El Día de los Inocentes…

Los reporterillos de Astrolabio Diario Digital echamos un vistazo al pasado y en esta sección le presentamos uno de nuestros hallazgos:

Hoy nos adelantamos tres días para mostrarles la forma en que hace 124 años se contaba el relato sobre el origen del festejo del Día de los Santos Inocentes, el único día del año abiertamente permitido para jugar bromas y engañar porque, claro, el resto del año todo se tiene que tomar en seria, aunque mucho de la vida pública esté instalada en la simulación. El hecho es que el origen del festejo lo relató El Diario del Hogar el 28 de diciembre de 1882, como podrá leerse en la transcripción que se presenta después del recorte:

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28 DE DICIEMBRE

Cuenta la tradición que después de cuatro siglos verdaderamente vertiginosos, un gran acontecimiento vino a llamar la atención general; este acontecimiento tenía por teatro la Judea y por espectadores el mundo civilizado.

Los reyes vacilaban en sus tronos, el pueblo cantaba lleno de júbilo; Satán rugía desesperado.

¿Qué acontecimiento era ese que así conmovía al género humano, que así hacía estremecer al tremendo ángel de las tinieblas?

El César, el señor omnipotente sobre la tierra, se sentía pequeño.

Por qué?

Había nacido un niño!

Y ¿quién era ese niño que de tal modo hacía doblar humildemente la cabeza del poderoso César; que era adorado por tres reyes ilustres, y que conmovía violentamente el trono del Señor de Judea, del implacable Herodes?

Quién era ese niño?

Ah! Sin duda había nacido en cuna de oro y de marfil!

¿Sus padres eran acaso poderosos señores que venían de lejanas tierras, a conquistar el universo con sus fabulosas riquezas?

No! Era un niño pobre, pobrísimo, que tenía por cuna un miserable pesebre.

Era un niño nacido de padres virtuosos, sí; pero sumidos en la pobreza.

Pero ese niño… era el Salvador del mundo: era el Mesías anunciado por los profetas; era el Rey de los reyes.

Por eso el César se sentía pequeño; por eso tres reyes ilustres le adoraban; por eso Herodes temblaba en su trono, y Satán rugía en el Averno con todas sus legiones infernales.

Jesús había nacido en la Judea, y en la Judea reinaba el sanguinario Herodes.

¿Cómo deshacerse este hombre infernal de esta criatura que un día debía arrebatarle la corona de su orgullosa frente, que debía lanzarlo de su regio trono?

Era preciso hacer desaparecer ese niño.

Era necesario arrancarle la vida.

Cómo?

Ah! Para el poderosísimo Señor de la Judea nada era difícil.

Tenía numerosos esclavos que esperaban una sola voz de su Señor para clavar el puñal en el pecho del inocente niño.

Pero el niño… dónde estaba? Cuáles eran sus señales fisonómicas?

Herodes lo ignoraba; pero para que desapareciera había un medio; terrible, sangriento, abominable; pero un medio al cabo.

La degollación de todos los niños menores de un año, nacidos en Belén.

Herodes dio este terrible decreto.

Sus esbirros lo cumplieron sin tardanza.

No hubo tiempo para que las desventuradas madres ocultasen a sus hijos.

Qué cuadro! Los niños eran lanzados al aire para que cayesen y se despedazasen.

Eso, cuando no era el puñal lo que los esperaba a la caída.

Pobres madres que concibieron para satisfacer los abominables caprichos de su déspota.

Pobres madres!

¿En esa horrible matanza perecería también el hermoso niño, causa involuntaria de lo acontecido en Belén?

No era posible que se salvara.

Y sin embargo el niño perseguido fue el único que se escapó de tan terrible muerte.

En cambio… quién lo creyera!… un hijo del podrido Herodes fue una de las víctimas en ese día aciago para los desdichados habitantes de Belén.

El tirano se estremeció al contemplar la cabeza ensangrentada de su hijo.

Pero debía haber muerto Jesús, el hijo de María, que podía arrebatarle su tersa corona, y no le compensaba su dolor.

Terrible día aquel! Cuántas inocentes víctimas de un hombre encenegado en el crimen!

Cuántos inocentes!

Pero Jesús se había salvado.

Herodes, el grande Herodes se engañó miserablemente, y consumó un crimen inútil.

Eso cuenta la tradición, y nosotros lo repetimos aquí, sin aumentar ni disminuir un punto la verdad.

Que este terrible acontecimiento fuera causa o no de la costumbre en el mundo católico de celebrar este día, no puedo asegurarlo; pero lo cierto es que hay su punto de contacto.

Herodes se engañó a sí mismo, de una manera bárbara y criminal: creyendo hacer un mal a otro, se lo hizo a sí propio.

Los hombres (los que pertenecemos al mundo católico, y aun los que profesan las doctrinas más encontradas), escogemos este día para tener el derecho de engañarnos los unos a los otros, sin que haya por esto el menor motivo de queja.

Bendito sea el día 28! Bendito una y mil veces!

Al menos en este día nos quitamos la careta para engañarnos; ya se sabe que no hay que andar descuidado porque el engaño es seguro.

En este día, oh fortuna! Se juega limpio.

El que se sienta ofendido porque le engañen hoy, es un niño, un desventurado, tal vez un idiota.

Pero no, nadie se ofenderá; porque todos piensan en engañar.

Qué lástima que todos los días no sean 28! Ah! entonces, qué dichosos fuéramos!

Pero está decretado que así no sea.

Tan sólo un día debe ser franco el hombre.

Tan sólo un día podemos engañarnos sin careta.

Los otros días engañamos; pero entonces con la careta puesta, para que el engañado no sepa de dónde viene el golpe.

Ah! Si fuera siempre 28!

Hoy todos engañan.

Pero nosotros, que queremos singularizarnos, que no queremos engañar a nadie, porque a ello se opone nuestra conciencia, en conmemoración de este día ofrecemos al público (gratis, por supuesto) las obras completas del ya célebre literato colombiano Sr. Jorge Isaacs.

Acudid! Acudid! Aprovechad el día!

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