“El Escuadrón de los Miserables”: fe inquebrantable a San Judas en la avenida Salk

Texto y fotografías de María Ruiz

En una de las esquinas de la avenida Salk, en la colonia Progreso, se reúne un grupo de hombres de la tercera edad que el barrio ha bautizado como “El Escuadrón de los Miserables”. Sus rostros, dañados por el sol y las experiencias, son el reflejo de una vida de lucha marcada por el alcoholismo y el olvido.

A pesar de hallarse en la vulnerabilidad, mantienen viva una devoción firme: su fe en San Judas Tadeo, el santo de las causas difíciles.

Alberto López Ramírez, de 68 años, es uno de los más fieles del grupo. En su arrugada mano sostiene una imagen de San Judas desgastada por el tiempo y el uso.

“Llevo más de 50 años pidiéndole a San Judas. Él siempre ha sido mi consuelo, aunque la vida no ha sido fácil”, comenta con la voz quebrada, pero llena de convicción.

Recuerda que fue su madre quien le habló por primera vez de San Judas, diciéndole que nunca abandonara su fe, sin importar lo oscuro que se pusiera el camino.

“Mi madre me lo enseñó, pero ella se fue cuando yo era muy joven, y yo… me perdí en el vicio. Aun así, nunca he dejado de creer en él”, asegura mientras alza la mirada hacia la pequeña capilla de San Judas, un santuario humilde que fue construido por la comunidad de esta colonia en una esquina.

A su lado, Roberto Ruiz, compañero de infancia de Alberto, asiente en silencio. Ambos crecieron en hogares difíciles, donde el amor era escaso y las dificultades abundaban.

“Nos criamos en la calle, entre peleas y noches sin dormir, buscando cómo sobrevivir”, cuenta Roberto, quien describe su niñez como “dura y hostil”.

Con su gorra deslavada y un par de ojos cansados, Roberto también abraza la imagen de San Judas, recordando cómo el santo fue su único refugio durante su vida errante.

“A veces siento que solo él me escucha, cuando la botella ya no calma y la noche se hace más pesada”, confiesa con voz apagada.

A pesar de sus problemas y de vivir en el olvido, “El Escuadrón de los Miserables” hace un esfuerzo por celebrar cada 28 de octubre el día de San Judas. No tienen mucho, pero entre ellos reúnen lo necesario para encender velas y llevar algunas flores que han encontrado en el camino para llevar al pequeño altar.

En esta fecha, San Judas se convierte en su motivo de esperanza. Con rostros marcados por el paso del tiempo y cuerpos cansados por las jornadas de calle, los hombres recuerdan que el santo de las causas perdidas aún tiene un lugar en sus corazones.

“Es que uno se queda solo y entonces ¿qué más tienes? Nomás a él, a San Judas”, dice Roberto, mirando la imagen de su santo. A pesar de todo, de los errores y la vida dura, el grupo conserva la esperanza en él. Para ellos, San Judas representa esa chispa de fe que, aunque a veces parece que se apaga, nunca se extingue completamente.

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