Mariana de Pablos
La búsqueda por un estado permanente de bienestar de todos los seres que cohabitan el planeta es la única forma de subsistir en condiciones de igualdad y respeto. Esto incluye por su puesto, a los animales de consumo humano, a quienes históricamente se les ha colocado en una categoría distinta: la de alimento, recurso humano, ser no sintiente. Razón por la que, hoy en día, se vean expuestos a una serie de condiciones de maltrato y violencia. Reestructurar la forma en que se piensa a estos animales a partir de los principios de equilibrio, bienestar y dignidad; y sensibilizarnos ante una realidad para muchos desconocida es la única forma posible de transitar a un mundo sostenible y respetuoso con la vida de todo ser vivo.
Sobre el carril izquierdo de la carretera 57 desfilan, junto a los carros y camionetas, una caravana de cinco tráileres en cuyas amplias y metálicas plataformas de tres pisos viajan, por lo menos, 200 cerdos por camión. Con la mayoría de ellos de pie y sin mucho rango de movimiento dentro de los 0.42 metros cuadrados de las jaulas, sus 100 kilogramos de masa corporal se ven extra limitados. A otros más se les ve rendidos, deshidratados, tendidos sobre su propio excremento.
El movimiento del vehículo es otro reto más a sobrellevar, quienes han caído sobre sí ya no tienen la fuerza para levantarse. Es esta misma inercia que empuja constantemente sus cuerpos de izquierda a derecha la que, además, ha provocado en uno de ellos una herida de color rojo brillante en contraste con el rosa opaco y sucio de sus glúteos. El roce es constante e inevitable, pues no hay espacio para dar, aunque sea, un paso hacia adelante, lo que hace de este viaje sin retorno una experiencia dolorosa, incómoda y, para la mayoría de ellos, angustiante.
El crecimiento desmedido de las ciudades y la sobrepoblación con que se ha caracterizado al último siglo han conllevado a una sobreexplotación de los recursos naturales y de los productos derivados de los animales para satisfacer la alta demanda de alimento que, en el caso de estos últimos, se caracteriza por una eficiencia técnica y económica en los procesos de captura, crianza, engorda y matanza.
Según la organización AnimaNaturalis, cada año, 53 mil millones de animales mueren para satisfacer las necesidades de las dietas omnívoras. Cientos de miles de cerdos, gallinas, pollos, peces, reses, ovejas, conejos, y muchos otros cuyas vidas y muertes se ven sujetas a condiciones de hacinamiento y maltrato; alimentados artificialmente para ser engordados en tiempo récord, muchos de ellos no ven nunca el sol ni tienen espacio para extender sus alas o caminar un par de metros. Cuando están listos para ser sacrificados son transportados al matadero, donde la experiencia de la muerte se convierte en un proceso más, pues esta también está sujeta a la productividad y eficacia.
Esta visión consumista y utilitaria no solo refuerza la idea de los animales de granja y/o de consumo como meras “cosas” o recursos, sino que además insensibiliza a los seres humanos al dolor y la crueldad con los que son tratados. De ahí que, frente a este panorama, se hiciera evidente la necesidad de crear leyes que abogaran por una vida digna para estos animales. En 1977 fue promulgada la Declaración Universal de los Derechos de los Animales, que parte de la consigna de que son seres vivos que merecen respeto y dignidad.
En este tenor que fue promulgado el Día Internacional de los Derechos de los Animales con el objetivo de promover prácticas éticas y responsables en relación con ellos y en función de sus derechos. Se trata de un llamado a la acción para que el grueso de la población se eduque y participe activamente en la protección y bienestar de todos los animales.
Impedir el sufrimiento, proveer de cuidados y garantizar el respeto de los animales son ahora obligaciones a las que se debe apegar el ser humano. En el caso de los animales criados para la alimentación, el artículo 9 de la Declaración Universal de los Derechos de los Animales señala que “deben ser nutridos, alojados, transportados y sacrificados sin causarles ni ansiedad ni dolor”.
Sin embargo, desde las asociaciones civiles internacionales de defensa de los derechos de los animales, se ha denunciado una y otra vez que, pese a la existencia de estas leyes, la realidad no podría ser más distante. Según la abogada, activista pro derechos de los animales e integrante de la asociación civil Mundo Woof, Marisol Taboada, existen dos cuestiones que podrían explicar la falta de apego a estas leyes: por un lado, la categoría que se les da los animales tiene mucho que ver con el tipo de protección que se les va otorgar.
Es decir que, si bien el artículo 1 de la Declaración indica que “todos los animales nacen iguales ante la vida y tienen los mismos derechos a la existencia”, esto no se aplica en la realidad, pues en México existe una distinción entre los fines zootécnicos que puedan tener los animales criados para el consumo humano y aquellos que tenemos como compañía.
Entonces, señala Marisol, nos enfrentamos a una “dualidad en la ley en la que, si bien dice que todos los animales nacen libres e iguales, entonces ¿Por qué al perro o al gato sí le proveemos una seguridad inclusive jurídica y lo vemos como un ente sintiente y susceptible de derechos y, por el contrario, acotamos a ser un ser de producción a un cerdo, a una vaca, a un pollo? La distinción la estamos haciendo nosotros con el manejo de animales”.
De la mano con el punto anterior, otro obstáculo para hacer cumplir estas obligaciones es la falta de homologación de las leyes estatales y municipales con las federales e incluso internacionales. Es decir que esta ley que es superior —la Declaración Universal de los Derechos de los Animales— tendría que estar en armonía con todas las leyes mexicanas específicas en materia de ganadería, avicultura, apicultura, etc.
Si bien todas estas leyes que especifican el funcionamiento y los cuidados en cada entorno y hacia cada tipo de animal se ven motivadas por la esencia del buen trato, es importante señalar que existe una diferencia entre el trato digno y el bienestar animal. Según Marisol, la dignidad únicamente va dirigida hacia el trato respetuoso con el animal y darle las provisiones básicas para vivir
Por su parte, el concepto de bienestar animal es más complejo, pues toma en cuenta el funcionamiento adecuado del organismo a partir de una buena alimentación y cuidados de salud; el estado emocional del animal (ausencia de emociones negativas como el dolor y el miedo crónico) y la posibilidad de expresar algunas conductas normales propias de la especie como respuestas al estrés o miedo.
Las leyes en México, sin embargo, “hablan de las condiciones mínimas para el trato digno del animal. No hablamos de condiciones de bienestar”. De ahí la importancia de homologar y armonizar las leyes con los decretos internacionales que abogan por el bienestar de todas estas especies de consumo humano.
De acuerdo con Marisol, para lograr esto es necesario, en primer lugar, incorporar a las mesas de trabajo a las personas que realmente son los usuarios.
“Los que realizan estas leyes son personas ajenas al tema. El conocimiento de una persona que vive en el día a día las necesidades de la industria animal va a distar mucho de lo que pueda saber un legislador. Se tendría que contrastar la realidad jurídica con la realidad que vive México para así garantizar el acceso de estos animales a una vida digna”.
Mientras tanto, el camino que como sociedad debemos seguir es verificar y exigir que las leyes que regulan la tenencia de los animales de producción vayan armonizadas con el cuidado y el bienestar animal.
“La solución, desde mi punto de vista, va a ser enfocarnos en la dignidad y el bienestar animal sin dejar de lado entender que somos parte de una cadena alimenticia y que los animales tienen un fin zootécnico. Pero que el fin zootécnico que tienen los animales se tiene que llevar siempre en virtud de la dignidad y el respeto a la vida”.