Martín Faz Mora
Una profunda molestia recorre a las élites mexicanas, la llegada de un nuevo grupo gobernante luego del inobjetable triunfo electoral de López Obrador el año pasado.
Incapaces de prever siquiera su triunfo, lo abrumador del mismo les dejó sorprendidas y aturdidas. Encerradas en sus burbujas sociales y comunicativas con sus pares, asumieron que las elecciones refrendarían, así fuera por un pequeño margen, a alguno de los partidos políticos de la tradicional élite gobernante que conducía al país. El triunfo de López Obrador les ha descolocado severamente.
No fue solo el desmedido margen de la victoria, sino también el grado de debilidad con que los partidos opositores han quedado en el espectro político y que solían ser los canales políticos de las élites, la descolocación es aún mayor.
Hace tiempo buena parte de las élites mexicanas han perdido piso ante la realidad de las mayorías. Encerradas en sus burbujas asumen como “natural” el statu quo en el que ellas mandan y los demás obedecen, ellas lideran y el resto les sigue. Así ha sido, así debe ser y así seguirá siendo. Cada cual debe asumir su lugar en la sociedad, y el hecho de que las élites sean tales -sostienen- se debe a sus propios méritos y no a un sistema de privilegios que les permite ostentar, ejercer, controlar y hasta monopolizar los bienes económicos, políticos y culturales objetivados, interiorizados y simbólicos.
El colmo resulta que las mayorías mediante el voto, tildado de irracional por las élites, las desplacen del poder y coloquen al mando de la nación a un grupo ajeno, distinto o distante -según el caso- a ellas. Justo lo que ocurrió en la elección presidencial del 2018.
Ante la debilidad de los partidos políticos opositores y las severas dificultades para conformar nuevos, como parece mostrarlo los azarosos esfuerzos de la pareja Calderón-Zavala con el proyecto partidista “México Libre”, las élites empresariales parecen dispuestas a implementar una estrategia abiertamente política para minar al gobierno y conformar una “Alternativa por México”, de acuerdo a diversas informaciones que han circulado recientemente. Tal esfuerzo encabezado por Gustavo de Hoyos y la Coparmex implica también a una de las instituciones educativas tradicionales de la élite nacional el “Tec” de Monterrey.
Están en todo su derecho de organizarse y disputar abiertamente la hegemonía política en el país, sin duda. Hasta será de agradecerse que lo realicen de la forma más abierta posible, ya que la exasperación de ciertos sectores de las élites ante su actual desplazamiento del poder político puede conducirles a considerar medidas extremas o hasta desesperadas que podrían desestabilizar económicamente al país y afectar al conjunto de la sociedad.
Un fenómeno que parece extenderse a nivel mundial incluso, es el surgimiento y fortalecimiento de movimientos de extrema derecha con una agenda conservadora con elementos nacionalistas, xenófobos, patriarcales impulsada por líderes fuertes que promueven una política del miedo y el rechazo creciente a las sociedades abiertas. Es probable que ciertos sectores de las élites terminen por sumarse a tal tendencia.
Si bien es cierto, las élites no son un grupo monolítico y existen a su interior estratificaciones, la teoría sociológica de las élites reconoce que éstas comparten un conjunto de valores, creencias y actitudes tanto sociopolíticas como socioculturales, donde se incluyen los valores éticos y hasta religiosos, conformando un plano normativo semejante, así como un capital social particular.
La descolocación de las élites ante el actual escenario nacional se ha manifestado reciente en la discusión abierta sobre el concepto de “pigmentocracia” y su rechazo a la existencia de racismo y clasismo en la sociedad mexicana. Ocasión que ha servido para que diversos integrantes de las élites refrenden sus posturas ante la meritocracia y el “échaleganismo” como factores supuestamente fundamentales de la conformación de las élites y la movilidad social, así como su postura de considerar a quienes afirman la existencia del racismo y clasismo en México como “resentidos sociales”.
Algunos reconocidos analistas, incluso abiertamente opositores al actual gobierno, también lamentan y advierten “…la ceguera de las élites frente a lo que tenemos enfrente” al pretender ignorar o minimizar “la hondura de las desigualdades, la concentración de poder, la captura de las instituciones, la debilidad de los derechos” como señala Jesús Silva Herzog Márquez en su reciente artículo “El tino de la crítica”. (https://pulsoslp.com.mx/opinion/el-tino-de-la-critica/978109)
El desplazamiento político de las élites y la holgura del triunfo electoral del 2018 no debe conducir a minimizar o menospreciar sus capacidades tanto para minar la actual conformación hegemónica en el poder o, incluso, revertirla en el corto plazo para regresar al “estado natural de las cosas”, desde su perspectiva.
La lucha por la hegemonía en México -título de un clásico de la literatura politológica nacional- será un episodio con muchas entregas, lances y definiciones que se irán aguzando cada vez más.
Twitter: @MartinFazMora