Juan Heiblum
Desde su nacimiento y hasta inicios del siglo veinte parecía que la filosofía buscaba verdades absolutas. La mayoría de los filósofos planteaban una respuesta a los grandes problemas del mundo y se mantenían firmes, dispuestos a discutir contra todo aquel que dijera lo contrario. Por ejemplo, los primeros filósofos occidentales que vivían en Mileto, hoy Turquía, hacían lo mismo. Llevaban vidas simples, viendo el cielo, contemplando las estrellas y preguntándose cuál es el origen de todas las cosas. Tales de Mileto es conocido como el primer filósofo y, aunque nunca escribió una sola palabra, estipuló claramente que el inicio de todas las cosas es el agua. Pero, durante los albores de la filosofía, el agua no se quedó como el único inicio de todas las cosas. El aire, el fuego, los átomos, las ideas o el motor inmóvil podían explicar el mundo de la misma manera. Así es como los filósofos cambiaron sus vidas por nuestras verdades.
¿Parecería ésta la primera verdad indiscutible? Estamos hablando de una verdad que nos arroja la reflexión filosófica con la condición de no poder dudar de ella. Sin embargo, los filósofos no solo se dedican a entregarnos verdades absolutas, también tienen la tarea de dudar de sus antecesores. Por ello, filósofos como Descartes que se dedican a dudar no son escépticos. Pues no es lo mismo dudar de otros para afirmar una verdad propia, que decir que las verdades propias no existen.
Sin embargo, ha habido otros filósofos que no se contentan con la idea de verdades fijas y absolutas, sino que pelean por la ambigüedad, luchan para que el mundo no tenga una clara correlación con la verdad. Ya no hay grandes relatos que expliquen el mundo –podemos decir parafraseando a Lyotard– pero decir que ya no hay grandes relatos es, a su vez, un gran relato. Este es, en parte, el proyecto de la posmodernidad. Los filósofos abandonaron los proyectos y las verdades que defendía la modernidad y comenzaron a buscar otra forma de hacer filosofía que no estuviera encerrada en sus teorías reductivas.
Pero en filosofía hay un gran problema marcando donde comienza la posmodernidad. Muchos marcan el comienzo formal con Lyotard y algunos filósofos franceses (como Foucault o Lacan); pero otros se van a un momento anterior para decir que Heidegger ya es posmoderno. En matemáticas, Gödel demostró que ni siquiera una ciencia tan exacta como las matemáticas podía contener verdades absolutas diciendo que las matemáticas o son inexactas o son incompletas. Pero, buscar un inicio puntal de la posmodernidad ¿no está ya atentando contra el mismo carácter posmoderno?
Por ello, a mi me gustaría decir que Anaximandro (el segundo filósofo según la historia occidental) en el siglo VI antes de Cristo ya era posmoderno. Cuando Tales dice que el agua es el inicio de todas las cosas, Anaximandro no se contentó y buscó otra respuesta. Así, dio su famosa sentencia: el ápeiron es el inicio de todas las cosas. Hoy en día podemos traducir ápeiron como “lo indefinido”. Así, lo que nos estaría ofreciendo Anaximandro sería gigantesco. Pues, en una época donde los filósofos buscaban respuestas puntuales a sus preguntas, Anaximandro muestra lo poco definida que debe estar toda respuesta filosófica.