AC. Gilbert, fue líder y responsable de una de las empresas de juguetes más importantes del mundo, la AC Gilbert Company. A él le debemos por ejemplo, los clásicos juegos de construcción.
Los niños del principio del siglo XX podían jugar a ser científicos, biólogos, a ser magos, o por qué no… A tener su propio laboratorio de energía atómica. Así era. A pequeña escala, desde luego, pero uno podía tener en aquella época materiales como nitrato de sodio, cloruro de amonio y cloruro de cobalto; algunos de aquellos kits incluso, venían con diferentes tipos de cianuro.
Eran los inicios de las empresas jugueteras; ahí donde las medidas de seguridad infantil brillaban por su ausencia. Medidas que, poco a poco vendrían con los años. Pero sin lugar a dudas no deja de llamarnos la atención el realismo de los famosos juegos del señor AC Gilbert.
A continuación, te invitamos a conocer más de él.
De la magia a la realidad.
AC Gilbert fue todo un pionero. Dio una excelente vuelta de tuerca a la industria del juguete y trató a los niños de un modo diferente; ellos podían de pronto jugar a ser adultos y aprender. Acercarse de modo sencillo a la ciencia, a la tecnología, a esos medios en los que los adultos se ganaban la vida. Ciencias que, de algún modo, hacían avanzar a un país.
Y la idea no era mala, sino todo lo contrario. Incluso es muy posible que muchos recordemos con cariño esos juegos que incluían un microscopio de verdad para analizar muestras, o un telescopio para observar noches estrelladas. Todos esos mundos de ilusión y aprendizaje se los debemos también al señor Gilbert.
Su empresa se fundó en 1909, en la ciudad de Westville, en Connecticut. Y al principio, tenía como finalidad aportar accesorios e instrumentos a los espectáculos de magia. Pero poco a poco, su industria cambió para aportar ideas nuevas al mundo de los juguetes, y así fue como surgieron sus famosos sets de construcción de puentes y otras estructuras, sets de química, de biología, de construcción de cristal e incluso uno con el que los niños podían fundir sus propios soldaditos de metal.
Era fascinante; en su set de biología, por ejemplo, aportaba auténticos insectos -e incluso partes de ellos-, listos para analizar. El de soldados de plomo costaba sólo $6,5 dólares y permitía a los niños fabricar sus propios soldaditos con metal fundido, no tenían más que calentarlo a 200 grados celsius y arrojarlo en uno de sus moldes incluidos. ¿Se advertía de algún riesgo? No. ¿Se señalaba a partir de qué edad era apropiado utilizarlo? Tampoco.
Uno de los kits que más furor tuvo entre los niños fue el de “Energía Nuclear” (Gilbert U-238 Laboratorio de Energía Atómica). En ellos, los más pequeños podían hacer increíbles experimentos químicos calentando y mezclando diversos productos como nitrato de sodio, cloruro de amonio y cloruro de cobalto, e incluso cianuro. Había además un folleto con un curso sobre cómo encontrar su propio uranio.
Finalmente, el juego fue retirado del mercado por el claro riesgo para los niños. Pero la fama ya estaba prendida y fue tal la expectación y el éxito creado alrededor de estos kits, que al día de hoy son muchos los coleccionistas que los buscan y están dispuestos a pagar altísimos precios por ellos.