba el ingeniero Heberto Castillo, luego de salir de la prisión de Lecumberri junto con muchos otros luchadores sociales detenidos en 1968. Dice que un día, al salir con una de sus hijas de la paletería La especial, caminando por la Plaza de Fundadores, reconoció a Heberto quien se encontraba casi frente al Hotel Panorama y se acercó a saludarlo. Ahí comenzó una relación política que se mantuvo durante años.

“Yo lo conocía porque leía la revista Siempre (de José Pages Llergo) y ahí salían las fotos de los que escribían como Heberto, Roberto Blanco Moheno o Jacobo Zabludovsky; cuando lo vi lo reconocí y le dije: usted es el ingeniero Heberto, y me respondió ‘sí, aquí andamos promoviendo un partido político’. Me dijo que tenían una reunión en el Hotel Progreso, me invitó y ahí nos reunimos la primera vez. Luego empezaron a venir más seguido Heberto, Demetrio Vallejo y otros más. En esa época en el partido estaban algunos estudiantes, afiliados al PMT, que también habían estado presos, como Tomás Cervantes Cabeza de Vaca, Salvador Villegas, Eduardo Valle, El búho”.

A partir de ese momento no dejaría ya la militancia y participación política directa. Integrado al PMT, sería un militante que participaba de lleno en la organización de mítines, casi siempre en la Plaza de Fundadores y luego apoyaría otros muchos procesos de lucha social, en la ciudad y el campo. Solidario, facilitaba su vehículo para hacer activismo o el espacio de alguno de sus pequeños negocios comerciales para reuniones, equipo de sonido y luego un mimeógrafo, que utilizaban para labores de propaganda. En el PMT, recuerda a diversos compañeros como Alejandro Nava Calvillo, quien fue uno de los primeros dirigentes; Agustín de la Rosa Charcas, Efrén Núñez, Emeterio (Pemeterio) Reyes, entre otros, quienes se alternaban la dirección del partido, o carteras como la de Finanzas, Organización o Formación.   

A: ¿Cómo era hacer política en aquellos años desde un partido de izquierda?

EB: Los partidos son lo que son la gente, era muy difícil hacer política, es más, ni nosotros sabíamos hacer política, nos metíamos por el entusiasmo del cambio. La gente era muy escéptica, mucha despolitización… por la cultura del PRI que dominaba, era carro completo.

A: ¿Llegó a ser dirigente del PMT?

EB: Sí y pasó una cosa muy curiosa: yo era dirigente y me destituyen en una asamblea como presidente, en el acta me ponían una acusación, de que me destituían por falta de carisma y esa frase quedó ahí en el acta.

Aunado a esas condiciones adversas para hacer política en aquellos años, en una ciudad como San Luis prevalecía de forma predominante un entorno hostil, de linchamiento a las ideas de izquierda, proveniente de las élites y la prensa más conservadora, un engrane más del viejo régimen.

Don Eduardo reconstruye una anécdota que refleja lo anterior: En aquellos años de mitad de los 70, en protestas en el Edificio Central o en la Plaza de Armas, los estudiantes universitarios y activistas de diversos movimientos sociales repartían propaganda y volantes, algunos de ellos que se imprimía en un mimeógrafo de su propiedad. En alguna ocasión, luego de una de esas protestas, una brigada municipal llegó a la nevería y lonchería La especial para investigar supuestas denuncias de que la carne de las tortas que vendían estaba en mal estado. En su revisión encontraron el mimeógrafo y equipo de sonido. “Pararon el tráfico, la policía se llevó el sonido, el mimeógrafo, se notaba que de ahí salían volantes de propaganda, y al día siguiente salió publicada en el periódico El Heraldo una nota que decía: ‘En céntrica nevería se imprime propaganda comunista´; luego de eso, el grupo de teatro El zopilote, de Fernando e Ignacio Betancourt, hizo un acto de defensa, que se llamó la torra descompuesta”, recuerda divertido.

La carta de naturalización del doctor Nava

Al doctor Salvador Nava lo conoció de forma personal en los años ochenta, en la etapa en que fue alcalde capitalino por segunda ocasión. En aquellos, además de ser el dirigente del PMT y mantener algunos negocios de comercio, Eduardo Bretón vendía también libros en la Calle Hidalgo, literatura, textos de izquierda, de autores como el italiano Antonio Gramsci.

Dice que el doctor Nava tuvo noticias de él y lo mandó llamar al Palacio Municipal, ya casi para terminar su periodo como alcalde. “Tuvimos una plática y me pregunta si yo era de San Luis y le dije que no, que era del estado de Tlaxcala. El doctor era muy serio, pero también muy guasón, bromista. Y me dice: ‘Bueno, le vamos a dar la carta de naturalización como potosino’. Yo le dije, pues muchas gracias”.

El objetivo de Nava Martínez, al reunirse con él y con otros dirigentes, era empezar a semblantear las cosas para el cambio de gobernador, próximo a terminar el sexenio de Carlos Jonguitud Barrios con quien había tenido fuertes enfrentamientos. A Jonguitud lo recuerda como “sumamente arbitrario, prepotente”, de malas maneras. Del doctor Nava, agrega: “Yo, con la mentalidad de izquierdista, lo consideraba un burgués, pero me manda llamar, nos conocemos y entonces cambió mi opinión”.

Años después, don Eduardo Bretón participaría también en la fundación de la Asamblea Democrática para el Sufragio Efectivo (ADESE), que sería el germen de la postulación de Nava Martínez como candidato a la gubernatura en la elección de 1991, en reuniones realizadas en el restaurante Villa Colomba que comenzaron a generar una mayor convocatoria y a delinear la posibilidad de que fuera una candidatura que integrara a los diversos partidos opositores. “Ahí estaba Guillermo Pizzuto, Pablo Aldrete o Eduardo Martínez Benavente, pero los panistas no querían que fuera candidato de otros partidos”. Su apoyo al navismo se mantendría incluso años después de que falleciera Salvador Nava, en 1992.

A: ¿Usted también fue fundador del PRD?

EB: Fui fundador del PMT, del PRD, del movimiento zapatista en San Luis, de Morena. Fui ajonjolí de todos los moles.

A: Se involucró también con el apoyo a la rebelión en Chiapas, ¿qué significó para usted?

EB: Significó lo que para mucha gente, para muchos mexicanos: una gran esperanza de cambio, pero de cambio verdadero. Al correr del tiempo surgió el anhelo de que alguien apareciera para cambiar la situación de pobreza y miseria que vivimos en México.

A: ¿Se decepcionó del zapatismo?

EB: No, no me decepcioné. Creo que fue un movimiento muy bien intencionado, pero muy radical. Ellos están absolutamente en contra del capitalismo, total, no hay medias tintas… en el mundo hay dos grandes grupos: fregados y fregadores y se está con unos o se está con otros.

En estos años recientes, don Eduardo Bretón simpatizó y apoyó el movimiento encabezado por Andrés Manuel López Obrador, sobre todo a partir del proceso de desafuero durante el foxismo y luego en la elección de 2006, con la lucha poselectoral para documentar y denunciar las anomalías de aquella elección.

A: ¿Cómo ve el trabajo como presidente Andrés Manuel López Obrador?

EB: Lo veo como un buen elemento, tiene sus errores, pero ha hecho cambios profundos, que nadie había hecho… Lo que más admiro es que está defendiendo a la gente de abajo, pegándoles muy duro a los de arriba, que se han aprovechado de los puestos para enriquecerse.

A: ¿De los gobernadores locales, alguno que recuerde de forma positiva?

EB: Realmente no hay uno.

A sus “93 años y medio”, don Eduardo Bretón se reconoce en los ideales de personajes de la historia como Lázaro Cárdenas, “uno de los mejores presidentes que hemos tenido, luchador por las causas justas”; en Juárez, “el mejor presidente, indígena”; en Heberto Castillo, Salvador Nava, Valentín Campa o Demetrio Vallejo, entre otros luchadores sociales.

Con modestia, dice finalmente ser de la idea de que “de acuerdo con los que no han hecho nada yo he hecho muy poco, pero algo; y de acuerdo a los que han hecho bastante, como el doctor Nava, yo he hecho una nimiedad, nada”. Una vida al fin en la lucha y el movimiento social.

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