María Ruiz
A partir de esta segunda semana de diciembre, la Calzada de Guadalupe en San Luis Potosí se convierte en un río humano de esperanza. Las bajas temperaturas, el viento helado y el incesante sol de invierno no detienen a los fieles que, con paso firme, se aferran a la cantera morada del camino como si esta pudiera guardar los ecos de sus plegarias.
Desde el lunes 9 de diciembre, peregrinos de todas partes han recorrido este sendero sagrado hacia el altar mayor de la Basílica Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, al final de la Calzada. Algunos viajan desde barrios cercanos; otros llegan desde estados vecinos o incluso desde lugares lejanos como Texas, Houston y Dakota del Norte. Cada uno carga una historia, un milagro cumplido, una promesa que los mueve a enfrentarse al frío con el corazón encendido de fe.
El desfile de peregrinos es una estampa de la diversidad y la devoción: taxistas con sus vehículos adornados de rosas, traileros con estandartes de la Virgen, motonetos acelerando al ritmo de sus plegarias, sonideros llevando música como ofrenda, payasitos que, entre risas, también agradecen por los favores recibidos. Familias completas, niñas y niños de la mano de sus abuelos, adolescentes cargando imágenes sagradas y comerciantes que improvisan descansos breves para después continuar.
Entre las muchas historias que conmueven está la de un padre joven que llegó junto a su esposa y su pequeño hijo de tres años. Hace unos años, este niño nació prematuro, con pocas probabilidades de sobrevivir.
“La primera canción que mi esposa le cantó mientras estaba en la incubadora fue La Guadalupana. En medio de tanta incertidumbre, nos aferramos a ella, y aquí estamos, con un hijo sano y lleno de vida”, relata.
Lo curioso es que, aunque el niño apenas empieza a entender el mundo, ya ha elegido ser guadalupano.
“Desde que aprendió a hablar, siempre pregunta por la Virgen. Le reza, le platica, y hasta nos dice que quiere llevarle flores”, cuenta su mamá. “Todos los que lo conocen nos regalan imágenes de la Guadalupana; incluso nos piden que lo acerquemos más a la fe y a la iglesia porque dicen que tiene algo especial”.
La Calzada, iluminada por veladoras y adornada con flores, se convierte en un espacio de milagros y agradecimientos. Las palabras de la Virgen parecen resonar entre los peregrinos: “¿No estoy yo aquí que soy tu madre?”.
Frente al rostro moreno que ha unido a generaciones, cada devoto encuentra un motivo para seguir adelante, un recordatorio de que, a pesar de las adversidades, la fe los mantiene de pie.