Arely Torres-Miranda
Hagan de cuenta, igual como el meme, así han sido estos días posteriores al 8 de marzo. Y es que si lo analizamos, no ha de ser fácil para una sociedad tan machista, conservadora y doble moralista como la potosina, que un grupo –no menor, por cierto– de mujeres, vengan a abrirles los ojos y ponerles de frente todas esas violencias de las que han huido, han vivido o bien, no han podido ni siquiera nombrarlas e identificarlas como violencias cuando todo el tiempo, nos educaron para callarlas e incluso, avalarlas.
En una ocasión, una maestra nos dijo que era comprensible que muchas mujeres odiaran al feminismo, ya que es brutalmente doloroso ver y reconocer todas las diversas violencias de las que sistemáticamente hemos sido víctimas durante toda la historia, así que pudiera ser que sí, que es mejor negar lo que sucede y tachar de “exageradas” y “locas” a aquellas que buscan justicia y una vida digna para todas.
Creo que una de las cosas más difíciles es enfrentarnos a la realidad de que aquellos hombres con los que convivimos y queremos, como son nuestros hermanos, hijos, amigos, padres, pueden ser maravillosos con nosotras, pero que se han convertido en el agresor de otras mujeres. Una de las frases más repetidas es “no todos los hombres son así, hay hombres buenos, incluso aliados” y estoy de acuerdo, esa es una realidad que no se puede negar, pero tampoco podemos cerrar los ojos a que una gran cantidad de hombres, son los que agreden a mujeres. Y antes de que por su mente pase la frase “pero también hay mujeres que agreden mujeres”, sí, también hay mujeres que tienen conductas violentas, y querer siempre traer eso como pretexto para intentar minimizar la estadística en la que las mujeres somos agredidas mayoritariamente por los hombres, es una conducta machista y sumamente peligrosa.
Una de las prácticas más polémicas dentro del movimiento feminista son los llamados “tendederos” que son estos espacios en donde las mujeres que han sido víctimas, colocan el nombre del agresor y en algunos casos, la violencia que ha vivido. Es un ejercicio sumamente valioso que nos ayuda a identificar si tenemos a algún agresor dentro de nuestro círculo cercano y eso, nos permite desarrollar estrategias de autocuidado. Entiendo lo difícil que es para el “derecho formal”, el derecho tradicional y el derecho sin perspectiva de derechos humano y mucho menos perspectiva de géneros, entender que no todas las apuestas de acceso a justicia deben de estar en aquellas formas punitivistas y positivistas de la ley priorizando “el castigo” para quien comete la falta y dejar de lado la visión y los deseos de las víctimas. Por eso, ha sido jurídicamente paradigmático el como la Ley de Víctimas sostiene que las autoridades tienen como obligación escuchar los deseos de las víctimas, respetar su autonomía, no revictimizarlas y salvaguardar la presunción de buena fe, es decir, creerle a la víctima en todo momento, sobre todo, cuando se trate de menores de edad.
Para quienes exigen pruebas, les recuerdo que estos tipejos son acosadores, pero no tontos, así que al ser actos cometidos en privacidad, “generalmente se producen en ausencia de otras personas más allá de la víctima y la persona o personas agresoras, por lo que requieren medios de prueba distintos de otras conductas, por lo que no se puede esperar que haya pruebas gráficas o documentales; de ahí que la declaración de la víctima sea una prueba fundamental sobre el hecho, y al analizarla se debe tomar en cuenta que las agresiones sexuales corresponden a un tipo de delito que la víctima no suele denunciar por el estigma que dicha denuncia conlleva”, tal cual cita el amparo directo en revisión 3186/2016 de la Suprema Corte de Justicia de la Nación titulado “reglas para valorar testimonios de mujeres víctimas de delitos de violencia sexual con una perspectiva de género (hostigamiento sexual)”.
Por supuesto que hay gente que trata de desestimar estas acciones, como el ya conocido caso en el TecMilenio, donde un hombre, respaldado por la prepotente actitud de su padre y su madre (quien por cierto, trabaja en la defensoría y que lástima que con ese pensamiento se enfrenten quienes buscan acceso a la justicia) procedió a arrancar con una navaja o algo así, su nombre, el cual, también hay que mencionar, no solamente estuvo expuesto una vez, porque tiene antecedentes desde el tendedero organizado en noviembre del año pasado. Por algo ha estado expuesto varias veces y aunque puedo entender la impotencia del padre y la madre al ver a su hijo expuesto y lo difícil que ha de ser reconocerle como un violentador, la solución jamás será amenazar a las víctimas. Va tanto para la escuela y su falta de protocolos, como a otros padres y madres que estén en la misma situación.
También esta semana pasó que en un chat de padres y madres de un colegio particular de mucha fama aquí en nuestro San Luis, la madre de un acosador –del que sí existe denuncia ante las autoridades, ya ven que les encanta pedir que denunciemos– amenazó a la madre de la víctima, diciendo que estaban haciendo chantaje y extorsión. O como el muy vergonzoso caso del COBACH 28, en donde no solo las autoridades mintieron al decir que ya habían cesado a los maestros acosadores, si no que el director amenazó a una de las maestras que ha sido acompañante y guía de las adolescentes víctimas de estos maestros.
¡Ah! Es que esa es otra que les encanta a las instituciones, donde los puestos directivos protegen a estos violentadores y acosan y amenazan a quienes dan este acompañamiento a las víctimas y no tienen claro que dentro del servicio público, es OBLIGACIÓN de CUALQUIER persona al ser conocedora de un hecho con apariencia de delito, denunciar el hecho y/o acompañar a las víctimas brindando información de dónde puede acudir a buscar ya sea orientación legal y acompañamiento psicológico y una contención de atención inmediata. Es increíble que a quienes cumplen con eso, luego las acusan de que andan “instigando” a las mujeres para acusar a los hombres, negando la desigualdad histórica y las violencias reales a las que nos enfrentamos a diario, una vez más minimizando la autonomía –y la inteligencia– de las víctimas. De verdad que les urge revisar, entender y aplicar los protocolos ante acoso y hostigamiento sexual.
Tampoco faltan en esta época aquellos machirrines que al verse exhibidos amenacen con denunciar por “daño moral” a quienes les nombran y reconocen como violentadores; en ese tenor, justo en estos días, la jueza en materia civil Patricia Méndez Flores, del Poder Judicial de la Ciudad de México, resolvió en contra de Andrés Roemer una demanda por daño moral que había interpuesto contra una de sus denunciantes, este señor argumentó que la víctima que vía redes sociales lo acusó de violencia sexual le había provocado un daño moral y había afectado su vida privada, pero la jueza, aplicando la obligatoria perspectiva de género, desestimó esa acusación ya que ella hizo esas manifestaciones en su carácter de víctima (no como periodista como alegaba Roemer) y por lo tanto la libertad de expresión plasmada en el artículo sexto constitucional la protege, sentando así un precedente importantísimo para todas aquellas víctimas que por temor y amenazas, han callado.
Creo que debemos de reconocer que estos “tendederos” de denuncia pública también son una reivindicación por todos aquellos años en que se nos señaló a nosotras como culpables de las violencias y la vergüenza que ser una víctima significaba bajo la mirada patriarcal tan dura para juzgarnos a nosotras y tan laxa para justificar las violencias en ellos. Entonces, es un proceso natural que cuando una mujer decide romper el silencio, muchas mujeres más se sientas acompañadas y listas para hablar de sus propios procesos. Sin duda, hemos logrado construir juntas un lugar más seguro para nosotras y justo eso, es lo que a los violentadores les quita la calma.
Hace unos días leí esta frase de Adrianne Rich que quiero compartirles: “Cuando una mujer dice la verdad, está creando la posibilidad de más verdad a su alrededor”. No estamos solas. Nos tenemos las unas a las otras.
Pd.- Sí, seguramente también hay denuncias falsas, pero de eso, hablaré en otra ocasión.
Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad del autor y no necesariamente representan la postura de Astrolabio.
Es abogada, comunicóloga y activista por los Derechos Humanos y género. Es fundadora y coordinadora del Observatorio de Violencia Feminicida en SLP. Fue consejera social del Instituto Nacional de las Mujeres (2012-2018). Tiene estudios en política pública con perspectiva de género por FLACSO y CEPAL. Es asesora y capacitadora en Derechos Humanos, feminismo y género. También ha sido asesora y promovente de iniciativas y reformas de ley coadyuvando a la armonización legislativa con perspectiva de género, feminismo y derechos humanos.