Carlos Rubio
Es tan impredecible el futuro como el presente del que somos parte. Todos los días pasan por México cientos de migrantes que provienen de países de Centroamérica como Honduras, Guatemala, El Salvador, Nicaragua y Belice. La mayoría se dirige hacia Estados Unidos, el país que tanto se ha esforzado por rechazarlos; algunos deciden quedarse en México, en donde, aunque el trato no es el mejor, tienen la esperanza de ser más aceptados.
San Luis Potosí es parte del camino para llegar a su destino. Muchos de ellos llegan a la Casa del Migrante, donde son recibidos y alimentados por algunos días.
Ángel, Joseph, Fernando y Harold son cuatro amigos que provienen de Nicaragua. Hoy se encuentran alojados en la Casa del Migrante, pero deberán continuar su camino. La represión política que vive su país, orquestada por el presidente Daniel Ortega, los ha obligado a salir y viajar durante 18 días en un trayecto violento e inseguro, dejando a su familia con la incertidumbre de su futuro. Ellos quieren llegar lo antes posible a Monterrey y trabajar, donde sea.
Edil viene de Honduras, tiene apenas 15 años y ya ha atravesado solo más de mil 500 kilómetros para intentar llegar a Estados Unidos y esperar a ser recibido como quien busca un mejor futuro y un título universitario que lo ayude a salir de la situación de pobreza extrema que lo aqueja a él y a su familia. Robos, hambre y el frío por tener que dormir en las calles, son sólo algunas de las vivencias que a su corta edad ha tenido que enfrentar. El opaco brillo de sus ojos lo delata, no sabe lo que le espera, pero es amplio su deseo de cambiar el rumbo de su vida.
Óscar viene de Guatemala. Su familia atraviesa por hambre casi todos los días. Decidió salir del país para intentar encontrarles una vida mejor. Aunque su deseo es llegar a Estados Unidos, no se siente tan alentado debido a las historias que ha escuchado en el camino, en las cuales la frontera se vuelve el lugar más peligroso por cruzar, donde cualquier ser humano pierde sus derechos y se vuelve blanco fácil de las autoridades estadounidenses. Aun así, quiere llegar y salvarlos, a su esposa y sus dos hijas.
Cata llegó de Honduras, tiene 30 años y viene con su hijo pequeño. Cuando despierta no puede alegrarse ni dar gracias por vivir un nuevo día, porque ese nuevo día puede estar plagado de violencia que pondrá en peligro la vida de ambos y le dará fin al viaje que comenzaron hace 25 días. Su voz refleja la convicción de una madre decidida a que su hijo no crezca en un país en agonía. Sueña con algún día verlo uniformado, caminando hacia su salón de clases.
Provienen de diferentes lugares, pero comparten un viaje y un destino, el cual, a algunos los mantienen unidos. Todo ello, por escapar de las penumbras que han azotado sus países, su vida, su familia.