Por Victoriano Martínez
Hubo un tiempo en el que se sabía dónde estaban los periodistas. Por las calles de la ciudad circulaban los voceadores con un estribillo a voz en cuello que era capaz de citar todos los diarios que había, y en su canastilla cargaban ejemplares de cada uno de ellos, en los que se podían leer los textos escritos por los periodistas.
La radio y la televisión, que tampoco eran tan numerosos, abrieron nuevos espacios para no sólo leer a los periodistas, sino también escucharlos y hasta verlos. Todavía entonces era posible saber dónde estaban los periodistas, leerlos, escucharlos, verlos, compararlos y preferir a unos y no a otros.
Contrario a lo que en algunos ámbitos académicos se ha planteado sobre la previsible desaparición de los periodistas, quienes se asumen como tales y afirman ejercer el periodismo se han multiplicado de tal manera que hoy parecen estar en todos lados y, a la vez, resulta difícil encontrarlos. Un efecto negativo de las nuevas tecnologías.
En los últimos años, tan sólo el Congreso del Estado ha llegado a reportar convenios publicitarios con 95 medios diferentes. Todos espacios periodísticos donde el periodismo aparece como una chispa esporádica que se pierde en el amplio torrente de contenidos que trajo la proliferación de informativos, sostenidos principalmente con recursos públicos.
“Sabemos más, pero nuestro saber no es más confiable”, escribió Ikran Antaki en el Manual del Ciudadano Contemporáneo. Es cierto, pero hoy nos enteramos de muchas cosas más a través de las redes sociales que de un periodismo que, al menos en nuestro ámbito local, se ha convertido en plataforma de reproducción de los contenidos de las oficinas de comunicación social.
Es común encontrar los mismos textos reproducidos, letra por letra, en distintos medios, como prueba diaria de la derrota del periodismo ante la gacetilla. Los convenios de publicidad lo describen crudamente y con eso queda justificado. Es la forma amable de atentar contra la libertad de expresión y, más grave, contra el derecho a saber que tiene la sociedad.
La proliferación de medios está muy lejos de ofrecer distintas alternativas para conocer y entender lo que pasa, pues por obra y gracia del ejercicio presupuestal por parte de políticos obsesionados con su imagen, más medios sólo han generado más replicadores de la inconstitucional propaganda de personajes, que con cada anuncio o gacetilla demuestran lo poco que les importa la legalidad.
En una sociedad que privilegia el tener por encima del ser, tratar de ejercer un verdadero periodismo se convierte en la práctica de seguir una estrella, como quien trata de alcanzar una utopía. Ante lo avasallante que resulta la propaganda de los políticos, parecería una práctica infructuosa.
Entonces vale la pena recordar la forma en que Eduardo Galeano cita al cineasta argentino Fernando Birri a propósito de las utopías: “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para avanzar.”
Y para avanzar a un objetivo ideal, los viejos navegantes crearon instrumentos para no perder el rumbo. Un astrolabio era útil para buscar estrellas que ayudaran a fijar el rumbo. Hoy, con ese mismo nombre cumple un aniversario este Diario Digital que abre una oportunidad para quienes no hemos perdido de vista el periodismo ideal como una aspiración.
Hemos avanzado, poco o mucho, pero avanzado. Y aunque el horizonte al que nos gustaría llegar se haya alejado, estamos conscientes de que así será y, en tanto no lo perdamos de vista, así cometamos algunos errores, habremos de avanzar en poder ofrecer a la sociedad una opción que ayude a saber y entender mejor lo que pasa.