El hombre detrás del silbato

Los derrotados pierden por él y los victoriosos ganan a pesar de él. Coartada de todos los errores, explicación de todas las desgracias, los hinchas tendrían que inventarlo si el no existiera. Cuanto más lo odian, más lo necesitan. Eduardo Galeano.
Fotografía de Mariana de Pablos

Mariana de Pablos

Corre a toda velocidad detrás del balón. Lo persigue como un gato a su presa, no lo pierde de vista ni un segundo a la vez que mantiene todos sus demás sentidos alerta. Él es omnipresente: escucha, observa, siente todo lo que pasa a su alrededor sin que nadie lo note a él. Ni su eterno galopar ni su efervescencia lo hacen dignos de ninguna muestra de atención. No es sino hasta que resuena en la fantasía el agudo eco de la fatalidad que todo se derrumba. Ahora los ojos de toda una multitud están sobre él, en sus manos está el poder de cambiar el rumbo de todo un sueño.

A veces aplaudidos y otras abucheados, los árbitros parecen andar en todo momento por arenas movedizas: generan la gracia del público en las decisiones que le favorecen, pero tan pronto como ejerce la ley en su contra, se convierte en blanco de todo tipo de ofensas e insultos en los que usualmente “su pobre madre” sale a colación.

Los árbitros son arbitrarios por naturaleza, sin amigos ni alianzas más que con sus pares y con su voto hacia la regla. Su figura representa el respeto a la ley y también hacia el orden. Se trata, entonces, de una profesión que requiere de una rectitud infranqueable, de una disciplina precisa tanto para hacer valer las reglas del juego, como para cuidar de la integridad de los jugadores.

Así describe el quehacer del arbitraje el maestro José Aurelio Ordaz Valdivia, quien ha dedicado más de media vida a esta carrera que ama con pasión y que le ha permitido recorrer casi todas las canchas de San Luis Potosí y México.

Su trayectoria comenzó en 1968, cuando ingresó al Colegio de Árbitros. A partir de entonces se ha desempeñado como juez de línea (o árbitro asistente), en tercera, segunda y primera división. Fue presidente reelecto durante tres ocasiones del Colegio de Árbitros de Fútbol Federado Metropolitano. Durante toda una década, de 1986 a 1996, fue delegado estatal de Arbitraje Profesional en tercera, segunda y primera división con árbitros centrales y jueces de línea.

Convención Nacional de Árbitros profesionales, Oaxtepec

Ha recibido innumerables distensiones y reconocimientos a nivel amateur y profesional: en 1989 como el mejor árbitro de la delegación profesional de San Luis Potosí; en 1992 como uno de los mejores jueces de línea de la Ciudad de México; y en 2002 obtuvo el título de instructor y visor por parte de la Comisión de Árbitros. Además, es uno de los fundadores de la que fuera la Copa Gobernadores, ahora Copa Potosí.

Cientos de árbitros son consecuencia de la instrucción de Aurelio Ordaz Valdivia en 50 años de actividad profesional. Hoy, a sus 76 años y ya retirado, permanece siendo un hombre dedicado a su más grande pasión. Detrás del monitor de la Biblioteca Rafael Nieto, navegando entre un mar de papeles, fotos y recuerdos, don Aurelio ahora se dedica a recolectar y darle forma a sus memorias, esas que lo transportan al pasto verde y el caucho. El conocimiento y las experiencias que ha acumulado en toda una vida son demasiadas para ser contenidas en tan solo una cabeza. Él y el arbitraje aún tienen mucho que contar.

De camino al arbitraje

Aurelio conoció el fútbol desde muy joven, al igual que casi todos los niños de su cuadra con quienes solía jugar entre las calles del Barrio de San Miguelito, de donde es oriundo. Sus padres fueron Benito Ordaz García y María Isabel Valdivia, reconocida corredora de pista y ruta, además de maratonista destacada a nivel nacional. Fue ella su primer ejemplo de una vida dedicada al deporte y al magisterio, pues también fue maestra de educación primaria durante más de sesenta años.

Estudió la primaria en el Internado Damián Carmona, de donde obtuvo sus primeras bases de disciplina. Hizo la mitad de sus estudios posteriores en la Escuela Secundaria Camilo Arriaga (ESCA), los cuales suspendió a la edad de 15 años para comenzar a trabajar en la Zona Industrial.

“Y después dije ‘voy a acabar’ y terminé la secundaria nocturna; y luego dije ‘ahora me voy a la prepa’. Y cuando estaba en la prepa fue que me hicieron la invitación al Colegio de Árbitros”.

Fue así, por simple casualidad del destino, por sugerencia de alguna amistad, que Aurelio encontró su verdadera vocación. En 1968 se inició como aspirante a estudiante en la tercera generación del Colegio de Árbitros y cinco años después, en 1973, se recibió como profesional.

“Llegamos como unos 10 jóvenes de la misma edad”, recuerda con precisión, “algunos estudiaban en derecho, otros en la escuela de ingeniería. Nos dijeron, ‘están aquí para hacer un examen para árbitros nacionales’, y pues órale. Entonces nos metimos y ya no salimos”.

Su risa es sincera, con tintes sabor añoranza y nostalgia. Sus ojos azules se abrillantan a la vez que desaparecen casi por completo entre sus párpados.

En el estadio Plan San Luis, como juez de línea.

Lo que le siguió fue la aventura. Como árbitro profesional comenzó a ofrecer sus servicios en diferentes estadios y canchas del estado y del país; tanto para la tercera y segunda división, como para la primera. Semanalmente asistía a un promedio de tres a cuatro partidos; trabajo lo suficientemente exigente para estar en constante entrenamiento y formación.

“El árbitro tiene que ser muy aplicado, tiene que tener una buena condición física y ser muy estudioso. Y luego poner en práctica lo que aprende en el aula con lo que va aprendiendo a través de su carrera, y así va creciendo poco a poco”.

Sus estudios de formación en arbitraje le permitieron comprender que su labor principal es apegarse a las reglas del juego con la característica esencial de los árbitros: la rectitud. La realidad es que la exigencia para los árbitros no es para menos. No solo física y teóricamente hablando, sino además en lo que respecta a la precisión y exactitud que demanda su labor. El más mínimo error puede costar no solo su cabeza a manos de los aficionados, sino toda su trayectoria y credibilidad.

De ahí que los nervios estén a la orden del día, sobre todo al principio, cuando apenas se iniciaba en la carrera. Aurelio recuerda esa sensación como si la hubiera sentido apenas ayer: los ojos de toda una multitud que ruge sobre sus decisiones; la presión de cargar sobre sus hombros el destino de lo que, para la gran mayoría de quienes se encuentran en las gradas, es más que solo un juego.

“Tienes que ser lo más exacto posible, cometer el menor número de errores que se pueda. Es una decisión que tú haces conforme a lo que ves y a lo que sabes”.

Don Aurelio continúa enamorado de esa labor que ha ejercido durante toda su vida y que le sigue retribuyendo en alegrías y recuerdos. Para él todo se reduce a dos elementos principales: el cariño y la vocación.

“La vocación no es más que de verdad querer esa profesión y desarrollarla. Nunca se deja de aprender, aprende uno de las personas, de los errores. Yo creo que si muriera y volviera a nacer me dedicaría al arbitraje”, dice y hace resonar nuevamente esa risa del pasado.

Copa Gobernador. Al centro de la foto, el ex gobernador de San Luis Potosí, Leopoldino Ortiz Santos.

El profesor Aurelio

Sin embargo, no todo es reglas y fútbol. Aunque es cierto que es su más grande pasión, el arbitraje para Aurelio es más bien como “una segunda profesión”. Se trata de un personaje tan disciplinado como también versátil; no solo se desempeñó durante una temporada como obrero en la Zona Industrial, sino que también ejerció como contador y hasta profesor.

“Estudiaba en la escuela de comercio a la vez que ejercía la contaduría. Fui contador por varios años en diferentes despachos, pero no me recibí. Luego empecé a trabajar en una secundaria y ahí vi que los profesores en las vacaciones se iban a estudiar a la Normal Superior”.

Ese fue el empuje que necesitó para decidirse a estudiar la licenciatura en Educación Física. Agarró sus maletas y se fue a Tampico a titularse. De ahí en adelante, la vida solo fue mejorando, pues don Aurelio descubrió que tenía otra vocación: dar clases. Los fines de semana ejercía como árbitro, y el resto de los días los pasaba entre niños, niñas y jóvenes de distintas escuelas.

Lo que más recuerda con alegría es la emoción en los ojos de los niños y niñas.

“Cuando yo llegaba”, relata con nostalgia, “todos gritaban ¡ya llegó! ¡ya llegó! El corazón, la mente se les agitaba con solo la idea de salir a la cancha a cantar, a jugar, a reír”.

Aurelio suspira, “me retire en 2017 y bueno… los niños se quedaron bien tristes, ‘va a hacer mucha falta, maestro’, me decían. La verdad es que la carrera de educación física también me dio muchas satisfacciones. A lo mejor, ahorita que le dije que sería árbitro si volviera nacer… pues también sería maestro de educación física”.

Serio en su andar, estricto hasta en su forma de hablar —por paradójico que suene— don Aurelio brilla con la luz de un niño que solo quiere salir a jugar. Tal vez sea la sabiduría que dota la edad o el corazón hablando, pero sabe que vivió justo la vida que deseo y que fue descubriendo a lo largo del viaje. Puede ser que la vena deportiva de su madre le haya indicado todo el tiempo qué camino tomar; o que el balón le haya susurrado que su destino no era golpearlo.

Como sea que fuere, la realidad es que tanto el arbitraje como el magisterio, no le han traído más que satisfacciones. Su trabajo le ha permitido viajar, crecer, conocer y, sobre todo, crear grandes amistades. En su corazón han dejado huella todas las personas con las que alguna vez convivió y que hoy, al verlo cruzar la calle le gritan desde el otro lado de la cera: ¡Adiós, profesor!

Tercera generación (1970-1980). Don Rafael Valenzuela (al centro de la foto) vino a San Luis Potosí a capacitar y examinar a los árbitros.
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