Alejandro Hernández J.
Hace un año, durante la tercera semana de mayo del 2019, el autor de la presente columna escribía su primer artículo de opinión. La Sierra de San Miguelito llevaba un mes ardiendo, la ciudad se ahogaba con gases venenosos; pero la vida continuaba como siempre, sin declaratoria de emergencia y repleta de indulgencia. Lleno de indignación, este juntaletras sintió la profunda necesidad de contribuir en la medida de sus posibilidades; pensó que lo único que más o menos sabe hacer bien es leer y escribir. Así, como un gesto espontáneo, como una exigencia de su consciencia, escribió un texto y lo compartió de manera personal con algunos amigos y conocidos. Tras algunos retoques y no sin la bondadosa ayuda del experimentado periodista Alejandro Rubín de Celis, el artículo logró ser publicado en Astrolabio Digital el 17.05.19 como una colaboración especial puntual. Algunos días después, la generosa invitación del licenciado Maya marcó la entrada formal de este escribano al periodismo de opinión.
Como le sucedió al autor, el reconocimiento de los propios límites puede ser el primer paso para identificar la modalidad de acción que nos permita contribuir a la construcción de un mundo menos indolente, más justo. Ahora bien, muchos nos preguntamos si la escritura realmente puede llegar a cambiar algo. La respuesta es sí. La reflexión es la etapa intermedia entre la voluntad, la necesidad y la acción. Desde luego, actuar sin pensar es tan peligroso como reflexionar demasiado. Considerando la importancia del equilibrio entre la idea y la acción, esta columna estaba destinada a llamarse Reflacción. Por diversas razones, esto nunca se concretizó. Tiempo después, se propuso el nombre Acto de habla —concepto especializado de la lingüística que, por así decirlo, sugiere la potencia de acción que guarda todo enunciado—; esta columna tampoco vio la luz. Es finalmente como El juntaletras que este espacio será identificado.
El presente texto presentará un repaso de algunos temas centrales abordados durante este primer año de opinión, particularmente en el marco de la actual pandemia por la COVID-19. Pero antes de ello, quisiéramos aprovechar la ocasión para hacer una serie de agradecimientos. A Amaranta, por un sencillo gesto que tendría como resultado inesperado una publicación quincenal; a Alejandro Rubín de Celis, por mostrarme el camino de la opinión con tanta generosidad y paciencia; a Miguel Maya, por brindarme tan amablemente este espacio; al equipo de Astrolabio, por su trabajo; a Daniel y Vero, por nuestras reflexiones; a Ece, por su amistad tan enriquecedora; a Iván Rodríguez y Dfirst Studio, por el diseño de la imagen que encabeza este espacio (el collage original, hecho a base de recortes, fue realizado por el autor de la presente columna). Sobre todo, muchísimas gracias a usted, amable lector, por ser el principal motor de este trabajo y por indignarse ante tantas injusticias —como lo aconsejaba el diplomático y autor central de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, Stéphane Hessel—. Pasemos, pues, a nuestras reflexiones.
Movilidad urbana
La planeación urbana de la casi totalidad de las ciudades del mundo gira, posiblemente, alrededor de los vehículos automotores. En el caso de San Luis Potosí capital, este hecho contradice la Ley del Transporte Público del Estado (donde se plantea que habrá un uso preferencial del espacio público por las personas con discapacidad, los peatones y el transporte público…). Además, la contaminación del aire, cuyas dos causas principales son la industria y los vehículos de combustión, contribuye a la muerte mundial anual de 4,2 millones de personas. Pero, ¿qué importa todo esto? Los países aspiran al desarrollo, lo que requiere de una industria automotriz sólida; además, a menudo, la posesión individual de un coche trae consigo la idea de haber alcanzado éxito social y libertad personal (ARTE, 2019). Más de mil millones de coches particulares en el planeta tierra no son suficientes. Tal vez por esto, como parte del relajamiento gradual del confinamiento en nuestro país, la industria automotriz será una de las primeras en retomar su producción: se trata de una “actividad esencial” —o al menos eso queremos seguir creyendo—. Si no dejamos atrás nuestra “obsesión [enfermiza] por los automotores individuales” (como diría el filósofo esloveno Slavoj Zizek), el horizonte será gris, metafórica y concretamente hablando.
Transporte público
Es el pilar de una “correcta” movilidad urbana (según la ley y, posiblemente, el sentido común). Pero, en los hechos, el transporte público potosino decepciona a todos. La tarifa del servicio local es prácticamente igual o más cara que las de Moscú, Marsella, Bonn, Toulouse, Jena, Montréal y Jerusalén (invitamos amablemente a remitirse a los artículos del 23.10.19 y 16.01.20). Sin embargo, por razones que todos quisiéramos comprender —o que preferimos ignorar, según el caso—, aquí no tenemos itinerarios con horarios, ni parabuses identificados con nombres, rótulos y hasta grabaciones reproducidas en altavoces; tampoco hay carriles exclusivos para las unidades, ni una aplicación oficial que dé informes sobre las rutas (Moovit es alimentado por comentarios de usuarios, no por los concesionarios o la SCT), ni un sistema unificado de prepago. Por si fuera poco, los operadores trabajan en condiciones que podrían recordar algunas situaciones laborales de antes de la Revolución Mexicana: un promedio diario de 16 horas de trabajo (por un sueldo de 500 pesos).
Como era de esperarse, el sistema potosino de transporte ha sido más un lastre que una ayuda ante los desafíos de movilidad impuestos por la reciente crisis sanitaria. Por otro lado, el gremio transportista se prepara para llegar a perder hasta el 90 por ciento de sus ganancias habituales. Si, cuando había dinero, las mejorías en la calidad del servicio brillaron sistemáticamente por su ausencia, ¿qué sucederá cuando las arcas se hayan vaciado? En cualquier caso, no sabemos qué tan prudente sea esperar una respuesta de las autoridades, pues, “a la fecha, el servicio de transporte público se presta a la ciudadanía a través de concesiones y/o permisos temporales, no interviene el Estado” (petición de información núm. 01679319). Por lo pronto, los especialistas alertan que un sistema de transporte público de calidad y organizado será una clave decisiva para superar la pandemia actual. Además, un rechazo mundial a los transportes colectivos comienza a gestarse. Ojalá que los ganadores sean los desplazamientos a pie o en bicicleta. Existe un poco de esperanza a nivel local: la reciente intención de convertir la avenida Carranza en un paseo urbano.
Indulgencia y codicia a nivel individual y colectivo.
Basándonos en opiniones de varios académicos, periodistas y otras personalidades (como el psicólogo Sheldon Salomon, el historiador Yuval harari, el físico y monje budista Ajahn Brahm o el filósofo y periodista Gert Scobel), es posible decir que nuestros cerebros poseen dos características que, al no haber sido evaluadas seriamente a lo largo de la historia, han causado buena parte de la tragedia de nuestra especie. Por un lado, tenemos la capacidad de crear relatos complejos sobre cosas que ya sucedieron, que aún no existen o que nunca existirán. Por otro lado, no reaccionamos al éxito con placer y satisfacción, sino con el deseo de obtener más. Esto da lugar a una búsqueda incesante de poder y control sobre nosotros mismos y sobre nuestro entorno. A veces, se trata de un motor para alcanzar cosas que, por lo general, valoramos como positivas —como haber aterrizado en la luna en 1969—. Pero nuestra codicia es también una de las mayores amenazas para la vida en la tierra: destrucción de ecosistemas, esclavización y matanza de millones de animales y hombres, etc.
Es posible afirmar que, en nuestra realidad cotidiana, estas tendencias de nuestra mente se reflejan a menudo en una búsqueda desenfrenada de ascenso social y, en casos extremos, en el deseo de un enriquecimiento personal desmedido. Tal vez sea por esta razón que, para las autoridades, los mercados y los ciudadanos, cosas indispensables (como la movilidad urbana correcta de la que hablábamos más arriba), pasan siempre a segundo plano. Sea como sea, todo esto ha conducido a que alrededor de 0.000028% de la población mundial acumule más riqueza que el 60% de los individuos sobre la tierra (2156 personas de un total cercano a 7 748 638 500, para ser exactos). ¿No se vuelven risibles los planes de desarrollo de las naciones ante estos datos?
Respetar auténticamente la vida o decir adiós
A pesar de todo, algo nos recuerda que el valor más importante es la vida. Por ello, todas las naciones del mundo intentan salvar vidas exhortando u obligando al confinamiento. Pero hay algo que parece incorrecto en la fórmula de los Gobiernos. Para millones, quedarse en casa quiere decir no poder trabajar; para otros, es la oportunidad de hacer crecer los negocios —con el repunte de las ventas en línea, Jeff Bezzos, fundador de la compañía Amazon, estaría a punto de convertirse en el primer trillionario de la historia de la humanidad, que tiene unos 70 mil años…—.
Si realmente queremos salvar vidas, debemos reconocer que el modelo económico actual (o, mejor dicho, cultural, en las palabras de J.-L. Mélenchon) es incompatible con el respeto de la vida en la tierra. En el caso de la aparición de la COVID-19, la reconstrucción de la tragedia es relativamente sencilla. A pesar de haber sido alertadas sobre la aparición inminente de enfermedades peligrosas, las empresas farmacéuticas decidieron no hacer suficientes investigaciones en el pasado, pues esto no representaba una inversión suficientemente redituable. Al mismo tiempo, otros hechos —también de naturaleza económica— favorecieron decisivamente la transmisión del coronavirus: tráfico legal e ilegal de animales, producción en masa de productos alimenticios, aumento exponencial de vuelos internacionales, etc. Finalmente, las medidas que intentan frenar la propagación provocarán posiblemente, a mediano y largo plazo, que aumente la brecha entre los pocos rodeados de lujos y los millones sufriendo —y muriendo— de hambre. De seguir así, pronto vendrán tragedias aún mayores que, según destacadísimos expertos como Noam Chomsky, podrían poner fin a toda la vida en el planeta.
Es el momento de tomarnos en serio las palabras del filósofo mexicano Enrique Dussel: “Como dice el ladrón en la vida cotidiana: ‘la bolsa o la vida’. Esa es la realidad actual: la bolsa [de valores] o la vida [en la tierra]”.