Juan Heiblum
Cuando pensamos en un filósofo se nos viene a la mente un hombre viejo, con barba larga, cara pálida, parpados pesados, caídos por el paso del tiempo. Pensamos en Platón o en Sócrates, acariciándose la barba, sentados sobre una roca, ensimismados en sus pensamientos. Pero sabemos que ese estereotipo del filósofo no satisface la realidad. El filósofo ni tiene que ser hombre, ni tiene que tener la cara pálida. Pero, como todos los estereotipos, éste caricaturiza y generaliza de forma violenta, occidental y machista. Por ejemplo, ¿qué diría un filósofo africano como Achille Mbembe? o ¿Qué diría una mujer filósofa como Judith Butler?
Sin embargo, aquí no me propongo escribir una critica decolonial y feminista de la filosofía. Más bien, me interesa uno de los atributos que este estereotipo imprime sobre la imagen del filósofo. Esta es la imagen del viejo, como si la vejez y la filosofía estuvieran íntimamente emparentadas. Y, sin embargo, esto no está del todo mal. Los filósofo, de hecho, sí abrazan la vejez y cultivan gran parte de su trabajo durante esta edad madura.
En otras disciplinas como la música, el ajedrez o las matemáticas, los niños pequeños desarrollan un gran talento demostrando que su corta edad es más que adecuada para ejercer aquellas complejas actividades. Mozart, por mencionar a alguno, es uno de los ejemplos por antonomasia de esta erudición. Las historias de cómo a los 4 años tocaba el piano o el violín, al mismo tiempo que componía, dejan ver con claridad lo que quiero decir. En matemáticas sucede lo mismo, Leibniz llegó a afirmar que descubrió el calculo infinitesimal antes de los 5 años, aunque la escribió hasta más tarde. En ajedrez ocurre exactamente lo mismo. Los ajedrecistas demuestran un gran talento desde pequeños. Por ello, aquí no hay que buscar ejemplos puntuales, pues sucede con casi todos los ajedrecistas (Carlsen, Kasparov, Fischer, Capablanca).
Sin embargo, en la filosofía parece que no hay eruditos. Podemos localizar a ciertos filósofos que escribieron sus grandes obras relativamente jóvenes. Hume, por ejemplo, publicó el Tratado de la naturaleza humana a los 28 años. Schelling, escribió sus primeros trabajos antes de los 22 años de edad. Nietzsche recibió su primera cátedra en filología a los 25 años. Estos casos, que ejemplifican a los filósofos más jóvenes, apuntan a un dato interesante: ni siquiera eran tan jóvenes como en otras disciplinas.
En filosofía se suele aceptar que un cuadragenario aun goza de juventud. Muchos de los filósofos más famosos escribieron su primera obra a la edad de 37 años. Platón escribe el Gorgias con 37 años, Hegel publica la fenomenología del espíritu con la misma edad, Derrida De la gramatología también con 37, al igual que Heidegger cuando publica Ser y tiempo. Así, en filosofía, a diferencia de la música, la juventud empieza a los 37 y no a los 4 años.
En literatura, el joven poeta de Francia, Arthur Rimbaud, escribía muchos de los mejores poemas en lengua francesa siendo apenas un niño. Este caso parece estar un poco aislado de lo que sucedió con otros escritores. Pocos han sido los que han logrado escribir tan bien durante esta juventud tan temprana. Pienso ahora en el escritor uruguayo en lengua francesa conocido como el conde de Leutréamont, quien muerto a los 24 años, dejó un legado gigantesco. Pero ¿por qué sucede esto? Roberto Bolaño llega a decir en una entrevista que en la poesía hay un éxtasis en la adolescencia que poetas más maduros no pueden volver a sentir. Así, lo que escribió Rimbaud a los 14 años, no lo hubiera podido escribir Baudelaire nunca. El poeta maduro es dueño de sus recursos, y puede ser muy bueno; pero ese dolor del adolescente (del que adolece) no lo tiene ningún adulto, y su fuente de inspiración siempre será otra.
Yo creo que la filosofía no acepta eruditos por un problema muy sencillo. Mientras que en otras disciplinas basta con un pensamiento abstracto muy agudo, que permite reconocer patrones o desarrollar teorías; en la filosofía hace falta una larga y pausada reflexión. La filosofía no acepta esta rapidez a la que algunos genios están acostumbrados. Un filósofo no es un genio que piensa rápido y que llega a soluciones puntuales. Más bien es alguien que tiene que pasar mucho tiempo reflexionando, acariciándose la barba, sentado en una piedra, ensimismado en sus propias ideas. Resultan necesarios muchos años para que una persona pueda convertirse en un filósofo.